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Atentado contra la inteligencia (2014)


La mayoría de los actos que realizamos tienen una finalidad, nacen de un propósito intelectual. Por ello, quienes cometen un atentado o, mejor dicho, quienes ordenan su ejecución y quienes los llevan a cabo, entienden -si es que no han perdido la razón- que dicha acción está justificada, que debe realizarse.
Para los no violentos aceptar esta premisa no es fácil, por su incongruencia. Pero, es así como hay que afrontar toda clase de terrorismo, pese a que nos duela.
No estamos ante actuaciones individuales nacidas de enfermedades psicológicas más o menos transitorias. Lo que tenemos enfrente son ejércitos organizados que utilizan el terrorismo como arma disuasoria para conseguir fines concretos y específicos.
La vida del ser humano nada vale en este contexto; es más, la vida de los otros, de los que mueren, mientras más apocalíptica sea, más terror produce en la población y en mejor situación deja a los terroristas para negociar. Esto es así aunque tales argumentos arañen el "alma" y la sensibilidad de quienes todavía conservan la misma. Hay que desterrar la ingenuidad de nuestros planteamientos. El terrorismo no es un accidente, es la consecuencia de actos premeditados que persiguen un fin, reitero.
El monopolio del terrorismo no lo tienen sólo las organizaciones extremistas y radicales, también son propiedad de muchos Estados, incluso de los que basan sus acciones a lo contenido en una Constitución que aboga por el mantenimiento de los derechos de la ciudadanía, especialmente el derecho a la vida.
Los servicios de inteligencia de todos los países saben mucho de lo que hablo. Todo. Lo saben todo. Por eso sus acciones se llevan a cabo en la sombra, en la parte nada diáfana, oscura, de cualquier país. Y esto es un contínuo realimentarse que, desde luego, siempre favorece a algunos que por lo general no salen en los papeles ni en las fotografías.
Una desgracia, vamos.
Los ciudadanos estamos ajenos a estos negocios. Sólo ponemos el asombro, el miedo y los muertos. Una pandemia la del terrorismo que no es nueva, siempre existió desde que nos agruparnos en hordas, en tribus, y empezamos a dirimir las diferencias no con la palabra sino con el arma. Y el miedo, el terror, es el arma más poderosa que existe porque elimina la capacidad de pensar y da paso a los ardores de la sangre, de los impulsos, de la fe ciega en el ojo por ojo.
La guerra, tal como la entendemos, finalizó con el siglo XX. Es más barato, eficaz e impactante, y con un coste inferior tanto material como de pérdidas humanas para quienes la ejecutan, realizar un acto terrorista. Lo que se denomina guerra de guerrillas; que nunca es incontrolada, no nos engañemos. Este tipo de acciones está perfectamente diseñado, al milímetro.
Mantener varias células dormidas en el país que se intenta desestabilizar -dentro de la mezcla racial, religiosa e ideológica que hoy compone la sociedad- es muy fácil. Lógicamente, no caben esgrimir motivos xenófobos, ideológicos o religiosos para buscar la solución al problema. Eso es muy simple y además erróneo.
La fuerza de las organizaciones terroristas está en la voluntad de sus integrantes para cometer actos delictivos, no en el color de su piel ni en su credo.
La única salida posible a los extremismos está en la cooperación internacional -invirtiendo económica y culturalmente en el desarrollo de los pueblos más desfavorecidos- y en la colaboración de los servicios de inteligencia. Pero, esto último, la colaboración de los servicios de inteligencia, está más que demostrado que no es viable. Por qué. Pues porque nacieron precisamente para realizar todo aquello que no puede hacerse públicamente y con garantías procesales. Punto. A veces no es que estén al borde de la ley, es que están fuera de la ley. Es un suprapoder dentro del poder, que, las más de las veces éste no controla. Ejemplos hay millares en la Historia.
¿Cómo hacer para desenredar el nudo gordiano? No queda otra, aunque suframos, que mayor dosis de libertad, de transparencia, de control sobre lo oscuro y mayor cooperación. Y el que la haga, que la pague; pero con la justicia como garante, con luz y taquígrafo.
El impulso histórico de resolver las contiendas a base de esgrimir las armas... el mayor o menor peso de la fuerza militar, a lugar alguno conduce; sólo al enraizamiento, al enquistamiento del mal que tarde o temprano reaparece para alegría de la industria armaméntistica, ese eslabón perdido al que nadie alude y que tiene buena parte de culpa de que las guerras sigan existiendo.
La industria de la guerra con todos sus actores, Estados incluidos, es la culpable, la adalid incluso en muchos casos, de la mayoría de los actos terroristas que se producen. Esto es puro Negocio. Y en estas transacciones la ética no existe.
Si siguiéramos el rastro de la venta de armas, nos asombraríamos al comprobar a qué sitios y países nos llevan. En qué lugares están los orígenes reales de los conflictos. Porque, sin armas, no hay conflicto: no hay terrorismo.
Paradojas de la Política en su amancebamiento con los Negocios. Lo malo es que nos quieren vender -y lo consiguen- otras cosas, atentando contra el menor atisbo de inteligencia de la ciudadanía.
Es más, lo propio sería que ante un artículo como éste me tachen de radical, de antipatriota, de alterador del orden, de antisistema... incluso de terrorista.
Pero no importa, allá cada cual con su conciencia.
Paco Huelva
Septiembre de 2014