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Sistema (2014)


Perseguía un objetivo que ahora no recuerdo, se me olvidó.
Caminaba decidido por las calles de una ciudad en que no había mucha gente: debía de ser temprano.
Era un día soleado y no tomé el coche; probablemente pensaría que un paseo no vendría mal a mi anquilosado esqueleto de funcionario.
Alguien de quien huía -siempre que podía- porque su compañía no me era agradable, se acercó a mí mientras deambulaba.
El abordante se empeñó en llevarme con su motocicleta a dondequiera que fuera y no pude negarme. Por algún motivo que ahora no viene a mi memoria, le dejé mi documentación para que hiciera unas gestiones respecto a la misma. Mientras circulábamos -por la acera- un agente de la policía nos dio el alto. Bajé de la moto y cuando el guardia uniformado se acercó, mi acompañante aceleró su máquina con un gran estruendo y se perdió por encrucijadas cercanas.
Al exhorto de que me identificara contesté que no podía hacerlo en esos momentos.
Tuve que acompañarle so pretexto de no sé qué legislación.
Recuerdo que llevaba en un bolsillo el teléfono móvil y colgado del hombro derecho un ordenador portátil.
La comisaría se definió a nuestra llegada como un organismo complejo, con múltiples instalaciones y vida propia. Me atendieron con amabilidad -todo parecía un mero trámite.
Me senté en una sala donde había más personas, cada una de ellas obcecada con sus propios pensamientos. De cuando en cuando, alguien me preguntaba alguna cosa respecto a mi persona.
Las preguntas comenzaron a espaciarse en el tiempo y el aburrimiento me hizo caminar por los pasillos cercanos para combatir el tedio. Al principio, regresaba a la sala inicial para saber si alguien se había interesado por mí. Posteriormente, me di cuenta de que nadie echaba en falta mi presencia y que se habían olvidado de mí.
En algún momento que no puedo precisar, pensé que era necesario avisar a la familia de mi paradero y decidí llamar por el móvil. Al extraerlo de la funda compruebo que no es mi teléfono, alguien lo ha cambiado, y además, éste no funciona, no tiene cobertura.
Alguien me hace pasar a una habitación donde parece que se celebra algo -hay una mesa grande con bebidas y comidas- y yo, algo desesperado, espero encontrar solución al dilema que atravieso.
Me instalo en un rincón y para no aburrirme enciendo el ordenador. Comienzo a ver pantallas en donde aparecen, como en un cinerama, multitud de imágenes de Vírgenes inmaculadas rodeadas de ingentes cantidades de flores blancas.
Junto con mi sorpresa -no recuerdo haber cargado ningún programa con esas características-, observo cómo las sucesivas Vírgenes atraen la atención del público que me rodea.
En la sala, no sé de dónde salió, hay un pope celebrando una misa al que sin querer estoy distrayendo la clientela y, ante la conminatoria mirada del representante de Dios, me decido a apagar el portátil con un desagrado manifiesto de la gente de mi redor.
Terminado el oficio, que sigo con respeto para compensar mi negligencia anterior, todo el mundo se va y me quedo solo.
Salgo del cuarto y merodeo por las habitaciones, que son muchas.
Compruebo que el edificio tiene varias plantas, no sabría decir cuántas, pero, por la numeración de los ascensores veo que hay infinitos sótanos, que no me explico qué uso pueden tener, pero, se me ocurre pensar que pudiera ser una de las puertas escondidas de eso que llaman el infierno.
Atacado por una fiebre casi de espeleólogo, comienzo a abrir puertas y ventanas para saber qué contienen.
Encuentro para mi asombro colegios y gimnasios, casinos y bibliotecas, economatos y cines... y un sinfín de utilidades que no me explico qué pueden hacer en una comisaría.
Aturdido, comienzo a fraguar la peregrina idea de que la comisaría es una ciudad que está escondida dentro de la ciudad; que es un espacio autónomo con leyes propias y desconocidas. Un complejo que depende sólo de sí mismo, ajeno a lo que ocurre extramuros. Un organismo vivo e independiente que interrelaciona con el entorno, pero mantiene siempre sus propias constantes perpetuadas en el tiempo más allá de cualquier forma de gobierno.
En el sótano de uno de los edificios, una multitud de extranjeros esperan a que los legalicen. Están agrupados por etnias, por países, por colores...
No han entrado por la puerta principal -por la que yo accedí-, lo han hecho por puertas traseras que desembocan a una playa desierta y fría. Llegan a la blanca arena sucios de miedo y de nostalgia por su tierra.
Sus caras han sido conformadas con constantes hambrunas y el frío moldeó sus cuerpos ateridos que esconden bajo mantas del ejército. Los ojos de estas personas son el escaparate del mundo desigual e insolidario en que vivimos.
Tomo un manta del interior de una caja con la que tropiezo y la echo sobre mis hombros. De cuando en cuando alguien me da algo de comer.
Me topo con un espejo y observo cómo mi antiguo aspecto de ejecutivo aguerrido se ha ido deteriorando con el paso de los días.
La gente con que me cruzo comienza a saludarme como a alguien conocido. Para muchos, ya no soy un extraño.
Algunos niños cuando me ven me piden que les cuente historias del exterior. En sus caras, veo la incredulidad que les producen mis palabras.
Por estas fechas comprendí que estaba perdido para siempre en esta comisaría, que nunca saldría de aquí. He quedado atrapado para siempre en la burocracia de un sistema.
A veces todavía, cuando me acuerdo, pregunto por mi expediente a alguno de los guardias que conozco, que me contestan con una sonrisa entre socarrona y esquiva: "pronto se resolverá... pronto".
Poco a poco voy perdiendo la memoria de lo que fui y dedico mi tiempo a investigar los interiores de este monstruo con vida propia donde habito y de cuyas garras sé que no podré escapar.
Cuando muera me enterrarán aquí, he observado que disponen de crematorio particular.
Con las cenizas no sé qué hacen.
Quizás en el futuro una placa conmemorativa diga algo sobre mí en algún lugar de esta casa; o tal vez obvien lo de la plaquita, quién sabe.
De todas formas pasaré por aquí sin dejar huellas significativas. Igual hubiera ocurrido en cualquier parte donde hubiese vivido.
Quiero pensar que en el exterior de este lugar en que habito, alguien me buscó: al menos durante un tiempo.
Hoy tengo la certeza de que he sido olvidado.
Nadie aquí dentro recuerda ya que en otro tiempo llegué a este lugar por primera vez. La gente que hoy habita este lugar me trata como si hubiera estado aquí siempre.
A veces yo también lo pienso.
Quizá nunca estuve fuera y siempre viví aquí.
Pudiera ser que mis elucubraciones fueran ensoñaciones de un ingenuo. Solo eso, maquinaciones fantasiosas de una mente ociosa. Imágenes visionadas exclusivamente por el interior de mi cerebro.
Pura idea sin constatación posible en hechos.
Paco Huelva
Revisado en Noviembre de 2014