¿Hay crisis en la literatura?
Comencemos por concretar los términos "literatura" y "crisis".
Según el DRAE "literatura" serían:
-"Un arte que emplea como medio de expresión una lengua".
-"El conjunto de las producciones literarias de una nación, de una época o de un género". Ej: la literatura griega, la literatura del siglo XVI...
-"El conjunto de obras que versan sobre un arte o una ciencia". Ej: literatura médica, literatura jurídica...
-"El conjunto de conocimientos sobre literatura". Ej: ...sabe mucha literatura.
-Y por último, "tratado en que se expresan dichos conocimientos".
Para la expresión "crisis" relacionada con la literatura, tan solo podemos quedarnos con una de sus siete acepciones, la siguiente:
-"Situación dificultosa o complicada".
Bien, dicho lo anterior, el objetivo sería disertar sobre "si la literatura se encuentra o no en una situación dificultosa o complicada".
Abierto el campo a la elucubración deberíamos indagar las diferentes causas, motivos o situaciones... por las que la literatura estaría en crisis, o al contrario, pudiera encontrarse en una posición de bonanza frente a lo ocurrido en el pretérito.
Abriendo el melón, a mí se me ocurren las siguientes preguntas:
¿Hasta qué punto lo auditivo (la radio), lo audiovisual (la televisión, el cine) y los soportes telemáticos (especialmente Internet) están afectando a la literatura?
¿Hasta qué punto el nacimiento de la literatura como industria, es decir, su expansión global como producto manufacturado que necesita ocupar un mercado, no han hecho que los editores hayan bajado el nivel de calidad de lo publicado, con objeto de copar el mayor espectro social posible y hacerlo más rentable, pensando en la edición sólo como negocio y no como elemento esencial en la formación de la humanidad?
¿Y el nivel de formación... de comprensión de lo que acontece por una mala enseñanza reglada, podría afectar también a la expansión de la literatura?
Siguiendo con las interrogantes cabría preguntarse igualmente por el curioso fenómeno más que contrastado de por qué, precisamente en las situaciones de crisis sociales, del tipo que fueren, la creatividad en sentido amplio se pone mucho más de manifiesto, surgiendo obras literarias que establecen cánones nuevos, utilizando esas recién nacidas vías para dejar en evidencia lo pretérito y superar las adversidades que en una sociedad determinada, un país, un lugar cualquiera, se ve compelido -empujado por el azar o el mal gobierno- a atravesar en un momento histórico dado: esos negros túneles auspiciados por las guerras, las catástrofes naturales, las crisis económicas, las hambrunas endémicas, etcétera.
Momentos todos, o casi todos, más cercanos a la animalidad que a la humanidad, en donde la fuerza del pensamiento, el ejercicio de la solidaridad, la prevalencia del conocimiento razonado, la igualdad entre los seres humanos, o los derechos fundamentales de las personas se diluyen como agua de mayo, olvidando muchos de los logros que de forma colectiva y a fuerza de sangre derramada, sudor y lágrimas, han supuesto el avance y el progreso de todos los que hollamos este trozo de piedra giratoria llamada planeta Tierra.
Sin embargo, de las crisis, de todos ellas, siempre resurge sabia nueva: una nueva literatura.
Esto es una evidencia. Y si no modifica la totalidad de lo existente en el mercado literario, sí hace que se de un giro inevitable -que durará más o menos en el tiempo- para conseguir alterar los planteamientos éticos e incluso estéticos a la hora de escribir, de narrar, de decir o de contar.
Dejemos claro de antemano que las crisis han existido siempre, en cualquier tiempo y en cualquier lugar. Uno de los desencadenantes posteriores de las mismas ha sido el renacimiento de otras cosas, de otras visiones, de otras políticas, de otras revoluciones... y por supuesto de otra literatura.
Pongamos un par de ejemplos:
Después de la llamada primera guerra mundial aparecieron ni más ni menos que el cubismo, el expresionismo, el constructivismo, el dadaísmo, el ultraísmo, el surrealismo y otros muchos movimientos estéticos más cercanos en el tiempo, que, por supuesto, la literatura absorbió e hizo propios, al igual que la forjaron al unísono otras manifestaciones artísticas.
La crisis financiera de 1929 por otro lado, o sea, el hundimiento de la bolsa de Nueva York, vino acompañada de una renovación de la fotografía, del teatro, del cine, y también, cómo no, de la literatura.
¿Hay que aceptar por ello que en épocas de depresiones sociales o de crisis económicas, si es que ambos términos no son sinónimos, que a mi parecer lo son, la literatura como elemento de transmisión de ideas, utilizando el realismo o la ficción pura, se crece, se expande, intentando alejar lo que nos hizo socialmente daño... buscando, oteando un futuro más halagí¼eño, más prometedor y menos desalentador que el que vivíamos?
Pues no lo sé. Pero lo que es obvio es que después de cada crisis nace una nueva mirada, un nuevo catalizador a través del cual observaremos las cosas, las pensaremos, las imaginaremos... Nace en definitiva, otra cultura que intenta enterrar, arrastrar hacia el balcón del olvido, los planteamientos estéticos que acompañaron al sueño que se derrumbó.
Habría que precisar en este punto que una crisis es, por tanto, en sentido estricto, la muerte de algo y el nacimiento de otra cosa.
¿Qué cosa germina? Pues eso vendrá establecido por el devenir y de ello se ocupará posteriormente la Historia si es que no la escriben sesgada, cosa que suele ocurrir porque dicha materia siempre está redactada por los vencedores.
Debemos apuntar respecto a la literatura, que ésta no siempre fue escrita, como bien sabemos. Aunque la palabra "letra" devenga de la latina "littera", es obvio que antes de la existencia de los alfabetos ya existía literatura. Y es seguro también que después de los alfabetos, si desaparecieran -si alguna vez ocurriera la tal cosa-, también seguirían existiendo manifestaciones literarias que no dependen de su presencia de forma ineludible.
Esa literatura sin letras (escritas) es la literatura oral, tan importante como sabemos en otra época y en nuestros días. Cuna que es de los cuentos, de las fábulas, de las leyendas y de todas las historias verbales o gestuales: la mímica, la caricatura, la danza, la música, el teatro clásico griego y el oriental, los títeres, los saltimbanquis... son buena muestra de lo que digo.
Todas, todas esas expresiones estéticas son literatura y no necesitan de las letras -en su concepción como ideogramas- para ser comprendida por todos.
Además, los lenguajes gestuales son una parte importante de la diversidad cultural en Europa y en el mundo. Se basan en códigos manuales y gestuales, y no en sonidos, por lo que no necesitan para nada a las letras, y tienen tantas estructuras gramaticales, sintaxis y léxicos como las lenguas habladas.
Por lo general, cada lengua hablada tiene su homóloga gestual. En todas ellas, el gesto, el movimiento, la melodía... sustituyen a las letras, transmitiendo ideas, mensajes... en definitiva, relatos de algo comprensible para los otros si conocen el idioma.
Pero yo me atrevería a decir aún más, ¿qué es la mitología, qué son las tradiciones, qué es eso que se denomina derecho consuetudinario sino un pasado que se transmite por un proceso de aculturación pero que, sin embargo, aunque pudieran estar escritos, se mantienen de generación en generación por el hábito, por la adaptación de las conductas de los que perteneciendo a un lugar dan por sentado que "algo" ha de ser así y solo así, y que los diferencia del resto de las personas que no conocen las claves, los mensajes del mismo, o sea, el lenguaje: la lengua.
Pero no ampliemos más el campo y acerquémonos un poco, aunque sea someramente, a los soportes, a las formas, a los continentes en que se nos presenta hoy la literatura.
Haremos una corta parada en el libro y en las editoriales.
Si nos asomamos a la vitrina de cualquier librería o pasamos la vista por las ringleras de libros que se venden en las grandes superficies ¿qué encontramos? Desde luego no están las obras de Shakespeare, Dostoievski, Stendhal, Chaucer, Cervantes, Moliere, Milton, Goethe, Whitman, Dickinson, Eliot, Tolstoi, Ibsen, Proust, Joyce, Kafka, Borges, Faulkner, Neruda, Pessoa, Beckett... por citar sólo algunas grandes e indiscutibles plumas de la literatura occidental.
No. No están.
Encontramos en cambio, las obras de personas que han canalizado su escritura hacia la cultura del entretenimiento frente a lo que debería ser el Ideal, a mi entender: que es la promoción de la cultura del pensamiento.
La mayoría de los editores nunca han pensado ni han concebido la literatura como una necesidad, ni como un bien cultural que deba ser expandido entre la ciudadanía cuanto más mejor, sino todo lo contrario, justo como un negocio que busca el beneficio más rápido posible, importándole una higa la calidad de lo que pone en la calle.
Vender... solo se trata de vender. Eso es todo.
Lógicamente, muchos escritores, han de montarse en el carro de la subsistencia o, en los ya consagrados, de la avaricia, escribiendo obras para esa medianía que conforma la sociedad en que vivimos y a la que no le interesa mucho profundizar en nada sino entretener sus días con mensajes más o menos absurdos, pero siempre ligeros; lo que en televisión podríamos llamar telenovelas o programas vespertinos.
Como resultado, obtenemos exactamente lo mismo que la dictadura franquista pretendía con el teatro de su época, ese que fue denominado como "teatro de la buena digestión". Cositas ligeras, sin muchas complicaciones; alegres o tristes, da igual, pero sin mensajes ni contenido alguno. Ese es el factor esencial para llegar al mayor número de clientes posibles, en este caso de potenciales lectores.
De esta forma, curiosamente, y yo diría que conscientemente por parte de los que mueven los hilos del devenir, aparece en la literatura la sombra del pensamiento único, la globalización de la literatura como un elemento más de entretenimiento, en definitiva, la democratización de la mediocridad, y sé que es duro lo que digo.
Los libros son, cada vez más, copias de copias de copias: meras variantes de un mismo guión insulso y pacato. Y esto es lo que hay.
¿Y los críticos literarios, qué hacen en estas circunstancias? Pues seguir también la corriente, premiar con sus opiniones esa misma insuficiencia porque se juegan su salario o simplemente el poder publicar ellos mismos dentro del grupo editorial al que ensalzan. Punto.
¿Qué ha ocurrido con la rebeldía de los poetas, en qué lugar se encuentra en estos momentos el ego de los escritores, el indagar la verdad aunque sea a base de metáforas, en defender la justicia, en destapar los abusos, en demostrar que tienen una mirada propia del mundo que le rodea y que no son eslabones de cadena alguna sino seres inteligentes que tallan una obra propia, original, pero nunca aferrada a los cánones del poder, las religiones o las filosofías imperantes?
¿En que lugar está la conciencia individual propia del ser humano que es capaz de crear, de idear, de soñar...? ¿Dónde, en qué negro paraje se perdió esa libertad necesaria para mirar el mundo y denunciarlo, desenmascararlo, contarlo, redescubrirlo y airearlo...? Y no estoy hablando de literatura social, estoy hablando de literatura en general. Clones. Los libros de hoy están incubados en la seda crematística de las modas y las tendencias, como si una maldición orwelliana recorriera la conciencia de los escritores y de los lectores.
Pero, ¿quiere decir esto que no hay literatura, o que la misma está en crisis? Pues, a pesar de todo lo dicho, yo diría que no. Que la buena literatura existe, solo hay que buscarla. Y que no hay que fiarse de los críticos -aunque yo haga crítica literaria-. Que el hecho de que un libro esté publicado por una editorial de prestigio no da por sentada su calidad, puede que más bien indique lo contrario; que las instituciones de enseñanza no tienen planes adecuados para forjar lectores en un mundo dominado por lo audiovisual, que los gobiernos no aciertan en las políticas de desarrollo de la lectura, que estamos dominados por la ley del mínimo esfuerzo y es mejor sentarse ante una pantalla en donde nos cuentan una historia, que leerla y hacer el atrevimiento de sacar nuestra propia interpretación de los hechos, nuestra versión de lo que nos circunda.
Pero no. Todos los caminos apuntan a que nos quieren impedir soñar, elucubrar, imaginar, pensar...
Pero, repito, la buena literatura existe; se escribió, se escribe y se escribirá. Indaguemos, pues. Dejémonos llevar por la intuición, sigamos el camino de nuestras necesidades y busquemos. Hay muy buenos escritores aparte de los clásicos y los consagrados... que escriben en editoriales de pequeña tirada, de forma artesanal casi, o lo conciben haciendo vibrar su voz en pequeños círculos de lectura. Esos son los grandes artistas de hoy, los que tienen algo que decir, las más de las veces sin prensa ni apoyo de marketing alguno.
Si nos molestamos en indagar un poco, de seguro que encontraremos un montón de libros excelsos que... en una sola vida, en la vida de cada cual, en la que se nos da, nunca podrán ser leídos.
Y no olvidemos lo siguiente, las grandes crisis, los traumas sociales, los desórdenes financieros, los fenómenos naturales que afectan al entramado de la cohesión social, auguran siempre, siempre, un buen momento para la creación literaria, para la buena literatura.
Sigamos por tanto leyendo, y escribiendo.
Paco Huelva
Nota: Para la redacción del presente texto aparte de otros que han sido consultados, he bebido de las siguientes fuentes:
-"Literatura y crisis de las humanidades", de Francisco Rodríguez Adrados.
-"Currículum presente, ciencia ausente", de Graciela Frigerio.
-"La literatura en tiempos de crisis", de Valeria Sabbag.
Totalmente de acuerdo, hace muchos años que lo vengo notando, tengo 43 años y leo desde que se a leer , ya no se escriben libros como "La condición humana", "La Broma" o "El extranjero", libros que cuando terminabas de leerlos te quedaba una intensa desolación, como cuando contemplas el polvo que se levanta de un edificio que acaba de derrumbarse. Incluso los grandes que aun están vivos parece que ya no tienen nada que decir.