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SIMÓN CORONADO SÁNCHEZ

(Aunque parezca mentira, lo que sigue, lo tengo escrito hace mucho tiempo. En algún momento habría de ocurrir). Hace una semana que no pones los pies en el campo y, sin embargo, noto tu presencia alrededor como si no te hubieras ido. Hay múltiples detalles que delatan tu ausencia: el depósito no tiene agua, los borregos están mal cuidados, la huerta se ha secado, los perros... hay días en que se quedan sin comer. Estas cosas, contigo aquí, nunca hubieran sucedido. Pero, aunque físicamente no estés, aunque hace una semana que tu corazón dejó de latir, escucho sonidos que me tranquilizan enormemente: es como un bálsamo para mi corazón herido. Esos sones sólo los escucho yo y no me atrevo a comentarlos con tu hija. Los ruidos provienen del cuartillo y más concretamente de tu mesa de carpintero. Escucho martillear y sé con certeza que eres tú quien lo hace. Conozco muy bien la cadencia con que clavas las puntillas: Pa...pa...pa...paf. También escucho cómo haces agujeros con el trompo y sé que me asombrarás con un nuevo invento: una puerta nueva para el redil, un comedero para los borregos o cualquier artilugio ingenioso sin sentido práctico pero de una originalidad apabullante: como tu persona, de una inteligencia natural fuera de lo común.
Te he llegado a apreciar mucho, viejo. Te digo esto por que sé que estás muerto. Mientras estuviste vivo nunca hubieras aceptado tal calificativo. Fuiste joven casi hasta la misma puerta de la muerte. La enfermedad te pudo al final, pero tu resistencia fue bizantina, memorable, como todo en tu vida: especial, diferente, original...
Realmente no es posible venir al campo, a esta casa, y no escucharte. Los sonidos que emitías están todavía rebotando entre las montañas, confundiéndose entre las piedras, y, cuando una ráfaga de aire los empuja valle arriba hasta la terraza de la casa, donde me siento a leer, como sabes, los escucho nítidos, más claros aún que cuando hace una semana los emitías porque vienen filtrados por el follaje de los castaños y alcornoques. Es el eco de tu actividad que da vueltas y vueltas por el Cabezo del Cojo, sin injerencias, como si fueran producto de mi memoria o la síntesis de un sueño. Pero yo sé que nadie puede hacer esos ruidos excepto tú. Este espacio, este trozo de tierra al que tú diste forma, incluso sentido, es parte de tu persona, está impregnado de tu sudor, de tu risa, de tu verbo fácil y cadencioso. Los animales se están muriendo de pena, están tristes, afligidos. Sus ojos miran desde tu marcha con una orfandad casi humana.
Me hubiera gustado enterrarte aquí, arriba, en la falda de la montaña, debajo de un buen alcornoque o de un castaño, o incluso, bajo el madroñal, pero no me hubieran dejado.
De todas formas te diré algo, viejo amigo mío, has pasado a formar parte de mis muertos; esos personajes que aparecen en mis sueños pero que fueron, son y serán parte indivisible de mi vida y a los que escucho en mis pesadillas con el anhelo, la pasión y el respeto que se le debe a los seres queridos, necesarios, imprescindibles.
Simón Coronado Sánchez, todo un personaje al servicio de la humanidad. Con un carácter para las relaciones públicas que ya lo hubieran querido para sí los senadores romanos o algunos de los políticos que pululan por el mundo. ¡Descanse en paz!
archivado en:
manuel rubiales
manuel rubiales dice:
11/12/2006 12:22

Como ya sabemos, queridísimo Paco, al final quedan las obras, aquello que nos rodea y que somos capaces de crear y dar forma mientras existimos, que es una de las grandezas del ser humano. Luego, en esa intimidad, atravesada por laberintos incomprensibles, nos queda la memoria impregnada de ternura de los seres queridos, tal vez la única prueba de eternidad que podemos comprender y que, en cierto modo, nos acompaña toda la vida como un susurro enigmático y cargado de sensaciones extrañamente llenas de vida.

Victoria
Victoria dice:
11/12/2006 20:42

Cuándo irremediablemente desaparece una persona querida de nuestro mundo y el paso del tiempo debilita los llantos y las lamentaciones, resurgimos renovados, es cierto, engrandecidos por el trozo de ser que nos dejó como herencia, parte que hacemos inherente a nuestro yo; por eso, amigo mío, nunca las personas que tanto amaste, tanto echas de menos, mueren del todo, búscalas, están dentro de ti.

Un abrazo

Avino
Avino dice:
12/12/2006 15:31

Es curioso, pero ese hombre era un ejemplo claro de que el tiempo no siempre sirve para medir la edad de una persona.

Coincidió con mi reunión de amigos en alguna ocasión, y sorprendentemente era uno más del grupo, simplemente el físico podría denunciar la separación del inicio de nuestras vidas en casi seis decadas, pero nada más, ni su lucidez, ni su gran humor, ni sus ganas de divertirse...nada lo podria delatar, pero bueno tarde o temprano nos veremos y ya nada podrá delatarnos.

PacoHuelvaCala
PacoHuelvaCala dice:
13/12/2006 12:42

GRACIAS POR VUESTROS COMENTARIOS.
MIS SALUDOS
PACO HUELVA