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Rafa, por Pedro Gabo

Por algún lado leí que la vida es aquello que sucede mientras estamos haciendo otras cosas. Y desde luego hay momentos que uno acaba teniendo claro que la vida está muy lejos de lo que leemos a diario, en los diarios.
Los grandes titulares son siempre para lo que dicen los políticos (que tantas veces lo único que hacen es inventarse titulares); el resto de la vida, la auténtica, la del esfuerzo diario, queda para las columnas de los márgenes o los pequeños recuadros.

Y en estos tiempos de tantos bares clónicos, o de franquicias que impostan un estilo, el bar de Rafa ha ido adquiriendo un toque propio que nace de la autenticidad de tipos como él. Un rincón donde los afanes parecen calmarse, un remanso en el que las noticias se leen con distancia, sin la ambición de quienes dan ruedas de prensa. Lo que leemos o escuchamos, allí se le saca la punta y se mira con cierto desdén a todos aquellos que mandan y están tan encantados de conocerse a sí mismos. Allí la crónica diaria se trata con sarcasmo y socarronería, la de la gente que tiene dada muchos tiros. Personas como Rafa a uno le gustaría que fuesen sus verdaderos representantes, pero por lo general les sobra lucidez para dedicarse a otra cosa que no sea su curro, al que se entregan honradamente. Con el paso del tiempo uno va descubriendo que, con nuestros más y nuestros menos, hay opciones vitales que huyen de la impostura y hace que nos tratemos con mayor condescendencia.
En ese bar he pasado momentos de gran alegría, esos en los que parece que en la vida no hay problemas; momentos de verdadero buen rollo a los que siempre ha sabido darle la mejor de las bandas sonoras. El bar con el tiempo se ha ido sobrecargando de multitud de chismes, que no son sólo la plasmación de la mucha gente que aprecia a Rafa, sino también las ganas de dejar huella en un lugar que significa mucho, para muchos. Una taberna del siglo XXI, abarrotada, sin ser barroca.

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Después de un tiempo he vuelto con la misma sensación de estar en un espacio para compartir, relajadamente. Y con la alegría de encontrar tanta gente fiel, tanta gente que Rafa hace sentirse a gusto. Allí se va con la seguridad del encuentro: son muchos los parroquianos parroquianas fijos; con arte para las relaciones personales y una corpulencia de chicarrón del norte, sabe a cada uno darle su sitio. Te hace sentirte bien recibido con sus ojos picarones y desde luego espanta a cualquiera que rompa la armonía que con mucho esfuerzo ha ido creando en su bar. Ese tipo de personas que con el paso del tiempo uno aprende a valorar por la integridad que representan. Un tipo auténtico, gente de buena savia.
Y no digo ni el nombre verdadero, ni su dirección, porque él no quiere: allí no cabe más gente.
Hacia delante...como el nombre de tu bar y de tu aptitud. Hoy gente como tú dan ánimos frente a tanto dirigente inútil, tan contento de haberse conocido a sí mismo. Como nosotros lo estamos de haberte tenido a tí.