Lecturas

Hoy me he levantado taciturno. Salgo a la calle con un libro bajo el brazo dispuesto a leer algo aprovechando la limpia luz de la mañana. Me siento en un banco soleado y abro el texto por la hoja marcada donde lo dejé en la anterior lectura. Suenan las campanas de una iglesia cercana. Escucho como los sonidos parecen que se metalizan en el aire cambiando su tonalidad mientras se alejan. ¡Tann! ¡Tann! ¡Tann! Así, hasta diez. Luego queda como un eco prolongado, como un vacío inesperado que me aflige. En el interior de mis tímpanos, sin embargo, se repiten los metálicos sones con la obstinación de un mantra que sólo yo conociera. Poco a poco voy recuperando el sonido del ambiente: el canto de los pájaros cercanos, el ruido del motor de un vehículo que atraviesa la cercana avenida, el estertor de una puerta metálica que se enrolla en algún comercio a mis espaldas. Me sumerjo en el libro y ya no oigo nada.