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Imágenes (II)

Su caminar es rápido y zigzagueante. Surca la calle principal de la ciudad -anegada de personas que vienen y van- como si algo inminente fuera a ocurrir y no permitiera demora. Lleva en su mano derecha una guitarra vieja -a la que le faltan algunas cuerdas- que le sirve de remo para orientar sus pasos entre la multitud. En una esquina cualquiera extiende un pañuelo y desparrama en él unas monedas. Después de sentarse y escupir por entre los huecos de una boca medio desdentada, se lleva la guitarra a la cara apoyando una negra mejilla sobre la madera del instrumento. Con unos jipíos aclaratorios, acompañados de los rasgueos que producen su mano temblorosa en el instrumento, salta por fandangos con una voz rajada y partida en mil noches de farra y alcohol. Es un juglar del siglo XXI que usa su cante no para conseguir unos céntimos, que también, sino como alivio para la soledad del alma. Es un fadista portugués, un poeta callejero, un compadrito argentino, un escritor sin éxito, un vendedor de sueños imposibles: un ser humano perdido en el sistema que a todos nos encarcela y que no ha querido/sabido adaptarse a sus ritmos y pautas. Como el Quijote de la conmemoración, lucha con sus armas -la voz y la guitarra- contra los molinos de viento del poder. Todos sabemos que su lucha es una batalla perdida; pero a veces olvidamos que la nuestra también lo es y continuamos por nuestra senda como él lo hace por la suya. Lo miramos con desdén, con asco o con indiferencia; sin embargo, él canta su pobre libertad mientras nosotros a veces lloramos nuestros dorados encierros. Aguantará mientras el cuerpo aguante, igual que todos. Estamos hechos de la misma argamasa.