Crónica estival (II)
(...Continuación) Después de asearme salgo a desayunar unas porras con chocolate. Las bocas del Metro de la Puerta del Sol comienzan a escupir gente que viene y va ensimismada en sus cuitas y ajena a las demás. La ciudad va adquiriendo el ritmo propio de la mañana de un sábado en que hará mucho calor. Entro en una librería cercana, donde una vez compré "Las aventuras de Amadís de Gaula" en una edición muy cuidada. Comienzo, sin prisas, a repasar los libros de las estanterías. Poco a poco me voy asombrando de lo que veo. ¡Es una librería de ultraderecha! Mucha guerra civil española escrita con añoranza; mucho fascismo y nazismo; mucho libro sobre técnica militar y armamentos. Los textos están perfectamente distribuidos en los anaqueles. Imagino que el librero cuando llega por la mañana les ordena cuadrarse y además, se alinean -haciendo el "paso de la oca"- con la marcialidad propia que ostentó en otro tiempo el ejército prusiano. Me sonrío ante esta idea y, ante el porte serio del dueño, salgo acosado por una mirada que me recuerda un pasado no tan lejano en la historia de España. En la calle, me entretengo observando las vitrinas de la tienda de al lado. Es un establecimiento muy lujoso, con extensiones en Valencia y Zaragoza -según reza en la puerta-, donde venden material para las iglesias: crucifijos, santos, copones, cálices... Sigo el camino marcado por el acerado y encuentro una tienda de artículos militares: condecoraciones variopintas, uniformes de todos los ejércitos, medallas, bastones de mando... Hoy tengo un mal día: creo que estoy sin saberlo en "zona nacional". Pongo cara de circunstancias y me digo que, si se es demócrata, hay que acatar que cada cual dentro de la ley haga lo que estime oportuno. De todas formas, cuando me alejo, me pregunto si se habrá notado mucho que soy un republicano rojo infiltrado en este espacio de nostalgia. (Continuará)