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Estío

El verano es un tiempo de ocios dispersos y lecturas variopintas. La largura de los días y el calor de las breves noches invitan a indagar en mundos ficticios. Es hora de seleccionar -no estaría mal pasar del mercado- y acordarnos de algunos tesoros literarios que duermen un sueño injusto a la espera de mejores horas.
Podríamos acercarnos por ejemplo a Valle-Inclán, quien se atrevió a llamar "viejos idiotas" nada menos que a Cervantes y a Echegaray; o a Villaespesa, que escribía tendido en el suelo sobre una esterilla y de quien Cansinos-Asséns afirmaba, que "era un ignorante, pero cantaba por propia inspiración como un jilguero". O a Méndez Bejarano, que tuvo por ídolo a Blanco White; o, por qué no, al extremeño Felipe Trigo, que fue un maestro de la novela erótica y llegó a montar un picadero en la calle del Prado, para acabar como un Werther o un Fígaro pegándose un tiro en la sien en su hotelito de Ciudad Lineal. Si deseamos alguna cosita breve y entretenida mientras estamos bajo la sombrilla, podríamos recuperar algunos cuentos de Saturnino Callejas.
En ese acercamiento a nuestro pasado literario, encontraremos infinidad de nombres que bastarían para llenar todas las páginas de cualquier periódico y aún necesitaríamos el del día siguiente.
Sea como Cagliostro y busque, en esas historias olvidadas de la literatura española, el oro filosofal con que se hacen los sueños. Déjese guiar por el dueto que supone leer un buen libro pensado y escrito en castellano, y olvídese del calor y del sobrepeso alimentando el espíritu con los anhelos y frustraciones de nuestros literatos.