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Arquetipos (2005)

Todas las personas disponemos de una infinidad de registros para adaptarnos a las circunstancias. Podríamos afirmar que llevamos en sí, todos los argumentos posibles que nos harían salir airosos de los atolladeros que la vida nos impone y buscar la senda más adecuada a nuestros intereses.
Pero esto, que es cierto, lo es sólo en origen, es decir, en potencia, porque a partir del nacimiento todo se complica. Las relaciones sociales, la familia, el trabajo, la vertebración social en que estemos inmersos hacen que las personas tengamos que especializarnos. De esta manera nos convertimos en expertos de unas pocas cosas, en detrimento de una ignorancia supina en el resto, que es lo más.
La elección de unas u otras tampoco depende a veces de nuestra voluntad. La cuna donde vemos la luz y el medio en que nos movemos ponen el resto. Pasados unos años desde que somos, o sea, desde que nacemos, comenzamos a convertirnos en símbolos que ejecutan los actos definidos para un segmento de sector social determinado. Nos convertimos en usureros y actuamos como tales, en bomberos y hacemos lo propio, en albañiles, en actores, en hipócritas, en personas honorables, etcétera, y, así, hasta cubrir el espectro social.
Pero ¿qué tiene esto de malo?, dirá el lector. Pues, que dejamos de ser personas en su completud para pasar a ser esclavos de una situación. Perdemos nuestra libertad, uno de los dones más preciados, además de perder la capacidad de reflexionar, de pensar. Sólo somos ya, un arquetipo, un clon repetido hasta la saciedad.