Disquisiciones (2005)
Hay un momento en la vida de cada persona en el que, reflexionando sobre sí, ha de preguntarse si merece la pena el esfuerzo realizado para llegar a ser lo que es. Este curioseo, -aparte de tener muchas respuestas, tantas como individuos-, viene aparejado con el desasosiego que nos produce el hecho de que enfrentados a un espejo, no nos reconocemos en la imagen que nos reintegra. Tiene el espejo esa cualidad de devolvernos una imagen de alguien que se parece a nosotros pero que no somos nosotros.
Vivimos instalados en una quimérica ambigíedad. Nuestro conocimiento de las cosas es tan ínfimo que cuando hablamos o tratamos de comunicarnos con alguien, puede ocurrir que a pesar de utilizar los mismos signos de lenguaje, nuestros ideogramas sean incomprensibles para el otro.
Además, nos han educado para reservarnos, para no decir lo que pensamos. La verdad, nuestra verdad, casi nunca sale a flote, siempre queda escondida. Somos actores que ejecutan un personaje -en la familia, en el trabajo, en nuestras relaciones sexuales, incluso- que nada tiene que ver con el que somos. El mundo es un gran teatro donde la individualidad se pierde para formar parte de una cadena que tira de nosotros hacia un inevitable destino: el modelo de sociedad donde hayamos nacido o estemos inmersos.
Cada uno de nosotros es un pequeño "museo de minucias efímeras" -como denominaba Borges a los periódicos- donde resulta casi imposible no rozar la locura. La capacidad humana para interrogarse tiene estos inconvenientes, podemos perdernos en el camino.
Vivimos instalados en una quimérica ambigíedad. Nuestro conocimiento de las cosas es tan ínfimo que cuando hablamos o tratamos de comunicarnos con alguien, puede ocurrir que a pesar de utilizar los mismos signos de lenguaje, nuestros ideogramas sean incomprensibles para el otro.
Además, nos han educado para reservarnos, para no decir lo que pensamos. La verdad, nuestra verdad, casi nunca sale a flote, siempre queda escondida. Somos actores que ejecutan un personaje -en la familia, en el trabajo, en nuestras relaciones sexuales, incluso- que nada tiene que ver con el que somos. El mundo es un gran teatro donde la individualidad se pierde para formar parte de una cadena que tira de nosotros hacia un inevitable destino: el modelo de sociedad donde hayamos nacido o estemos inmersos.
Cada uno de nosotros es un pequeño "museo de minucias efímeras" -como denominaba Borges a los periódicos- donde resulta casi imposible no rozar la locura. La capacidad humana para interrogarse tiene estos inconvenientes, podemos perdernos en el camino.