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UNA CASA DE LOCOS

Mi pillaron. Me sorprendieron. Sin la menor razón para sospechar que me vigilaban, invadieron mi casa y la convirtieron en una casa de locos. Cuando menos lo esperaba; bueno, en realidad algo así nunca lo había imaginado. Más bien al contrario, soy yo el que desde que conozco su existencia he cavilado sobre el modo de sorprenderlos, como ya he dicho aquí.

Pero estos Invisibles son inprevisibles (y capaces de rimar consonantemente por lo que veo). Y les gustan las chuches y el buen gí¼isqui.

En mi soledad, algunas veces "juego" a que no estoy solo, imagino compañías, reuniones, conversaciones, y monto un escenario -quienes me conocen, saben de mi afición al teatro- adecuado para darles verosimilitud.

Pues bien, coincidiendo con el hecho de que, por miedo a engordar demasiado, dados los precios actuales de la ropa de calidad, normalmente me privo de frutos secos, papas fritas, licores y demás, decidí montar una de esas reuniones imaginarias, por lo que me largué al super de la esquina y me traje un surtidito de picoteos de los citados. Bebidas no compré porque tengo un fondo, ya con solera por el mínimo uso que yo de él hago, desde hace años: una botella medio llena de pacharán desde hace unos 28 años, otra de gí¼isqui que me regaló una sobrina hará unos 8 o 10 años, y así unas cuantas más.

Preparé una mesa camarera con las bebidas y distribuí cuencos con el tapeo seco por sobre las mesas de mi cuarto de estar, encendí las luces adecuadas y, cuando me disponía a tomar algo y pensar en una brillante conversación con mis mejores y ausentes amigos, comprobé que puñaditos de almendras y maní ascendían desde los cuencos y desaparecían entre ruidos de mascada, que las botellas escanciaban sus contenidos y que los cubitos de hielo eran atrapados por las pinzas para caer en los vasos acto seguido.

Me aticé dos bofetadas y un par de pellizcos, me tiré de las orejas y me presioné la nariz, con sacrificio porque debía de tener algún moquillo duro, lo que me llevó a la conclusión de que estaba despierto: despierto, pero no solo sino con los Invisibles allí, una vez más tomándome el pelo. ¿Cómo demonios habían entrado? ¿Cuando vine del hiper, mientras me quitaba el chaquetón, que había dejado la puerta entreabierta? ¿Cuando, tras almorzar, abrí la la de la terraza para ventilar la habitación? En cualquier caso, es obvio que su labor de vigilancia es digna de la mejor peli de espías.

terapia-de-grupo.jpgCreo que me volví loco y, aunque no recuerdo cómo, debí de pedir ayuda al 112 o a "Salud responde". Y lo digo porque, pasado un rato, o al menos eso creía yo, allí estaban un tal Obama y un psiquiatra. Oía voces sin que hubiese fumado ni bebido nada, no me había dado tiempo; hablaban de neurosis, de esquizofrenia, de inyecciones de trementina, de URAs, comunidades terapéuticas y cosas así. También del SAS y los déficit de personal ... Hasta de psicodrama oí hablar. Decididamente, los Invisibles habían convertido mi casa en una casa de locos. Yo, el más grave. Inofensivo, pero grave. Cualquier día, los vecinos se irán dando cuenta y puedo tener problemas.

Cuando quise acordar estaba solo y recogiendo los restos del papeo.
archivado en:
MANUEL RUBIALES REQUEJO
MANUEL RUBIALES REQUEJO dice:
23/01/2009 01:44

Manué, compadre, yo creo que una buena solución para desfacer el entuerto misterioso en el que te veo envuelto sería, no me cabe lugar dudas, hablar con Esperaza Aguirre y pedirle que te "empreste" su equipo de espionaje de la Sta. Pepis, que la moza del asunto misterioso sabe un wevo y seguro que te echa un cablecito.
Abrazotes.

lorquiana
lorquiana dice:
23/01/2009 05:26

"psicodrama"

rafaleon
rafaleon dice:
23/01/2009 11:39

¿Y no sería, mi estimado Barbonauta, que se cepillo usted esa media botella de Pacharán con tanta solera? Aunque, no, que si apareció Obama, sí que debió ser cosa de duendes.

Un abrazo.