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Desencuentros (2014)


No puedo esperar a estas alturas de nuestras vidas que una sonrisa tuya vaya dirigida a mi persona. Tal empresa se me antoja tan difícil e improbable como si tuviese que localizar agua en un desierto. Hace tiempo que llegué a la conclusión de que los oasis existentes en ti -en donde en otra época pude gozar de la inmensa dicha de tenerte- se han secado y hoy son simples espejismos a los que nunca podré dar alcance.
Porque... lo que deseo de ti, lo que ansío con toda mi alma, es la sonrisa abierta y franca de los primeros días y no la tirantez de tu rostro, la brusquedad de tus gestos, ni esos huidizos ojos que no miran de frente a no ser para clavarme, implacables, los acerados puñales que irradian tus enfebrecidas pupilas llenas de odio.
Tus labios, tanto tiempo sellados en un rictus amargo y malintencionado, me hablan -nos hablan- de tu desdicha y de la mía, esa que ha encadenado las palabras en algún lugar de nuestro interior y que nos impedirá por siempre comunicarnos.
Vivimos en silencio; el silencio es el dios que ambos adoramos... que por desgracia veneramos. Y ese silencio, que clama y grita como tormenta desatada, es el principal causante de que ambos nos hayamos convertido en sordos para escuchar nuestros lamentos. Él es el responsable de que nos hayamos perdido en la noche negra en que habitamos..., él es quien no permite que nos encontremos ni siquiera en la estrechez y angostura de nuestra pequeña casa, esa que en otro tiempo levantamos con sacrificio y con austeridad, pero, sobre todo, con ilusiones y con sueños que ahora se han extraviado en algún recodo incierto.
He decidido marcharme. Sé que es lo que deseas y lo que, sin pronunciar palabra alguna, llevas pidiendo hace tiempo, demasiado tiempo. Me iré sin aspavientos, siguiendo la pauta actual de nuestra conducta: sin decir nada y sin preguntar nada; creo que es la mejor forma de enterrar lo nuestro, de esquivar este dolor de vernos como seres muertos.
Cuando... ahora, en unos instantes, después de escribir esto, abra la puerta para marcharme y te vea sentada, entretenida, haciendo como que lees, aparentando que no te das cuenta de lo que hago -aceptándolo-, manteniendo con esfuerzo la inmovilidad de tu cuerpo, me morderé los labios intentando reprimir el sollozo que titilará en mi garganta, sin poder ver ya el venero de lágrimas que surcará tu cara, justo cuando, suave, muy suave, cierre la puerta de nuestra vida en común, de nuestra casa, esa que fue testigo de nuestros desencuentros.
Paco Huelva
Abril de 2014


archivado en:
Agustin
Agustin dice:
02/04/2014 18:01

Espero que solo sea un relato más, porque está escrito de una forma tan real que da un poco de vértigo; es que puede palparse y respirarse ese ambiente cargado de desencuentros, incomunicación, lágrimas y silencios interminables. Muy buen trabajo. ¡Enhorabuena!