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Don minero (2005)

La semana pasada y por enfermedad -por males, se dice en nuestra tierra- de un familiar, pasé una noche en el hospital de Riotinto. Tuve la suerte de encontrar a una persona de cierta edad -o sea, vieja, muy vieja-..., "flaco, desgarbado y de una fealdad que ronda lo sublime; un bigote enorme, sucio y maloliente..., de desdentada boca" y que, además, "gazapea descompasadamente sobre una descomunal pata de palo". Su nombre, cuando me fue dado, me hizo dudar de su estado mental: me llamo Don Minero, dijo, y se quedó mirándome con recelo a través de unos ojos interrogadores y vivaces enmarcados en una cara de mil pliegues donde, una boca desdentada rompe horizontalmente los surcos verticales que conforman su renegrida estampa. Pero, Don Minero, después de observarme detenidamente y mientras paseábamos por el pasillo de la segunda planta del hospital, empezó a hablar de la Cuenca Minera con un conocimiento tal que más parecía que hubiera sido el registrador o el notario de todo lo acontecido en esta tierra desde hacía miles de años. Don Minero habló durante seis horas ininterrumpidas. Hablaba y hablaba como si su boca fuese un venero conectado directamente con la historia nunca contada de una comarca.
Describió, con frases directas, sin barroquismos innecesarios, cómo, antaño, los niños y las mujeres transportaban el mineral en una panera sobre la cabeza que hacían descansar en una morcilla de trapo, que sin embargo, no impedía que sufrieran una calvicie incipiente. Niños y mujeres que eran la base de la mano de obra barata usada para barcalear el mineral. Me habló del calor insoportable, de los gases sulfurosos que emanaban de los hornos y de la tiranía de los capataces. De cómo se preparaban las piritas calcinándolas al aire libre y de cómo la manta de humo tóxico, destrozaba los pulmones de los mineros y sus familiares, aparte de hacer desaparecer las cosechas y marchitar la floresta del entorno. Don Minero me dijo que, en los días de poco viento y cuando el aire se hacía insoportable, tocaban una sirena y permitían a los obreros que abandonaran el tajo y pudieran buscar las alturas, pero luego, les descontaban las horas en que habían estado fuera. De cómo un cuatro de febrero, en la Plaza de la Constitución -donde estaba el Ayuntamiento de Riotinto-, se reunieron varias manifestaciones para protestar por las condiciones laborales procedentes de toda la Cuenca. Allí, en esa plaza, estaban esperándoles un montón de soldados con fusiles que, a una señal de alguien, se pusieron de rodilla y encararon sus armas disparando contra la multitud dejando un reguero de sangre, dolor y odio que, todavía, perdura en el subconsciente colectivo.
Me explicó con todo lujo de detalles que una noche densa en aguas negras y en desgracias, hubo un corrimiento de tierras que se tragó a la mayor parte del pueblo y que el 15 de septiembre de 1916, se consumó su desintegración con la voladura de la iglesia que hizo desaparecer definitivamente el asentamiento original. Las causas de este suceso funesto nunca estuvieron claras, quizá la mina debía avanzar por ahí, dice Don Minero, pero eso..., es secreto de "La Compañía", dueña y señora del suelo y del subsuelo..., del aire, del pan, del agua, de la sangre..., y de los sentimientos.
Me habló de cómo uno de los directores -de los amos-, llamado Mr. Browning, cuando había elecciones, colocaba en toda la Cuenca, edictos que decían:
"Yo, Walter Browning, Director de la Río Tinto Company Limited ORDENO Y MANDO: Que los nombres que hay que votar en las próximas elecciones provinciales, son los siguientes: ..."
"Niños famélicos, ausentes, sin juegos ni sonrisas, miran cansados y hambrientos, con ojos sorprendidos, el paso detenido de las horas", continuaba, mientras su pata de palo marcaba el ritmo de nuestros pasos por el pasillo, así como la cadencia de su verborrea incesante.
Don Minero ha sido para mí, en esta noche reveladora, todo un descubrimiento del sufrimiento de una serie de pueblos marcados a fuego por los vaivenes del negocio minero. Don Minero es como un almuédano que desde el alminar de la conciencia de la Cuenca Minera, evoca la memoria de una comarca que ha sufrido durante milenios el avasallamiento impuesto por los especuladores. Amos que llegaron al olor del mineral escondido en la ¿maldita? tierra y que usaron a sus moradores como bestias de carga. Don Minero es la conciencia de una sociedad agredida; la memoria real de la Historia siempre amputada por los que la escriben con intereses espurios.
Yo les invito a que conozcan a Don Minero. Ello es posible. Don Minero es el personaje de un libro del poeta Juan Delgado Muñoz, Hijo Predilecto de Minas de Riotinto y, curiosamente, por avatares de la vida, padre del actual alcalde socialista de dicho municipio. El libro se llama Cuentos del viejo capataz.
Quiero aprovechar esta tribuna para que, aquellos que tienen en sus manos la posibilidad de dar solución a los problemas de los cerca de mil mineros onubenses que llevan años malviviendo, se acerquen a este maravilloso libro y "escuchen", como yo lo hice, a este personaje de ficción que encarna la realidad de la Cuenca Minera. Quizás sirva para ablandar los corazones -la conciencia no parece suficiente- de los que pueden solventar una crisis que resulta dramática para cientos de familias que malviven en la zona y, de paso, sentirse satisfechos por una puñetera vez en sus vidas de haber hecho las cosas bien.