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Atrapado


Supongamos que soy un ingenuo, vale. Posición que si la medito puede ser cierta. Bueno... entonces, mientras ando por el mundo con mi ingenuidad a cuestas, de repente, una persona honorable, digamos tipo banquero de picos pardos, funcionario del FMI, empleado del Banco Central Europeo o "bicho" similar, me dice -a usted también, no se haga el listo porque es otro pardillo, como yo-: "El asunto está tremendamente jodido, hay que apretarse más el cinturón". Y usted, claro, acuciado por las circunstancias y siguiendo la voz de los oráculos, intenta apretarse un punto más la correa. Pero, se da cuenta con horror que el cinturón ya no tiene más agujeros, y usted quiere cumplir porque siempre fue una persona de orden, y le entra una angustia que empieza a comerse la uñas, a mirar para un lado y para otro, a indagar aquí qué coño pasa, y no se entera de nada, mucho más cuando observa que los demás también están llegando al límite de lo soportable, y que, incluso, hace tiempo que se le acabaron las uñas, y el paro, y la ilusión, y todo, y andan caminando a gachas por las calles del mundo, quejándose de un liberalismo imparable que ha hecho posible que los que nos metieron en este lío queden impunes y además, sus errores financieros o sus manipulaciones, que vendría a ser lo mismo, la tengamos que pagar nosotros, no ellos que fueron los artífices de todo esto, sino nosotros, todos los demás. Y quiere apretarse el cinturón y no puede, y llora en silencio, cobijado en la solidaridad de otros muchos que andan en las mismas tareas, y otea el horizonte mirando un país y otro, y en todos ocurre lo mismo, el capitalismo ha ganado la batalla, la madre de todas las batallas y ahora ya, todos, en un mismo barco, el único barco, navegamos en esa nueva arca de Noé que se han inventado los especuladores, los verdaderos dioses del mundo -siempre lo fueron, dejémonos de absurdas monsergas- para aumentar sus ingresos, y a los demás, a todos, que nos den, y se cabrea, y de nada vale. Y mira las imágenes de lo que ocurre en Irak, en Siria, en Palestina o en otros lugares, y se dice "pobrecillos, ellos están peor", pero sabe que el consuelo no se come ni sirve para pagar las letras, ni para comprar zapatos a los niños, ni comida en el supermecado de siempre, donde entra ahora, cabizbajo, para adquirir lo imprescindible... Y así, un día y otro. ¿Hasta cuándo?, -se pregunta-. Pero no obtiene respuestas, y sigue caminando mientras puede, soportando lo que le echen, lo que le dejen, hasta el fin, hasta la muerte. Sin enterarse de nada, ciego. Vivió ciego toda la vida y no lo sabía, y tiene cojones la cosa que eso sea así en la era de la información, en la de las comunicaciones instantáneas, y después de la reflexión, que tampoco se come ni sirve para pagar deudas, se va a casa, derrotado, buscando la fuerza necesaria para comenzar un nuevo día sin reventar el sistema haciendo una barbaridad, y sin encontrar el valor para ahorcarse o quitarse de en medio, o para salir del mundo, de este puñetero mundo de alguna otra forma, si es que la hay.