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Caza Mayor, de Manuel Moya (2014)


Oiga, a usted quién le ha dado vela en este entierro.
Perdone, yo soy el muerto.

(M. Moya)
Ciento cuarenta y seis mundos. Ciento cuarenta y seis historias que, sin embargo, cuando se hilan en la sesera del lector formando madeja, comprobamos con asombro como se continúan o se anteceden, se adicionan o se restan... convirtiendo a Caza Mayor (Ed. Baile del Sol) de Manuel Moya, en un dédalo en el que cada movimiento de página configura una vida nueva, que, como toda vida, se mezcla, habla con la historia del vecino de página, o con la que le tocó existir en el centro o el extrarradio del libro, o con el narrador o el lector si procede, conformando un paisaje pleno de profundas oquedades que sin embargo se explican con parcas dicciones, con las justas y precisas palabras que dan sentido al género.
EL OSO POLAR
Es terrible, terrible: un oso polar viene cada noche a poseerme. Yo lo dejo hacer, lo dejo hacer de puro miedo y si hasta ahora no he gritado ha sido para que no acabe por descuartizarme. Llevo dos años así y creo que ya no podré aguantarlo más. Un día de estos pondré un cepo de osos a la entrada y de camino informaré al director, ¿me está oyendo, Padre Ignacio?
Si hubiéramos de explicarnos en forma plástica Caza Mayor comenzó siendo un lienzo enmaquetado pintado en su totalidad con la textura del microrrelato. Luego, el escritor fue añadiendo dibujos en el lugar que le pareció oportuno, cada uno de ellos con su carga simbólica y toda su retranca a cuestas, hasta ciento cuarenta y seis como se dijo. Finalizada la pinturalibro comprobamos que todos los dibujorelatos son Uno de por sí, pero, a veces, la suma de algunos forman libros dentro del libro que conforman intrahistorias cuya suma es un libro Universo.
LÁZARO
-A ver, usted, sí, sí, usted, usted, ¿quién coño le ha dado vela en este entierro?
-Perdone, yo era el muerto.

Manuel Moya sigue sorprendiendo con su callado trabajo de orfebre de la lengua y lo mismo toma la lira que gabela e implora la sinfonía poética, para, de un amarrón ingobernable, atenazarte con la singladura de una novela o, como en este caso, con un rosario de perladas cuentas disímiles, redondas, plenas... pero, como se ha dicho, a veces procedentes de una misma raíz imaginaria.
Una delicia necesaria para los amantes de lo corto y también de lo largo en narrativa.
Paco Huelva
Junio de 2014