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R.I.P. (2006)

1. En la naturaleza todo muere. Cada segundo que transcurre somos algo ajeno a lo que fuimos. Las palabras, las ideas, el conocimiento cierto, las mentiras y las verdades, las naciones, los argumentos, los amores y los odios, las líneas de pensamiento -religioso, filosófico o político- también perecen: fenecen como flores vetustas y apergaminadas.
Ahora, los humanos, andan descifrando el código genético: un tirabuzón helicoidal que al parecer nos define. Los científicos han encontrado en él nuestra singularidad y también nuestra homogeneidad con otras especies. Somos, al parecer, muy similares a una rana, un escarabajo pelotero o una rata de las alcantarillas suburbiales. Esto habrá supuesto un mazazo para algunos sectores radicales y nacionalistas que vienen demandando distinciones entre razas. Algunos adictos a Sabino Arana habrán adoptado una mueca despectiva dado que han preconizado su originalidad aduciendo diferencias sustanciales que los hace de otra madera, de otros elementos.
Somos, biológicamente hablando, poco más que las moscas verdes fosforescentes que pululan entre los excrementos.

2. Nuestra originalidad es más aparente que real, igual que nuestras ideas. Somos afortunadamente, nada especiales: una corriente incesante, por citar a Heráclito. Es más, ese código que ahora llena miles de páginas impresas también es mentira: sólo nos sostendrá un tiempo. Alguien vendrá en breve que en vez de dibujar un helicoide pintará otra figura para explicarnos y también recibirá un Nobel o cualquier otro reconocimiento. Escenas de salón. Representaciones de cara a la galería donde escenificamos nuestro desconocimiento, nuestra orfandad. Somos en realidad poca, poquita cosa en el contexto universal.
Los absolutos no existen, el mundo es dinámico. Todo tiene explicación pero sólo es válida en un tiempo y en un contexto. Einstein y algunos otros hablaron de esto, pero eso no importa. Nada de lo que pensamos es importante, es fundamental en el tiempo: solo es crucial en el momento.
Los que más defienden los absolutos son los políticos, acompañados y apoyados por los sectores económicos, religiosos y mediáticos dominantes. En realidad, estos sectores son los que conforman la opinión pública: triste y manipulada expresión que solo sustenta un sofisma. Desde la invención por Gutenberg de la tipografía, el texto impreso ha sido el elemento por excelencia para expandir la cultura y por ende, conformar los estados de opinión. Hoy se le han unido otros medios, especialmente la red y, como no, la radio y la televisión.
Los políticos y acólitos citados inventan cosas -en algunos casos para, de buena fe, mejorar el entorno; en la mayoría para mantener el poder- que incluyen en programas con los que epatar a los pueblos.

3. Hace unos segundos intentaba, enfrentado al blanco folio, comenzar un artículo. En este instante parece que algo está germinando -su amorfismo no importa-. Sólo deseo no perder la línea argumental. No obstante, si no muere antes, dentro de un rato el escrito habrá tomado forma, estará, diríamos, definido en su completud. Será bueno o malo, pero existirá. A renglón seguido el texto habrá adquirido al menos dos propiedades: por un lado tendrá la condición de cosa y por otro, habrá muerto porque perdió su vigencia en el momento en que puse el punto final. Mis pensamientos a partir de ese signo gramatical no coincidirán con lo expresado, se habrán modificado. Sólo las grandes obras tienen el privilegio de permanecer algo más de tiempo, pero no seamos ilusos, también mueren. Todo lo que existe, incluso lo que se piensa, que también existe aunque sea fugazmente, son la misma cosa, pura energía: fruto, al parecer, de una explosión cósmica. No sé por qué, me acuerdo ahora de Milan Kundera, de La insoportable levedad del ser.

4. Hace un instante que nací, en el presente me estoy desarrollando y pronto moriré. Las escalas de tiempo también son relativas. ¿Por qué entonces esta lucha encarnizada, nauseabunda, por mantener el status, los símbolos y, en definitiva... lo que somos ahora? Quiero que sepan que cuando lean esto no podrán hacerme ningún reproche porque quien lo escribió estará muerto. Si persisten, tengan la certeza de que la persona con quien hablarán no tendrá nada que ver con la que dentro de un rato firmará este documento. Así que, mejor se ahorran las molestias.
Miro el escrito y lo veo envejecer, ya es casi adulto.

5. Apostar por valores absolutos es una pérdida de tiempo aparte de una confusión infantil. Pero, dirán ustedes, hay que construir. Pues claro. A cada segundo, en cada instante: es el sino de las especies: la evolución natural de las cosas. Pero ello no implica estar en posesión de la verdad. La certeza no existe. Sólo debemos tener conciencia de estar consumando actos simples y, por seguir el hilo de Ariadna de este diserto, la próxima fracción de tiempo traerá la autodestrucción de las bases que cimentaron las tesis que le dieron justificación. De ahí, el valor de la utopía como referente político a medio plazo. Lo utópico nos lleva al extrarradio, nos acerca a lo imposible, hacia lo aparentemente no aceptado en un lugar y un tiempo, aunque... a veces, pudiera explicar y reconducir el caos mucho más certeramente que los sistemas organizados de pensamiento que intentan consolidar lo existente: lo verdadero.
Tan reales fueron las obras de los surrealistas que el loco de Breton lideró como el perfeccionismo helénico de un mundo hecho con formas ideales. Todas, unas y otras, solo sirvieron como bases residuales para cimentar el devenir.
El futuro es polícromo, como lo fue el pasado. Además no tiene forma ni identidad predecible. La aceptación individual o colectiva de un marco, de un referente político-social predefinido, de una idea de lo que son las cosas -en sentido platónico- solo sirve para engañarnos y seguir fluyendo sin ver siquiera los linderos del venero por donde navegamos.

6. Es claro que existen grupos de poder y que además, se mantendrán siempre: está en la condición del comportamiento de los seres vivos. Pero los que piensen que pueden perpetuarse más allá de su tiempo plausible se equivocan.
Si pasamos ahora, de lo general a lo particular, de lo grande a lo pequeño, en realidad, y esa es una de nuestras mayores desgracias, sólo nos importa lo que somos, demostrando así la quintaesencia del ego freudiano. Por eso aceptamos sin inmutarnos que se cometan en nuestro entorno desmanes colosales; que se asesinen a inocentes en guerras ilícitas justificadas sólo sobre la base del orden económico, etc. Por esa falta de compromiso social, somos capaces de admitir que mueran de hambre millones de personas en el mundo mientras el ochenta por ciento de los recursos naturales son controlados por unos pocos. Observamos, sin empacho, recluidos en nosotros mismos, como los derechos fundamentales son pisoteados, agredidos, destrozados...
Mientras no nos toque a nosotros, ¿verdad?, pues todo va bien.
En fin. Hoy ha tocado reflexionar sobre lo que somos y la conclusión no puede traer más que una mueca de tristeza. No somos nada excepcionales individualmente, pero tampoco lo somos ya socialmente. El derecho internacional no existe, fue destrozado por un acuerdo en Las Azores. La Declaración de los Derechos Humanos es ahora un cuento para niños. El orden internacional no reside ya en el consenso de las naciones sino en el poderío económico de los consejos de administración de las grandes empresas.

7. Al final de esta frase pondré un punto; pero el punto -quiero que lo sepan- no es un punto, es una bala con la que maté al autor de este artículo. No intenten localizarlo. Murió hace días, el mismo en que envió un correo electrónico a onubenses.org para que -amablemente, si ese fuera su deseo- procediera a publicar unos instantes de su vida pasada
archivado en:
admin
admin dice:
26/04/2006 03:58

¡Genial! Un artículo para releer con gusto. Gracias y abrazos: Manuel

marcos gualda
marcos gualda dice:
26/04/2006 16:29

Pues sí. Muy bueno. Muy lúcido. Incluso materia prima para escribir un buen relato metafísico.

Saludetes!!!

PacoHuelvaCala
PacoHuelvaCala dice:
26/04/2006 16:52

MUCHAS GRACIASSSSS.
SALUDOS

rafa leon
rafa leon dice:
26/04/2006 21:20

Es que Kundera explica las cosas de tal modo (con claridad y acierto) que una vez que asimilamos su filosofía (es casi imposible calificar "la insoportable levedad..." dentro de un género literario, ¿novela?, ¿ensayo?, incluso, ¿por qué no, poesía?) es difícil dejar de tenerla presente siempre de algún modo.

¿Con qué nos quedamos? ¿con la levedad o con el peso? si sabemos, o creemos saber, que el eterno retorno es una falacia. ¿Con Tomás o con Teresa? (aunque nada existe en estado puro). Yo me inclino por el peso, aunque todo sea irrepetible y, por lo tanto, más que leve, como la nada. O nada.

Muy buen artículo. Da que pensar, como Kundera.

Un abrazo
Rafa

Paloma
Paloma dice:
03/05/2006 18:34

Aunque aparezco como un nuevo miembro en esta página comentando artículos, es necesario saber que mi relacion con este columnista no es ni siquiera parecida a la de todo el mundo, pues siendo su hija me veo en parte obligada a expresarle mi satisfaccion por tan gran articulo( me remito a lo que entiendo).
enhorabuena papa

PacoHuelvaCala
PacoHuelvaCala dice:
03/05/2006 20:47

GRACIAS, CARIÑÍN.
UN BESO