El laberinto (2016)
El acceso al Palacio de la Moncloa se ha convertido en un embrollo de tal magnitud, que el mito helénico del laberinto de Creta parece un juego de niños comparado con las dificultades que los españoles venimos padeciendo para que un nuevo inquilino -que no esté en funciones, que pueda ejercer con todos los atributos, con todo el imperium que el cargo conlleva- se aposente en su poltrona de una vez, y sepamos quiénes narices somos, cómo nos llamamos, cuántos millones de euros nos va a pedir la UE de manera inmediata; cuánto tiempo queda para que la hucha de las pensiones se vaya al garete; si vamos a pedirles o no a los bancos lo que nos adeudan, ahora que tienen ganancias; si el río de jóvenes con títulos universitarios que continúan marchándose de España va a parar o no; si se creará alguna vez trabajo que no sea precario en este país...
En fin, una lista interminable de preguntas que nadie puede contestarnos porque no hay manera alguna de tener Gobierno. Además, el minotauro aposentado en el laberinto no deja de manifestar que las cosas están así porque los demás no le ayudan.
Mitos aparte, hay escritores a los que admiro que han escrito mucho y bien sobre los laberintos; que vendrían a ser a mi entender, una especie de sueños en los que intentas subir una escalera interminable que nunca se acaba y cada vez, con más tesón y premura, hay alguien o algo indefinido que te persigue, que está a punto de alcanzarte y uno está cada vez más exhausto, hasta que, el bombeo del corazón a punto de destrozarse te despierta con una sudoración de órdago y con la sensación de estar en el limbo.
Así siento que estamos los españoles. Soñando un sueño ajeno impuesto por nuestros líderes políticos. Y estamos hartos de soñar, oigan. ¡Hasta los mismos tuétanos!
Los temas recurrentes en los laberintos ficcionales suelen ser los secretos, la corrupción política, la soledad, el tiempo o la asunción del poder. Pero, se da la circunstancia, que, de nuevo, la ficción se adelanta a la realidad, y lo que nos acontece ya estaba escrito en el mito de el laberinto de Creta -como se ha dicho-, El laberinto de las aceitunas de Eduardo Mendoza, El laberinto de la soledad de Octavio Paz o en estos versos de Borges que dedico al próximo Minotauro, sea quien fuere el mismo: No habrá nunca una puerta. Estás adentro/ y el alcázar abarca el universo/ y no tiene ni anverso ni reverso/ ni externo muro ni secreto centro.
Al menos nos quedan los libros y los sueños.