Feudalismo en el siglo XXI
Con los pies engrilletados de indiferencia, la ciudadanía camina hacia el otoño como si el vendaval de recortes que propugna el gobierno no afectara al entramado de lo que hasta ahora se ha dado por obvio.
Pero, los cuerpos salerosos, inundados de luz, de mar, de ocio, de eróticas miradas, de deportistas zancadas, de morenas pieles... se van a eclipsar en tan solo dos semanas.
La parte onírica que mantenía un razonamiento engañoso, propiciado por la necesidad de apurar el último tiempo de bonanza, soltará el telón de "esto es todo" y subirán a los escenarios de la conciencia, la imagen del suburbio en que hemos de instalarnos.
De súbito, el autoengaño se manifestará como inviable ante los celajes de la borrasca económica procedente de frías zonas del norte, y atisbaremos, como un fantasma sobrevenido, los arrabales en donde han instalado el nuevo "pathos" diseñado por la élite que nos gobierna para cada uno de nosotros.
La necesidad de que pasemos por esta tesitura "inevitable" viene avalada por la suficiencia con la que quienes nos gobiernan hacen acopio de nuestros bienes (sudores, esfuerzos, plusvalías, derechos...), apoyados por los poderes fácticos -que nada tienen que ver con los que salen en la foto y debieran mandar pero nada mandan aunque hayan sido elegidos legítima y democráticamente- en un mundo nuevo hecho a medida de los especuladores, en donde la igualdad de derechos es un estorbo, una nadería, una carga, un muro que se saltan a piola los representantes del neoliberalismo que sustenta la retrógrada y antisocial política conservadora, que está dispuesta de una vez por todas, a arrasar todo aquello que ponga trabas a la sed de recortes en lo social para que quienes más tienen tengan más, y los que poco o nada tenían pasen del estatuto de ciudadano al de servidores.
Volvemos a grandes zancadas al feudalismo arrollados por la entelequia del dinero. Hemos pasado de hacer políticas que mejoran el bienestar de la ciudadanía a tomar medidas que satisfagan a la banca, a los monopolios financieros y, sobre todo, a colocar el liberalismo económico como eje de la diplomacia.
Una verdadera catástrofe humanitaria.