Reflexiones de un noctámbulo
Siempre anduve retirándome del "gobierno del mundo" aunque nunca lo conseguí. He de reconocer que aunque lo intenté, para una persona de mi experiencia vital iniciar el camino de vuelta hacia "los que obedecen sin rechistar", hacia "los que ejecutan", no siempre resulta fácil y a mí me ha sido imposible.
Tres años después de este pensamiento -que floreció en una etapa de hastío de mi atareada vida de ejecutivo- reconozco que fui incapaz de llevarlo a término. Por esa razón, me inventé un personaje literario al que di cobijo dentro de mí, pero... no obstante, los resultados no fueron los que esperaba: tanto se sufre en un lugar como en otro. La vida se mostró -en mi otro yo- como un campo de batalla en donde lo único que se juega es nuestra destrucción individual y social constante: "algo" excesivamente monocorde. En realidad, sólo somos conducciones por donde pasan la información genética que se ha de transmitir al futuro, elementos de transporte de algo que ha de preservarse: el fuego de la vida. Sólo eso.
En mi personaje y cuando mis tareas me lo permiten, vivo retirado del control de las cosas, convertido en un sumiso; no discuto, acepto las propuestas inevitables dejando que otros asuman la responsabilidad de lo que ocurra, yo no tomo decisiones. Me dejo llevar por el bamboleo incesante de la destrucción que supone mi diaria desintegración. No me preocupo de reconocer a la persona que me devuelve el espejo. Sé que soy yo. Pero también sé que el aspecto externo habrá dependido de multitud de factores, que ello no es importante. Tampoco me preocupa mi estado anímico, también sé que depende de cuestiones extrínsecas. Poco o nada puedo hacer por mí en esta otra vida que me he inventado. Dejar que acabe mi estela hasta que no quede huella en la memoria de nadie, es el único consuelo: la inmortalidad. La inmortalidad se alcanza con la comprensión de las cosas, no con su modificación eventual ni circunstancial.
En ella cada día me acerco más a la noción de libertad: la ausencia absoluta de compromisos sociales o éticos. La barbarie animal se encuadra en un estado de libertad muy superior al gobierno de los hombres, me digo en mis tribulaciones. Cualquier gobierno siempre lleva aparejado todo lo malo que los hombres y su discurrir son capaces de idear en beneficio individual o de un colectivo determinado. La naturaleza no sabe de gobiernos sólo de adaptaciones más o menos idóneas al medio y que nacen del caos que es la vida.
Ahora, en la soledad de esta noche..., he decidido enterrar a mi otro yo y reivindicar el derecho a disentir, a tener miedo, a dudar, a ser escéptico, a llorar mi propia insignificancia, a ser hombre, a luchar por mis convicciones, a...
Y sobre todo, a expresarme en libertad: nuestras acciones, por muy importantes que nos parezcan son similares a las que ejecutaron millones de hombres y mujeres a lo largo de la existencia del ser humano. Seamos coherentes en estos tiempos de inestabilidad que buena falta nos hace. Aceptémonos como somos. Huyamos de los políticos que se creen en posesión de la verdad. La verdad es una entelequia. Seamos humanos: pongamos en tela de juicio a aquellos mercaderes que quieren vendernos la felicidad como un producto que sólo ellos pueden suministrar. Apostemos más por aquellos que aunque duden, demuestren con su trabajo diario que son capaces de integrar todas las sensibilidades, que pueden organizar la sociedad dando participación a cada ser humano y a cada colectivo. Apostemos por el diálogo, seamos intransigentes con los impositores. Opongámonos con el poder de las palabras, masivamente, contra la tiranía del poder económico que con un alfabeto belicista intenta imponernos las directrices de los nuevos emperadores del mundo.
Tres años después de este pensamiento -que floreció en una etapa de hastío de mi atareada vida de ejecutivo- reconozco que fui incapaz de llevarlo a término. Por esa razón, me inventé un personaje literario al que di cobijo dentro de mí, pero... no obstante, los resultados no fueron los que esperaba: tanto se sufre en un lugar como en otro. La vida se mostró -en mi otro yo- como un campo de batalla en donde lo único que se juega es nuestra destrucción individual y social constante: "algo" excesivamente monocorde. En realidad, sólo somos conducciones por donde pasan la información genética que se ha de transmitir al futuro, elementos de transporte de algo que ha de preservarse: el fuego de la vida. Sólo eso.
En mi personaje y cuando mis tareas me lo permiten, vivo retirado del control de las cosas, convertido en un sumiso; no discuto, acepto las propuestas inevitables dejando que otros asuman la responsabilidad de lo que ocurra, yo no tomo decisiones. Me dejo llevar por el bamboleo incesante de la destrucción que supone mi diaria desintegración. No me preocupo de reconocer a la persona que me devuelve el espejo. Sé que soy yo. Pero también sé que el aspecto externo habrá dependido de multitud de factores, que ello no es importante. Tampoco me preocupa mi estado anímico, también sé que depende de cuestiones extrínsecas. Poco o nada puedo hacer por mí en esta otra vida que me he inventado. Dejar que acabe mi estela hasta que no quede huella en la memoria de nadie, es el único consuelo: la inmortalidad. La inmortalidad se alcanza con la comprensión de las cosas, no con su modificación eventual ni circunstancial.
En ella cada día me acerco más a la noción de libertad: la ausencia absoluta de compromisos sociales o éticos. La barbarie animal se encuadra en un estado de libertad muy superior al gobierno de los hombres, me digo en mis tribulaciones. Cualquier gobierno siempre lleva aparejado todo lo malo que los hombres y su discurrir son capaces de idear en beneficio individual o de un colectivo determinado. La naturaleza no sabe de gobiernos sólo de adaptaciones más o menos idóneas al medio y que nacen del caos que es la vida.
Ahora, en la soledad de esta noche..., he decidido enterrar a mi otro yo y reivindicar el derecho a disentir, a tener miedo, a dudar, a ser escéptico, a llorar mi propia insignificancia, a ser hombre, a luchar por mis convicciones, a...
Y sobre todo, a expresarme en libertad: nuestras acciones, por muy importantes que nos parezcan son similares a las que ejecutaron millones de hombres y mujeres a lo largo de la existencia del ser humano. Seamos coherentes en estos tiempos de inestabilidad que buena falta nos hace. Aceptémonos como somos. Huyamos de los políticos que se creen en posesión de la verdad. La verdad es una entelequia. Seamos humanos: pongamos en tela de juicio a aquellos mercaderes que quieren vendernos la felicidad como un producto que sólo ellos pueden suministrar. Apostemos más por aquellos que aunque duden, demuestren con su trabajo diario que son capaces de integrar todas las sensibilidades, que pueden organizar la sociedad dando participación a cada ser humano y a cada colectivo. Apostemos por el diálogo, seamos intransigentes con los impositores. Opongámonos con el poder de las palabras, masivamente, contra la tiranía del poder económico que con un alfabeto belicista intenta imponernos las directrices de los nuevos emperadores del mundo.