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Fanatismo (2014)


El fanatismo es una pandemia -sustentada en la incultura o en la desinformación en todo caso- que ha recorrido el mundo desde que la humanidad tiene conciencia de su existencia.
El fanatismo -como lo describe Amos Oz- es más viejo que cualquier ideología, religión o sistema de gobierno, y tiene más que ver con la esencia del ser que con su extrapolación colectiva.
El fanático está siempre en posesión de la verdad y no está dispuesto a llegar a convenio alguno con el otro.
De ahí su intención -siempre- de obligar a los demás a cambiar.
El fanático busca la rendición no el acuerdo.
Fanáticos los hay en política, en religión, en educación, en ecologismo... en definitiva, en cualquier actividad humana.
Los dirigentes (empresariales, políticos, religiosos...), acostumbrados como están a crear corrientes de opinión y a imponer sus criterios escondiendo pocos o muchos ases en la manga -según cada caso; porque la verdad es oscura y hay que extraerla como los corchos de las botellas de vino, con no poco esfuerzo las más de las veces- siempre han hecho uso de ellos en todos los tiempos y en todos los lugares.
Los fanáticos están hechos de una pasta dúctil que permite condicionarlos al gusto y a la necesidad de cada momento.
Una vez creados -habría que precisar algo más aquí, justo aquí-, una vez que se les ha inoculado la necesidad de algo, o para mejor decir... la defensa a ultranza de un método, de una ideología, de una religión, de una forma de entender el mundo en donde el otro no lleva razón y siempre está equivocado... pues, solo hay que introducirles un impulso determinado y obtendremos el efecto que buscamos.
Simple.
Y de eso saben una barbaridad los sociólogos, los estadistas, los estrategas y los que, por razones puramente crematísticas, mueven el negocio de la mercadotecnia, o sea, defienden con toda la artillería posible una finca que tiene unos amos o, en su caso, siendo pública -de todos-, tienen unos capataces temporales que imponen los criterios a seguir en cada momento, para que los procesos que les afectan o las maniobras que se marquen se desenvuelvan tal y como el consejo de dirección haya diseñado a priori.
En última instancia, si las cosas no están bien, o no pintan bien, para eso tienen sus comités de crisis. Punto.
Llámese el constructo Mercasevilla, Caja Madrid o Podemos, pasando por toda la gama de colores, ideologías o intereses. Da igual.
Y he citado a Podemos a posta.
Porque cuando llegue el momento de gobernar y no de anunciar medidas, de legislación positiva y no de intencionalidades, pues, ya veremos lo que ocurre, sobre todo cuando las fichas del tablero de ajedrez del mundo empiecen a moverse. Es decir, salgan a la palestra las manos que mecen la cuna. Las que siempre lo han hecho. Esas que están en la oscuridad. En un limbo siempre ajeno al conocimiento de la ciudadanía, y con las que, curiosamente, al final, todos los gobiernos se entienden.
Pero lo triste de todo este asunto es que, por desgracia, los fanáticos como tal nunca dejarán de existir, en todos los ámbitos, y saben por qué: pues porque son imprescindibles para que los sistemas rueden, para que existan, como el diablo y dios, tal que ellos.
Es imposible la concepción de Dios sin el Diablo (con mayúsculas si lo desean, no pretendo ofender a nadie).
Ambos son las caras de una misma moneda sin la que sería posible la existencia de la fe. Y la fe es ciega, tanto como el fanatismo.
Palmeros hacen falta en cualquier tablao que se precie. Que nadie lo dude.
Tan triste, mire.
Paco Huelva
Noviembre de 2014