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Aquella casa vieja (2016)


Una noche de insomnio forcé el desvencijado cajón de un mueble de la vieja casa, de aquella casa que ahora es solo sombra en la memoria, y que por animarla o revivirla, acudía a ella, sumiso, extraviado y perdido no sé por qué necesidades del alma o del niño que fui, y que anda escondido en lo que soy sin manifestarse a los otros; forcé sus goznes herrumbrosos decía, y una vez más, como siempre, celada a toda mirada posible, encontré la rosa seca, aquella rosa que me diste en una primavera lejana, casi fantasmal, y como una esquirla de luz, me vino a la mente de nuevo la solería de ajedrez por la que gateaba, por la que saltaba de negro en negro o de blanco en blanco, y cómo no, al llevarme la rosa a la nariz a pesar de su pútrido olor a esqueleto, vislumbré, recordé... apareció prístino el brillo de tus ojos, las rosetas de tus mejillas, las crenchas de tu pelo recogido al final en trenzas medio deshechas, y el sabor, el sabor del primer beso que no pude paladear ante tanto asombro por ese inolvidable gesto. Hoy miro el solar, el solar que es aquella casa y me asombra de que allí ocurrieran tantas cosas, tantas cosas importantes que saqué de lo cotidiano para convertirlo en pretérito olvidado que viene y va, a su aire, como si no fueran mías todas esas palabras y todos esos silencios, todas las angustias y todas las alegrías de aquello que otrora fue nuestro y solo nuestro.
Hoy, ahora, en el lugar en que estaba aquella casa he mandado colocar un cartel de "Se vende", y me doy cuenta de que aunque la casa no esté porque hubo que destruirla, aunque sólo esté a ojos de los otros un solar, en ese espacio, en esa casa mía y tuya y de todos los que la habitamos, aún quedan cosas que jamás podrán venderse porque nadie podrá tasarlas.
Paco Huelva
4 de abril de 2016