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Quijotes, por Pedro Gabo

Quién podría criticar que se promocione El Quijote. Válgame el cielo. Eso sí, espero que toda esta campaña de promoción Quijote vaya más allá de la efeméride y de la anécdota del caballero loco.
Sobre todo pensando en los menores, quisiera pensar que aún quedan docentes que además de los valores literarios, hayan destacado la importancia que tiene en nuestras vidas soñar.

El ser humano no hubiera llegado a ser lo que es sino hubiera habido soñadores. También han sido y son muchas las pesadillas que hemos vivido, pero sin duda los logros más importantes de nuestra especie, lo mejor que hemos dado de nosotros mismos ha nacido de personas que han soñado: científicos y artistas (o ambas cosas a la vez). Un mundo mejor, otro mundo es posible.
No sé si se está hablando de la locura o utopía, que ha pasado a tener para mucho Sancho de nuestro tiempo para devaluar a las personas luchadoras por una vida más libre e igualitaria. Y digna.
Recuerdo que hubo una época (mi infancia son recuerdos de los albores de la democracia) en la que los que se dedicaban a la política, sobre todo desde posiciones de izquierda, tenían un halo de idealismo que transmitía ilusión en el pueblo. Hoy día (será cosa de los sueldazos) son legión los que tienen cara de arribistas que no han demostrado otra cosa en su vida que haber sido fiel a un partido, y sobre todo a quien manda y reparte las prebendas. Se ha vuelto al todo para el pueblo, pero sin el pueblo.
Mi padre que era de derechas de toda la vida, me decía, con sabio consejo ”desengáñate, hijo, son todos iguales”, y menos en lo de ser de derechas, le tengo que acabar dando la razón. Le da a uno el tiempo (vamos, los años) posibilidad de ver tantas cosas…
Hoy día curiosamente la palabra idealismo la usan poco los políticos será porque más que soñar parece que deliran guiados por su ambición. Tan es así que un aspecto tan connatural al ser humano como el ser político ha dado lugar a que se haya pasado a hablar de la clase política, como una especie aparte.
Las personas más idealistas, utópicas, que conozco no se dedican a la política o acabaron por abandonarla. Siguen siendo políticos, idealistas de verdad, pero buscan otras trincheras menos marcadas por afanes personales de protagonismo y poder.
El apoltronamiento en los cargos públicos y el atildamiento de nuestros políticos y políticas es llamativo. La gente militante de verdad por ideales ciudadanos cada vez las encuentro más trabajando desde el anonimato y el desinterés.
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Y en el pleno del Ayuntamiento, tenemos en solitario a un hombre de izquierdas, con más planta de Sancho que de Quijote, abandera un clamor popular contra esos molinos de viento que son las fábricas en la Avenida Francisco Montenegro.
Y no voy a decir que la Mesa de la Ría, por más que cuente con mi más que público apoyo, la integran los quijotes de nuestra ciudad, pero lo que sí que es verdad es que la reivindicación que abanderan es el sueño, la utopía, de muchos onubenses, que se enfrentan a gigantes poderosos, no imaginados, que quieren frenar con artimañas que sigamos soñando con una Dulcinea que se mira en su ría.
rafa leon
rafa leon dice:
06/05/2005 12:24

Pues sí, por desgracia, el Quijote, a pesar de ser considerado por muchos, la obra más grande de la literatura universal, ha pasado a la historia más que nada por ser un libro de aventuras que narra las peripecias de un hidalgo loco que, motivado por esa locura, por ese sinsentido, se enfrentó a pecho descubierto a unos enormes molinos de viento. Y Sancho a pasado a ser considerado el sensato. Nada más lejos de la realidad. El Quijote, a poco que se profundice en el mismo para descodificar su simbología, y se relacionen los hechos narrados con la historia de la época, se nos descubre como un libro tremendamente político en el que, en muchos de sus pasajes, Don Quijote para nada es un demente, sino un gran defensor de la justicia, la igualdad y la utopía, en tanto que Sancho, que normalmente identificamos como el personaje que tiene más los pies en el suelo, no estaría realmente siendo capaz de interpretar la realidad. Esa es la grandeza de Cervantes, El Quijote y Don Quijote.

El episodio de los molinos tendría, según he podido documentar en el libro “Energías renovables, sustentabilidad y creación de empleo” de Emilio Menéndez Pérez, el siguiente trasfondo: Hasta la primera mitad del siglo XVI el cereal se molía en la zona de la Mancha en pequeñas aceñas, que eran molinos harineros de agua situados dentro del cauce de los ríos. Pero estos tenían frecuentes problemas en su funcionamiento a causa de la falta de caudal de muchos ríos en determinadas épocas del año (estiaje), por lo que el grano, en estas ocasiones, para su molienda debía ser llevado al río Júcar en Albacete. Para solventar este problema, pero también por otros motivos que hoy llamaríamos macroeconómicos (una de las tácticas más provechosas del liberalismo, que tiene gérmenes muy antiguos) es la desvinculación entre lo macro y lo macroeconómico), se introducen desde Flandes, por impulso de la Corona, unos molinos de viento a eje hueco, con cuatro palas rígidas (como los que describe el pasaje de El Quijote) con una gran capacidad para moler cereal. Ese cambio, en principio es tremendamente positivo, pero no deja de tener su parte mala. Y es que las mejoras macroeconómicas, en muchas ocasiones se traducen en la desdicha de de los que se aferran a lo micro. Así los nuevos molineros de viento pasan a ser grandes gigantes de poder económico al concentrar el negocio de la molienda, con lo que los pequeños molineros se quedan algo así como en el puñetero paro. Así que Don Quijote, en realidad no es un loco que arremete a cuerpo gentil contra unos enormes ingenios mecánicos, sino un tipo, que podríamos considerar de izquierdas, que se enfrenta realmente a unos “gigantes”, a esos gigantes de poder económico. Don Quijote, aunque pueda no parecerlo, estaba viendo la realidad, que eran esos “gigantes”, en tanto que Sancho, tan cuerdo, no era capaz de ver lo que había más allá de esos molinos.

Tal vez como Don Quijote, la Mesa de la Ría, acabe pasando a la Historia como un club de locos, y los “Sancho Panzas” de Huelva, a los que no voy a poner nombres, como los que agregaron cordura al asunto para mantener el maravilloso “status quo”, que ya se sabe que si estamos mal es por fumar mucho y por otros vicios depravantes. Pero, a mi no me cabe la menor duda que en Huelva, los molinos no son molinos, sino espantosos gigantes a los que, como a Saturno, no les importa lo más mínimo si acaban devorándonos.

Si señor, magnífico libro el Quijote. Y Felicidades por tu valentía al, también, con tus artículos, arremeter a pecho descubierto contra los molinos.