Espectáculo (2) (2016)
Decía Víctor Hugo que los espectadores constituyen en las más de las funciones el espectáculo. Esto que podría ser cierto para su época no es válido para la nuestra. Hoy la distracción que nos ofrece la vida radica en otros lares. No faltamos a la verdad si decimos que los entretenimientos que más fascinan, a tenor de lo que nos tragamos, son las intimidades de cuatro guaperas, las desgracias ajenas, las catástrofes con muchos afectados y el mangoneo que algunos depravados instalados en (o cerca de) la vida política someten a los erarios públicos.
Y de ahí nos puede venir una depresión, porque, por un lado, no somos tan guapos ni la tenemos tan larga como fulanito; por otro, vivimos afligidos porque nos ocurra lo que le sucedió al tal; las catástrofes ni mentarlas, y de los mangantes -políticos o no- ¿para qué hablar?
Desde luego, si los medios de comunicación en papel, digitales, o audiovisuales, fueran el reflejo de la cultura de un pueblo, en España seríamos analfabetos integrales.
Dice Tomás Rodríguez Reyes en su magnífico libro Ars vivendi que "la poesía es una reconciliación momentánea, en el tiempo y en el espacio, del hombre con el mundo." Y me pregunto, a tenor de lo citado, qué le ha pasado al hombre de este tiempo que hollamos, para que olvide no sólo la poesía sino también las cuestiones más esenciales que hacen del mismo, como ser humano, algo diferente a lo puramente animal.
Qué ha ocurrido -qué monstruoso fallo, qué error mayúsculo- con la educación que hemos recibido en su momento cada cual y con la que asimilan a día de hoy nuestros hijos, para que no sepamos diferencia la basura de lo excelso, la comedia de la tragedia o el postureo con el rigor.
Nos hemos embrutecido de tal manera que debería darnos espanto ser lo que somos y comportarnos como lo hacemos.
Es cierto que en todos los tiempos se han cocido habas. Pero, el nivel de desinformación al que estamos expuestos diariamente, agudizados por la aparición de Internet en nuestras vidas, han hecho de nosotros unos peones del Sistema, es decir, los perfectos ciudadanos para ser engañados por los que manejan los hilos de la marioneta social.
El estudio, la meditación sosegada, la adquisición de valores humanistas, el conocimiento de la filosofía, de la poesía o de las artes, otrora imprescindibles y ahora olvidadas, nos han convertidos en muñequitos de feria.
Si Sócrates levantara la cabeza, se bebía otra vez la cicuta sin que el senado se pronunciara.
Ah, Socrates y la cicuta. Per lo condonó la asamblea popular de Atenas, ciudad que no ha tenído nunca 'senado'.