íNTIMO GRITO (2016)
La gloria como el glamour, el poder, o la moda, son elementos efímeros. Estrellas fugaces que ciegan con brillos de oropeles el firmamento cercano al que llamamos clan, sociedad, país o nación. Vivimos a merced de esas entelequias por miedo a diferenciarnos del grupo que nos aglutina a una cultura, a una religión o a un régimen. ¡Yo soy...! ¡Yo soy...!
Se nos llena la boca de una empalagosa mentira cada vez que escenificamos lo que de nosotros se espera; sin embargo, bajamos la mirada en la soledad del espejo que nos devuelve el brillo cobarde del sujeto en que nos hemos convertido.
A pesar de lo dicho muchas personas no conocen más luz que el castigo del sol, del hambre y de la orfandad en que trasiegan sus experiencias vitales. Lo peor de todo, es que el desarrollo de una u otra posición dependen del lugar en que nos hayan traído al mundo. No da igual nacer en China, en Siria, en EEUU, en Palestina o haber nacido donde usted lo ha hecho. El sistema clamará desde su infancia para que se amolde al corte medio permitido para la mejor rentabilidad y buen funcionamiento del mismo. Se acabó. Dan ganas de gritar ¿verdad?, o al menos de reflexionar y explayarse en la intimidad de una página que se va llenando de borrones negros.
El engaño campa a nuestro alrededor dueño de quimeras que alucinan y trastornan nuestros sentidos. Platón en La Caverna lo dejó muy claro, pero la memoria es breve y nadie lo recuerda. O Bioy Casares en La invención de Morel, o el monólogo hamletiano de Shakespeare, o...
La historia está llena de ejemplos, pero nuestra ignorancia, nuestra cobardía, o ambas cosas, nos impiden chillar para llamar la atención. Si tuviéramos el valor de gritar lo que somos, de llorar sin vergí¼enza lo que nos duele, de bramar contra las injusticias, de rugir improperios en la cara de los que nos atosigan con una vida silenciada de verdades y oreada de mentiras, tal vez, solo tal vez, podríamos decir que el intelecto, eso que diferencia la animalidad de la humanidad nos sirve para algo.
Pero, no. Nos han educado para ser sumisos y además nuestro miedo escénico y las necesidades alimenticias nos han hecho magníficos y adoctrinados alumnos. Inventaron códigos, leyes y religiones para que fuera así. Y así es. La vida, así, es un bosquejo diseñado por alguien, que cumplimos fielmente para ser exactamente aquello que para nosotros idearon en un tiempo y en un lugar. Bachilleres más o menos aventajados: eso somos.