Aventura (2014)
Cuando terminemos aquí, con esta absurda historia que nos hemos montado, iré a casa por última vez, recogeré cuatro cosas, incluso el dichoso ordenador, y saldré definitivamente de tu vida.
Espero no encontrarme más ni física ni virtualmente contigo, porque... mira que es difícil que ocurra lo que nos pasó y, sin embargo, aquí estamos, sirviendo de pasto a los medios de comunicación, esos que no tienen hartura.
Nos hemos convertido en dos bichos raros y pintorescos, expuestos en una vitrina de objetos anómalos para solaz de un público ávido de noticias; ese que necesita escarbar en la extrañeza ajena para consolidar la insulsez de sus vidas.
De hecho, esta movida ingobernable que nos arrastra hace que afloren mis vergí¼enzas más pueriles: más irracionales. Sufro el repudio de una sociedad pacata y puritana por haberme "salido de la norma" y me siento castigado de forma inmisericorde por su ignominiosa guadaña justiciera y alevosa. Condenado al escarnio, la pena prevista por el pueblo para los miembros díscolos.
He de reconocer que este asunto me tiene trastornado el ánimo hasta el punto de ser incapaz de trabajar en algo concreto. Sólo puedo remover, una y otra vez, la desidia que se ha instalado en todos los rincones de mi cuerpo.
Seguro estoy de que algún espabilado, de esos que le sacan punta a todo porque no disponen de creatividad alguna, encontrará en el inmenso sarao que se ha organizado el material idóneo para realizar una película taquillera... de esas de la buena digestión, de las que va a ver la gente después de comer o cenar para reír o llorar un rato, para olvidar en definitiva, sus propias miserias: esas que ocultan a los demás por miedo al escarnio.
No me has mirado en toda la vista. Sólo observas, con cara de petición de indulgencias, a tu abogado y a ese juez que nos ha tocado en turno, que maldita sea la cara de malaleche que tiene. No me extrañaría que fuese un reprimido, una persona de esas que se tragan los deseos hasta que se les agria la sangre. Que se convierten, en base a no sé qué argumentos legales, en árbitros de todo y de todos; que están, aupados en su noble rango y sentados en sus tronos suntuosos, en posesión de la verdad absoluta porque dominan las leyes; sin recordar, pobres de ellos, que los sentimientos, los sueños, los deseos... y todas aquellas cuestiones que tienen que ver realmente con lo que somos, no se atienen a métricas establecidas ni a códices legislativos.
Parece, ahora que me fijo bien en tu rostro y en tus gestos, que estuvieres representando al personaje principal de un guión desconocido para mí. ¡El papel de tu vida, vamos! Estás haciendo, aunque no lo sepas, o tal vez sí, tu papel estelar, el que siempre esperaste y nunca llegaba.
Observo que ni siquiera estás afligida por lo que nos pasa, al menos de forma aparente.
Convendrás conmigo que nadie te conocerá jamás como yo; que ambos no podremos engañarnos nunca más. Que puedo calibrar con suficiencia, lo mismo que tú puedes hacerlo conmigo, cuál es tu estado de ánimo y cuándo en realidad estás fingiendo o te han herido hasta hacerte daño.
Por fin eres una estrella.
Ya estás rodeada de cámaras y de reporteros que desean a cualquier precio una declaración tuya. Hasta es posible que ahora dediques el tiempo, mientras puedas, a pasear nuestra historia u otras que te inventes o te den elaboradas, por los platós de las televisiones de este país, esas que ven durante horas y horas personas de cabezas huecas. A lo mejor, hasta llegas a interpretar una de esas obras horrendas que he escrito en los últimos tiempos ante la imposibilidad de ganarme la vida de otra forma.
No sé cuánto tiempo te llevó emperifollarte así, de la forma en que te has presentado en el juzgado, pero te habrá costado lo tuyo. O quizás hayas vendido ya la exclusiva de lo nuestro a alguna cadena de las que están presentes y tienes un equipo de maquillaje a tu exclusivo servicio. ¡Por favor...!
Ahora podrás ir desmenuzando nuestras miserias lentamente, poquito a poco, siguiendo el guión que te marquen los regidores.
Deberás poner cara de doliente o de mujer resuelta en su caso, en función de los intereses del consejo de administración que analice los índices de audiencia. El objetivo será, niña mía... el que la parte adorable de ti conoce. Ese que hemos comentado en los últimos meses de nuestra doble vida. Servirás, para mantener entretenidos a los momios que se sientan ante la caja tonta, esa que confesabas hace poco que era el mayor engañabobos existente en el mundo ¿recuerdas?
Te veo muy hermosa hoy a pesar de todo; demasiado quizá para ser éste el día de nuestra despedida.
Estás ahora mismo radiante, justo como te pensaba mientras no sabía quién eras y pasábamos horas y horas hablando. ¡Qué lástima que fueras tú, precisamente tú, la que se presentó en el restaurante la pasada semana y no cualquier otra mujer del mundo! Creo que ninguno de los dos nos merecemos lo que nos está ocurriendo. También tú, también tú, niña mía, te mereces a otro hombre, es cierto.
Si en vez de ser yo, hubiera sido ¡y mira que hay hombres! cualquier otro el que hubiese llegado al restaurante del hotel en que quedamos, y donde teníamos reservada una habitación a la que subir después de cenar -con nuestras velitas y todo, como lo habíamos programado-, para desahogar por fin las ganas que teníamos de amarnos, de retorcer nuestros cuerpos como serpientes en batalla, de reconocernos..., entonces, si eso hubiera sido así, uno u otro, al menos, sería ahora feliz, supongo.
De esta manera nada atinada en que se han desarrollado las cosas y que el azar tejió en la maraña negra de las grandes contrariedades, los dos nos hemos condenado a distanciarnos por siempre.
La confianza ya no es posible, porque, aunque conocemos muchas más cosas el uno del otro, muchas más de las que jamás nos hubiéramos atrevido a decirnos a la cara, nunca sabremos con qué parte del contrario estamos tratando ni aceptaremos la totalidad de lo que cada cual es. Esa suma de virtudes y miserias que componen a todo ser humano.
Ni siquiera podremos llevar a cabo nuestros sueños más lúdicos, esos que tú y yo, cuando hablábamos como extraños, nos contábamos sin pudor alguno... de forma natural, porque así entendíamos debían ser las relaciones de una pareja. Todas aquellas fantasías ¿recuerdas?, que manifestábamos no poder realizar con nuestros propios compañeros... que no eran otros que nosotros mismos.
Ese día, el día en que estalló la cólera entre nosotros, me habías contado antes de salir de casa una milonga sobre tu madre: la pobre estaba enferma y debías pasar la noche con ella. Mentira que yo acepté como llovida del cielo y que me tragué sin rechistar, sólo porque me interesaba, porque deseaba perderte de vista cuanto antes.
Yo también había quedado, como demasiado bien sabes, con mi Azúcar, con esa mujer que había localizado meses atrás en la red, en un chat, y que parecía ser dulce como la miel y tremendamente cariñosa. Esa que comentaba una y otra vez, con insistencia, que su marido ¡el imbécil de su marido!, no la satisfacía en las cuestiones básicas y no digamos ya en las sexuales. Expresabas de forma reiterada que lo odiabas. Lo odiabas hasta el punto de producirte una irreprimible sensación de asco cuando te ponía las manos encima. Ese hombre torpe y megalómano del que si no te separabas era por los dos hijos que teníais en común, que aún no tenían edad, no tenían edad, los pobres, de pasar por un trance de esas características.
Ese día, recuerdas Azúcar mío, Mabel de mi alma, voy yo, perfectamente arreglado como hacía tiempo no me acicalaba y... para sorpresa de ambos, me presento en el restaurante donde quedamos, a la hora convenida, en busca de la desconocida persona con quien había intimado a través de la pantalla del ordenador y nos quedamos ambos de piedra: azorados y sin palabras.
¿Cómo pudimos enamorarnos a través de un chat, o al menos llegar a desearnos de la forma en que lo hicimos, sin conocernos de nada, sólo a fuer de ser sinceros uno con el otro, contándonos sin tapujos los desencuentros con nuestras respectivas parejas... que, ahora sabemos, ambos, que muchos de ellos estaban magnificados y no se ajustaban a la realidad... y, en la vida real, en la que nos pasábamos el día sin mirarnos o gritándonos por cualquier monserga, no encontrásemos una vereda para satisfacernos siendo las mismas personas?
¿Qué cosa somos, entonces, los seres humanos? ¿Cómo nos pudo pasar esto? Estar conectados los dos a través de un chat, durante días y días a las horas en que quedábamos, tú en tu estudio y yo en el mío, tú en tu vida y yo en la mía, deseándonos a rabiar en los últimos tiempos, incluso diciéndonos las cosas que nos gustaría que nos hiciera el otro, y, cuando salíamos al pasillo, para lavarnos los dientes y acostarnos porque había que levantarse temprano, nos mirásemos con odio, con todo el odio que dos personas pueden dar o recibir, soñando cada cual con otra desconocida persona capaz de hacernos feliz... que no era otra, mi anónima Azúcar, que tu Príncipe, como me llamabas en el chat, ese al que tanto deseabas y que, sin embargo, en la cama de nuestra vida real, en nuestra cama, tratabas de no rozar siquiera porque ni eso soportábamos el uno del otro. ¿Cómo puede pasar esto? ¿Cuántas personas somos?
Mira que hemos tenido disputas en los últimos años. Raro era el día en que no encontrábamos un motivo para la refriega. Si no lo había, lo inventábamos. Cada cual estaba en lo suyo, en su bola. Sólo aparentábamos ante los niños y no todas las veces. Porque mira que han pasado los pobres con nuestras trifulcas, con el triste deambular de nuestras quimeras.
Pero bueno, aquí estamos, rodeados de cámaras como dos bichos raros. Que no sé quién contó a la prensa nuestras circunstancias, aunque me malicio que has sido tú aconsejada por ese imbécil de abogado que te representa, que no sé cuándo ni en qué lugar habrás encontrado.
Y ahora, después de este calvario, sólo nos queda entre ambos que su señoría, ese tipejo vestido como un negro corderito, que se ríe con los ojos cada vez que nos mira, al igual que todos los que nos observan en esta atestada sala de la Audiencia para juicios rápidos, dicte de una vez una resolución que ponga fin a toda esta algarabía que mantiene pegadas a nuestras sombras una multitud de reporteros becarios y de televisiones basura.
Esperemos que el alguacil, o como narices se llame quien está redactando las cláusulas de este convenio de separación por engaño matrimonial ¡que tiene guasa!, acabe rápido esta absurda parodia en que estamos inmersos y podamos marcharnos cada cual al lugar que pueda, allá donde el destino nos coloque de nuevo para afrontar el resto de la vida que nos quede.
¡Mira que he soñado durante días con la parte de ti que me has mostrado en los últimos seis meses de nuestra vida! Tanto, que me parece que allá donde quiera que vaya, si algún día me conecto de nuevo al chat, estarás allí esperándome, aunque fuere con otro nombre, para leer las cosas que te diré y que tanto sé que te gustan.
Mientras tanto, cuando esto acabe, podrás poner en práctica por unas semanas, o meses, no sé, la parte de ti que nada me gusta. Esa que no pudiste desarrollar y a la que te creías destinada, la de ser una actriz famosa.
Ahora no necesitarás aprenderte guión alguno. Esos que tanto trabajo te costaba memorizar y que yo, cuando las cosas nos iban bien, te repasaba mientras declamabas en voz alta en el salón de casa. Ahora, ya, ocupas un espacio en periódicos y revistas y también podrás hacerlo en esos inútiles programas de tardes o madrugadas.
Eres una estrella, mi adorable Azúcar, mi odiada Mabel. Espero, a pesar de todo, que encuentres la forma de sacarle partido a esta circunstancia que nos ha deparado la vida y te enganches a la estela de esos personajes raros y extraños que pululan por las pantallas de las televisiones. Al menos, el tiempo necesario para buscarte un hueco en otra cosa.
Por mi parte seguiré haciendo de "negro", redactando guiones de telenovelas basura que otros presentarán con su nombre. En los ratos libres, como toda mi vida, continuaré trabajando en la novela que conoces, esa que no acabaré nunca. Esa novela que me hace sentir escritor y de la que recibo el impulso que tanto necesito. El de pensar que alguna vez, alguna maldita vez, por mis dedos transitarán palabras que quedarán cinceladas en mármol para la historia de la narrativa.
¡Menuda gilipollez la mía también! Cada uno se engaña como puede ¡qué vamos a hacer!
-¿Quieren firmar aquí, por favor? ¡En todas las páginas! -dijo tu procurador, mientras las cámaras enfilaron sus negros ojos a lo más recóndito de nuestras almas.
Paco Huelva
Marzo de 2014