CONFUSIÓN (2006)
Amanece. Hace frío: siento el cuerpo aterido. En mi deambular paso frente a un cartel que me es conocido: Hospital Central, dice, el cartel. Continúo caminando. Me duelen los pies, creo que llevo mucho tiempo andando. ¿Cuánto? No lo sé. Paso ante un gran portón metálico. Desde su interior, me llegan unos golpes reiterados: Tac, tac, tac. Silencio. Tac, tac, tac. Silencio... Atrapado por los sonidos me acerco a una de las puertas. Sobre la misma reza en una placa: PSIQUIATRÍA. ¿Hay alguien ahí?, pregunto. Los golpes cesan y una voz desesperada dice: ¡Sí! ¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí, escúcheme! ¡Escúcheme, por favor! ¡No se vaya, señor, escúcheme! ¡Dígame!, digo. ¡Dígame!, ¿qué le ocurre? Me han dejado encerrado aquí, dice la voz. Estoy encerrado y no puedo salir por ningún lado. ¡Llame a alguien...! A los bomberos, a la policía, a quien sea... Me voy a volver loco si no salgo de aquí, ¡por favor, señor, sáqueme de aquí! ¿Se ha quedado encerrado y no puede abrir?, pregunto. ¡Sí, eso es! ¡Eso mismo! Poso los ojos nuevamente en el cartel situado encima de la puerta: PSIQUIATRÍA -en negro-; SALUD MENTAL -en verde y en letras más pequeñas-. Iré a recepción del hospital e informaré de su situación, digo. ¡No! Al hospital no vaya. Ellos me han encerrado aquí. Llame a la policía o a los bomberos, pero al hospital no. Vuelvo a mirar el cartel situado encima de la puerta y pienso, éste está loco, loco de atar: está encerrado y quiere salir, el pobre. Le digo que ahora vuelvo, que regreso enseguida. Pese a sus advertencias, me dirijo a la recepción hospitalaria. Al llegar al mostrador, una señorita se dirige a mí -como si me conociera, con sobrada amabilidad...- y me dice: ¡Buenos días, doctor! ¿Qué desea? Miro hacia atrás, y estoy solo ante la recepcionista que me ha llamado "Doctor". Muy temprano viene usted hoy, continúa, se nota que hay muchos locos que atender, ahora mismo le doy la llave. Yo, me he quedado sin habla. La persona que me atiende se acerca a un armario, busca, se vuelve hacia a mí, y dice: ¡Qué raro, doctor, la llave de su consultorio no está en su sitio! ¿No la tendrá usted? ¿No se la llevaría por casualidad? Yo, sigo mudo, inmóvil, como petrificado. En un acto reflejo mi mano se introduce en el bolsillo derecho del pantalón y palpo un llavero con unas llaves. Me quedo helado. De repente sé quién soy, también sé quién es la persona con la que hablo y quién es el que está encerrado en mi despacho. La película de los hechos acaecidos desde ayer tarde pasa, de golpe, de manera fulminante, por mi cerebro. ¡Perdone, María, lleva usted razón, las llaves me las quedé yo ayer sin darme cuenta! Enfilo la puerta de salida y corro hacia mi despacho. Antes de llegar, el paciente que está encerrado se anuncia con los mismos golpes: Tac, tac, tac. Silencio... Introduzco la llave en la ranura, abro, y digo, mintiendo: ¡Alfonso!, ¿qué hace usted aquí? ¡Me dejó usted encerrado aquí ayer, joder!, grita. ¡No le dije que iba al servicio...! ¿Cómo coño se fue usted? ¡Cojones! Me llamaron urgentemente, me llamaron, y no me acordé de que estaba usted en el aseo. No sé por qué, sigo mintiendo aún. ¡Perdóneme usted! ¡Perdóneme! ¡Váyase usted a la mierda! ¡A la puñetera mierda!, vuelve a gritar, amenazándome con la mano mientras dirige los pies hacia la puerta. ¡Le denunciaré! ¡Le denunciaré a la policía, no le quepa la menor duda! ¡Hijo de puta!, acabó de decir, mientras salía pegando un portazo.
Después de eso, me senté en el sillón del despacho. Busqué el teléfono de mi colega Alberto Domínguez, lo llamé, y le dije: Alberto, soy Pérez Cubillas, te llamo como paciente y no como colega. Necesito tu ayuda. Estoy realmente mal. Ayer, me fui de la consulta dejando encerrado a un paciente que había ido al servicio, siendo consciente de ello. Además, desconecté el teléfono y lo guardé en el cajón de mi escritorio. Lo dejé encerrado sabiendo que estaba allí. Me he pasado la noche dando vueltas alrededor del hospital, creo, sin saber quién era ni lo que hacía. Ven a recogerme, por favor. Me he encerrado en el despacho y he tirado las llaves por la ventana. No tardes, te lo ruego.
Después de eso, me senté en el sillón del despacho. Busqué el teléfono de mi colega Alberto Domínguez, lo llamé, y le dije: Alberto, soy Pérez Cubillas, te llamo como paciente y no como colega. Necesito tu ayuda. Estoy realmente mal. Ayer, me fui de la consulta dejando encerrado a un paciente que había ido al servicio, siendo consciente de ello. Además, desconecté el teléfono y lo guardé en el cajón de mi escritorio. Lo dejé encerrado sabiendo que estaba allí. Me he pasado la noche dando vueltas alrededor del hospital, creo, sin saber quién era ni lo que hacía. Ven a recogerme, por favor. Me he encerrado en el despacho y he tirado las llaves por la ventana. No tardes, te lo ruego.