Carta para un niño desconocido (2015)
No te conocía, niño, pero he visto tu cara y tu cuerpo en todas las portadas de los periódicos. Te llevan en volandas gente que grita exigiendo venganza; que juran por Alá que lo que han hecho contigo y con un montón de niños más lo pagarán caro. Lo malo de todo esto, niño, es que... los que morirán, no serán los responsables de lo que pasa. Serán más niños inocentes, como tú, y personas que no entienden por qué, después de tantos años, no es posible conseguir la paz.
Muchas personas en todos los lugares del mundo nos preguntamos lo mismo. Pero, claro, a nosotros no nos bombardean -por ahora-, a vosotros sí, hay una gran diferencia, lo entiendo.
No podría explicar por qué ha sido necesario que mueras. Tanto tú como los cientos de infantes muertos en esta guerra infinita -casi- hace que debamos desconfiar de los gobiernos, de la política, de la diplomacia, de las religiones y, sobre todo, del ser humano y de sus objetivos.
No hay que fiarse de nadie, niño, de nadie.
Esto que ocurre es un banquete de lobos que en vez de carne -aunque también- se reparten la tierra, la propiedad de la tierra. Es una cuestión de propiedades, de terrenos, de puro materialismo. Esta casa es mía y yo hago lo que quiero con ella, y al que entre, lo mato. ¡Lo mato, y se acabó! Si una vez se la quité a los palestinos, pues ahora que se aguanten.
Todo es por la casa, deberías comprenderlo, niño. Ellos -los que te mataron- dicen que es suya. Éstos, los que lloran por tu ausencia, también dicen que es suya.
Sé que aún usas chupete; he visto en la foto cómo cuelga de tu cuello muerto un chupete con una cadena de plástico azul -como el color del cielo; tanto el cielo de los hebreos como el de los palestinos es azul, como tu chupete-.
En ese cielo azul, de ambos, está tu Dios y el de ellos. Coexisten allí sin problemas, en lo etéreo; pero sus diferencias las dirimen aquí, matando inocentes.
Si hubieras podido llegar a una edad en la que comprender los libros sagrados de unos y otros, comprobarías que esto fue siempre así. A Dios nunca le importaron los sacrificios, todo lo contrario: los hombres lo hacían y lo hacen en su gloria, en su honor.
Muchos entenderán tu muerte en clave del sacrificio que ha de hacerse a los dioses. Y eso es lo que harán tus familiares. Yo no puedo entenderlo así, perdóname niño; lo tuyo y lo de los demás niños es un vulgar crimen. Vuestros asesinos tienen nombres y apellidos. Los países que lo propician y permiten, también.
Tus padres, tus hermanos y los amigos y conocidos de tu padre y de tus hermanos se han ido a enrolarse en las milicias. Lo mismo han hecho los familiares y amigos de los demás niños muertos.
Israel y sus allegados liberales han decidido seguir matando a inocentes. Demasiados errores ya, para creer que no son objetivos claros y nítidos, de esos que se despliegan en la mesa de operaciones militares y se escogen para producir un efecto psicológico en la población civil que les obligue a replegarse, a rendirse.
Pero, a veces, los objetivos militares, tan inocentes en el papel ¿verdad? -porque el papel no está manchado de sangre: la sangre y el dolor quedan en los campos de batalla y en los corazones de miles de hombres y de mujeres vilmente agredidos-, se convierten en dagas que cortan las manos, lo sentimientos y la vida de los que fenecen; pero, a los estrategas, tal cosa les da igual.
¡El objetivo es el objetivo y no caben sentimentalismos!
No habrá solución mientras que los judíos israelíes y los árabes palestinos no dispongan de dos Estados soberanos perfectamente delimitados y reconocidos por toda la comunidad de Naciones.
Intelectuales de un lado y de otro, comprometidos con la paz, así lo afirman: pero eso no interesa a los gavilanes de uno y otro lado.
Si tuvieras más edad, te explicaría niño, que el negocio de la guerra está por encima de los intereses individuales y colectivos. El negocio es el negocio, dicen los anglosajones. Los detentadores del poder económico propician los escenarios adecuados; a la ciudadanía, sea del credo y nacionalidad que fueren, sólo nos queda una cosa, poner los muertos cuando nos toca.
He escaneado tu foto, la tengo guardada en mis documentos por si alguna vez te me vas de la memoria. Sé que eso sólo es un gesto de nostalgia, de rabia, pero no deseo olvidarte.
Sé que hay muchos ejemplos como el tuyo en muchos lugares, por circunstancias además diversas. Pero, a ti, a un niño sin cara, que ya la tiene aunque no tenga vida, te escribí un poema no hace mucho.
Hoy me arrepiento de haberlo hecho porque todo lo que manifestaba se ha cumplido: "Los dioses te mataron /y los hombres fueron su instrumento..."
¡Hasta siempre, niño!
Paco Huelva