SIMÓN CORONADO SÁNCHEZ
Te he llegado a apreciar mucho, viejo. Te digo esto por que sé que estás muerto. Mientras estuviste vivo nunca hubieras aceptado tal calificativo. Fuiste joven casi hasta la misma puerta de la muerte. La enfermedad te pudo al final, pero tu resistencia fue bizantina, memorable, como todo en tu vida: especial, diferente, original...
Realmente no es posible venir al campo, a esta casa, y no escucharte. Los sonidos que emitías están todavía rebotando entre las montañas, confundiéndose entre las piedras, y, cuando una ráfaga de aire los empuja valle arriba hasta la terraza de la casa, donde me siento a leer, como sabes, los escucho nítidos, más claros aún que cuando hace una semana los emitías porque vienen filtrados por el follaje de los castaños y alcornoques. Es el eco de tu actividad que da vueltas y vueltas por el Cabezo del Cojo, sin injerencias, como si fueran producto de mi memoria o la síntesis de un sueño. Pero yo sé que nadie puede hacer esos ruidos excepto tú. Este espacio, este trozo de tierra al que tú diste forma, incluso sentido, es parte de tu persona, está impregnado de tu sudor, de tu risa, de tu verbo fácil y cadencioso. Los animales se están muriendo de pena, están tristes, afligidos. Sus ojos miran desde tu marcha con una orfandad casi humana.
Me hubiera gustado enterrarte aquí, arriba, en la falda de la montaña, debajo de un buen alcornoque o de un castaño, o incluso, bajo el madroñal, pero no me hubieran dejado.
De todas formas te diré algo, viejo amigo mío, has pasado a formar parte de mis muertos; esos personajes que aparecen en mis sueños pero que fueron, son y serán parte indivisible de mi vida y a los que escucho en mis pesadillas con el anhelo, la pasión y el respeto que se le debe a los seres queridos, necesarios, imprescindibles.
Simón Coronado Sánchez, todo un personaje al servicio de la humanidad. Con un carácter para las relaciones públicas que ya lo hubieran querido para sí los senadores romanos o algunos de los políticos que pululan por el mundo. ¡Descanse en paz!
Como ya sabemos, queridísimo Paco, al final quedan las obras, aquello que nos rodea y que somos capaces de crear y dar forma mientras existimos, que es una de las grandezas del ser humano. Luego, en esa intimidad, atravesada por laberintos incomprensibles, nos queda la memoria impregnada de ternura de los seres queridos, tal vez la única prueba de eternidad que podemos comprender y que, en cierto modo, nos acompaña toda la vida como un susurro enigmático y cargado de sensaciones extrañamente llenas de vida.