Preguntas y respuestas
La pregunta es la clave del conocimiento, es el motor del desarrollo intelectual. Detrás de la pregunta debe aparecer la afirmación o negación de la respuesta -cuestión que no todas las veces ocurre- que intenta contentar a quien se interroga. Pero con la respuesta, si se da, vienen aparejadas o las estructuras diseñadas en los sótanos polvorientos del pasado o bien, nuevas vías de aire fresco que permitan explorar campos por abonar. Es cierto que la tradición es necesaria para cimentar el devenir con argumentos sólidos, pero la ética y la estética de lo venidero, ni tiene ni debe coincidir con el pretérito. Por ello, en estos tiempos de calma chicha, de pensamiento único, de mundialización..., es necesario reivindicar la pregunta como génesis del conocimiento: como fuente de la evolución. La ciudadanía que no hace preguntas, que no reivindica, pertenece a una sociedad vitalmente muerta y adolece de algún grado de enfermedad.
Es evidente que hablar y escribir suponen falsear un poco la realidad. La realidad no puede ser aprehendida, decían los clásicos. Lo que nos circunda es siempre mucho más inmenso y profundo que el lenguaje oral o escrito que utilizamos para interpretarlo. Pero una pregunta es como una herida en un cuerpo sano, como una arruga en un tejido recién planchado, como el último estertor de un ser vivo...
Si no hay una respuesta acorde con la interrogante que se plantea, es como dibujar una vía férrea a la que le quitamos algunas traviesas -la continuidad del tren ya no es posible: de nada sirve que hayamos inventado la locomotora-. Los sistemas, del tipo que fueren, están conformados por miles de estructuras simples. Cuando alguna de éstas falla el organismo multidisciplinar comienza a efectuar movimientos agónicos. De ahí la importancia de la pregunta dado que presupone, si obtiene la respuesta adecuada, reforzar el conjunto del pensamiento, evitar las grietas que producen lo que se desconoce.
Pero, lamentablemente, vivimos en una sociedad con muchas interrogantes: hay muchas preguntas que no obtienen respuestas. El patrimonio intelectual del ser humano de estos tiempos, a diferencia de otras épocas no tan lejanas, consiste en ser un erudito en banalidades, en alcahueterías, en chismorreos, en... Somos, cada vez menos reflexivos y mucho más impulsivos. Los intereses que nos mueven vienen manufacturados para el consumo por empresas especializadas que, utilizando todas las técnicas mediáticas a su alcance, confeccionan un modelo de ciudadanía que responde a un patrón monocorde, que dispone de un paladar homogéneo y cuyos intereses coinciden con los de los demás. Entonces..., ¿para qué interrogarse?, -podría decir alguien-.
A los que mandan -que no son los que aparentan que lo son- no les interesa que la ciudadanía piense. Los que preguntan son elementos incómodos para el poder establecido. La estrategia del poder es crear las necesidades y satisfacerlas, pero no admite preguntas que estén fuera del guión; esto es, que no hayan sido concebidas para robustecer al propio sistema.
Sin embargo, que nadie se equivoque, el legado de un pueblo es el que nace de la discusión y de los pensamientos de los jornaleros y labradores de la cultura y no, el que escriben a golpe de boletín los que eventualmente ejercen el poder en cualquier lugar del mundo.
De ahí la necesidad de reivindicar hoy la pregunta como elemento necesario para progresar. Pero..., ¿qué detiene a la ciudadanía para interrogarse sobre los aspectos del entorno que pudieran interesarle? Esta interpelación podría contestarse con múltiples respuestas, pero me ceñiré exclusivamente a dos: la ignorancia y el miedo.
Cuando es la ignorancia la que marca el quehacer de una sociedad plana en preguntas, entonces, podríamos decir que el poder establecido ha conseguido su objetivo: disponer de unos obreros sumisos. Ha convertido a los ciudadanos en eslabones de una cadena sin más cometido que el asignado por el ojo omnisciente del gobernante. Me acuerdo ahora, repentinamente, de "1.984", la novela de George Orwell -que por cierto, se llamaba Eric Blair, que siempre escribió con el pseudónimo con que lo conocemos y no con su nombre real- quien cumpliría el 25 de junio pasado, cien años desde su nacimiento y del que hace poco se han revelado acusaciones de colaboracionismo con el Foreign Office. Él, uno de los grandes defensores del discurso libre, había sido un confidente. En fin..., cosas de la vida, y de los hombres y de las mujeres; porque, al parecer, había una espía inglesa de la que estuvo enamorado...
Cuando nace del miedo, es que entonces la espada -el tanque, la cárcel, el vilipendio, la censura...-, se ha impuesto a la pluma, a la palabra. La semana pasada en Antequera, maravillosa ciudad en el corazón de Andalucía, escuché a alguien diciendo que, "...el miedo, es el conjunto de todos los males -reales o ficticios- con ausencia absoluta de bien alguno o explicación racional que lo anule."
La ignorancia puede salvarse con la formación, pero el miedo..., el miedo es libre; es de cada uno; cada cual tiene sus propios miedos y habrá de encontrar la forma de resolverlos. No obstante quiero reivindicar hoy el valor de la pregunta como elemento modificador del presente. ¡Atrévase a preguntar lo que no entienda! Cuando vea algo inadmisible o incomprensible para usted, diga..., ¿y esto, por qué?
¿Están capacitados nuestros dirigentes para gobernarnos? ¿Hay políticos que se están forrando con la manipulación del patrimonio de todos? ¿Hay ladrones de guante blanco a su alrededor que hacen ostentación de un poderío económico nada acorde con sus ingresos legales? Atrévase a denunciarlos. Si tiene datos fiables entrégueselos a la fiscalía de forma anónima. O bien, búsquese un político honrado, que los hay, y exíjale que cumpla con su obligación como representante público.
Haga preguntas. Utilice su pensamiento como una ametralladora. Cruce su pecho con una canana de preguntas y a la menor de cambio, cuando se encuentre con algún responsable -político o no- acribíllelo a preguntas y cuando lo tenga rodeado, exíjale la respuesta. Dormirá más tranquilo, se lo aseguro.
Es evidente que hablar y escribir suponen falsear un poco la realidad. La realidad no puede ser aprehendida, decían los clásicos. Lo que nos circunda es siempre mucho más inmenso y profundo que el lenguaje oral o escrito que utilizamos para interpretarlo. Pero una pregunta es como una herida en un cuerpo sano, como una arruga en un tejido recién planchado, como el último estertor de un ser vivo...
Si no hay una respuesta acorde con la interrogante que se plantea, es como dibujar una vía férrea a la que le quitamos algunas traviesas -la continuidad del tren ya no es posible: de nada sirve que hayamos inventado la locomotora-. Los sistemas, del tipo que fueren, están conformados por miles de estructuras simples. Cuando alguna de éstas falla el organismo multidisciplinar comienza a efectuar movimientos agónicos. De ahí la importancia de la pregunta dado que presupone, si obtiene la respuesta adecuada, reforzar el conjunto del pensamiento, evitar las grietas que producen lo que se desconoce.
Pero, lamentablemente, vivimos en una sociedad con muchas interrogantes: hay muchas preguntas que no obtienen respuestas. El patrimonio intelectual del ser humano de estos tiempos, a diferencia de otras épocas no tan lejanas, consiste en ser un erudito en banalidades, en alcahueterías, en chismorreos, en... Somos, cada vez menos reflexivos y mucho más impulsivos. Los intereses que nos mueven vienen manufacturados para el consumo por empresas especializadas que, utilizando todas las técnicas mediáticas a su alcance, confeccionan un modelo de ciudadanía que responde a un patrón monocorde, que dispone de un paladar homogéneo y cuyos intereses coinciden con los de los demás. Entonces..., ¿para qué interrogarse?, -podría decir alguien-.
A los que mandan -que no son los que aparentan que lo son- no les interesa que la ciudadanía piense. Los que preguntan son elementos incómodos para el poder establecido. La estrategia del poder es crear las necesidades y satisfacerlas, pero no admite preguntas que estén fuera del guión; esto es, que no hayan sido concebidas para robustecer al propio sistema.
Sin embargo, que nadie se equivoque, el legado de un pueblo es el que nace de la discusión y de los pensamientos de los jornaleros y labradores de la cultura y no, el que escriben a golpe de boletín los que eventualmente ejercen el poder en cualquier lugar del mundo.
De ahí la necesidad de reivindicar hoy la pregunta como elemento necesario para progresar. Pero..., ¿qué detiene a la ciudadanía para interrogarse sobre los aspectos del entorno que pudieran interesarle? Esta interpelación podría contestarse con múltiples respuestas, pero me ceñiré exclusivamente a dos: la ignorancia y el miedo.
Cuando es la ignorancia la que marca el quehacer de una sociedad plana en preguntas, entonces, podríamos decir que el poder establecido ha conseguido su objetivo: disponer de unos obreros sumisos. Ha convertido a los ciudadanos en eslabones de una cadena sin más cometido que el asignado por el ojo omnisciente del gobernante. Me acuerdo ahora, repentinamente, de "1.984", la novela de George Orwell -que por cierto, se llamaba Eric Blair, que siempre escribió con el pseudónimo con que lo conocemos y no con su nombre real- quien cumpliría el 25 de junio pasado, cien años desde su nacimiento y del que hace poco se han revelado acusaciones de colaboracionismo con el Foreign Office. Él, uno de los grandes defensores del discurso libre, había sido un confidente. En fin..., cosas de la vida, y de los hombres y de las mujeres; porque, al parecer, había una espía inglesa de la que estuvo enamorado...
Cuando nace del miedo, es que entonces la espada -el tanque, la cárcel, el vilipendio, la censura...-, se ha impuesto a la pluma, a la palabra. La semana pasada en Antequera, maravillosa ciudad en el corazón de Andalucía, escuché a alguien diciendo que, "...el miedo, es el conjunto de todos los males -reales o ficticios- con ausencia absoluta de bien alguno o explicación racional que lo anule."
La ignorancia puede salvarse con la formación, pero el miedo..., el miedo es libre; es de cada uno; cada cual tiene sus propios miedos y habrá de encontrar la forma de resolverlos. No obstante quiero reivindicar hoy el valor de la pregunta como elemento modificador del presente. ¡Atrévase a preguntar lo que no entienda! Cuando vea algo inadmisible o incomprensible para usted, diga..., ¿y esto, por qué?
¿Están capacitados nuestros dirigentes para gobernarnos? ¿Hay políticos que se están forrando con la manipulación del patrimonio de todos? ¿Hay ladrones de guante blanco a su alrededor que hacen ostentación de un poderío económico nada acorde con sus ingresos legales? Atrévase a denunciarlos. Si tiene datos fiables entrégueselos a la fiscalía de forma anónima. O bien, búsquese un político honrado, que los hay, y exíjale que cumpla con su obligación como representante público.
Haga preguntas. Utilice su pensamiento como una ametralladora. Cruce su pecho con una canana de preguntas y a la menor de cambio, cuando se encuentre con algún responsable -político o no- acribíllelo a preguntas y cuando lo tenga rodeado, exíjale la respuesta. Dormirá más tranquilo, se lo aseguro.