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Y VINIERON LAS FLORES

(vídeo de amor dedicado a Concha Caballero Díaz por Manuel Gualda Jiménez)

9. MENÚ ROJO CON PARAGUAS AL CABELLO CAQUI (1985) - Novena puntata:

gimnasio.jpgACOMODANDO MÚSCULOS
(Resumen de lo publicado: mejor lee las puntatas anteriores, que no lleva mucho tiempo).

-Pos la verdad, señor detective, la gente, hoy día, hace cosas mu raras: ¿cómo se va uno a fijar en tó er que viene vestío de cualquier forma? Y pa mí, los chándals ésos son una porquería de ropa y los que se los ponen, más estrafalarios tavía, porque, amos a ver, ¿a quién se le ocurre correr por correr, como no sea a un majara? ¡Como si la vía no nos diera ya bastante la coña! Pos na, esos tíos, encima a pringar por pringar. Y seguro que cuando estaban en la mili mentaban a los muertos de los oficiale por hacerlos correr ...

La mente ordenada de Peyró no soporta los serpenteantes razonamientos del acomodador, aunque coincide con su opinión sobre los chándals dada su devoción a la perfección sartorial, y le corta:

-¡Ejem!, Señor Curro, por favor, entiendo que sus opiniones son interesantísimas pero, ¿podría contestar a mi pregunta? ¿Vio entrar al señor Jimeno en el cine o no le vio?
-Pues la verdá, no m'acuerdo, mir'usté.
-¿Y cómo puede ser? La taquillera me ha dicho que vendió 10 entradas para esa sesión.
-Ya lo sé, pero como había unos cuantos en chándal, pos yo no sé si vino solo o con otros tíos, y no me fijo en las caras, como no sea en las de las chavalas guapas.
-¿Dice Vd. que había varios en chándal?
-Claro, hombre, ¿no ve Vd. el gimnasio de ahí enfrente? Pos como esa gente no bebe y les gustan mucho las películas de cates, siempre que hay una se vienen p'acá cuando están cansaos.
-Entiendo ... en fin, veamos qué dice su compañero.

Mientras Curro va en busca de Manolo, Peyró reflexiona: si el chándal no está muy mojado aunque sí algo sucio se puede deducir que ha sido usado, pero que el trayecto recorrido antes de entrar en el cine no ha sido muy largo. La proximidad del gimnasio puede explicarlo, de modo que se acercará por allí.

La llegada de Manolo, interrumpe sus reflexiones:

-Vd. dirá, señor detective ...
-Siéntese Manolo, y vea de recordar algo más de lo sucedido anoche. Vd. ha declarado que no vio entrar al teniente en el cine y que, por tanto, no sabe si estaba solo o acompañado ¿no es así?. ¿Y cómo se explica esto si sólo se vendieron 10 entradas?
-Es que como había poco jaleo, yo fui a tomar una tapa ahí al lado, con la condición de que luego iría Curro. Así es que yo no estaba aquí y desde que volví hasta que lo encontramos no entró nadie.
-Pero alguien pudo salir, ¿no?
-Puede ... pero no nos fijamos. Como es sesión continua, la gente entra y sale y si en esos momentos estamos charlando o leyendo el Marca, pues no nos damos cuenta.
-¿Y cómo no declaró todo esto antes?
-Vera Vd. ... es que el asunto del trabajo en esto del cine está muy mal y si el jefe se entera de que he ido al bar, pues puedo tener problemas, ¿me comprende? Yo le ruego que no diga nada, ya me entiende.
-Pierda cuidado, por mí no sabrá nada su jefe.

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Una sinfonía de resoplidos, olor a sudor y linimento, vapores dulzones de duchas y la humedad correspondiente confirman a Peyró que ha llegado a un apéndice del imperio del músculo.

El paisaje interiorista que divisa diríase que es anatómico, pues abundan los biceps, triceps, cuadriceps y toda clase de "iceps" que imaginarse puedan, todos ellos en tensión, brillantes, sudorosos ... ¡Y que cachotas!

Tras entrevistarse con el gerente del gimnasio, un cabo suelto queda amarrado: el occiso no estuvo allí porque, no siendo socio, no se le habría dejado entrar y el conserje afirma que nadie desconocido estuvo el día de autos.

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Luna no se explica la presencia de los pelos en el paraguas a no ser que se le pegaran en el cine, al colgarlo en el respaldo de la butaca dando con la punta en el suelo: lo único que puede decir a sus padres es que lo llevó y que lo trajo de vuelta, que sí, que estuvo con el novio en el trastero y que se lo dejaría allí. Siendo, como es, una chavala formal, buena persona, buena estudiante y buena hija, los padres la creen. Acto seguido, con repelús y con guantes de goma, la madre despega los pelos, los quema en la candela y limpia bien el paraguas, antes de dejarlo en el paragí¼ero.

Moncha y Bololo recomiendan a su hija que no cuente a nadie que vio dicha película ni que estuvo en el cine ese día, precaución que también debe adoptar el novio. Así lo acuerdan y así lo hacen.

Fin de la novena puntata