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8. MENÚ ROJO CON PARAGUAS AL CABELLO CAQUI (1985) - Octava puntata:


MENÚ EN ROJO
(Resumen de lo publicado: mejor lee las puntatas anteriores, que no lleva mucho tiempo, de verdad).

Parece un vampiro de película con las comisuras de los labios manchadas de rojo. Su lechosa faz, punteada de negrillo por la barba mal afeitada y los huidizos ojos, refugiados tras los reflejos de las lentes, completan la ilusión. Mas su vampirismo está perfectamente ubicado en el tiempo: se trata del chupatintas bancario que mejor calcula los intereses, especialmente si son con recargo, tarea con la que disfruta a modo. No chupa la sangre física, no, sino la monetaria. Lo de las comisuras enrojecidas tiene otra explicación y es que, cuando desayuna, no se limpia la boca y los restos de manteca colorá quedan ahí como ambiguo símbolo de lo que pudo haber sido y no fue.


Con verdadero dolor atiende al par de extraños individuos que le presentan la American Express para sacar una pasta flora. "Con la facha que tienen, piensa, ¿cómo pueden manejar tanto dinero?". Efectúa toda clase de comprobaciones y no tiene más remedio que darles el pastón, "qué le vamos a hacer", pues no hay el menor resquicio que permita negárselo.


Musculitos y el Chino han quedado fascinados ante el chupatintas. No comprenden que pueda existir nadie con aspecto de tan poca salud, que además sea tan lento y que, por contra, pueda contar el dinero con esa rapidez. Ya que ha cobrado, Musculitos siente hambre y le pregunta al bancario que dónde podrían desayunar. Éste les da la dirección de su cafetería habitual y a ella se dirigen dispuestos a probar esa famosa manteca colorá que tan decorativa queda en las comisuras labiales.


En la cafetería pueden ver que se trata de una rojiza y translúcida masa de manteca de cerdo que adquirió tal color a base de pimentón -otra vez el pimentón-. Según como la miren adquiere un aspecto gelatinoso que sugiere la idea de inminente resbalón. Estiman que podría usarse, al menos no parece haber óbice para ello, para lustrar zapatos rojos, bien que sin garantizar resultados en cuanto a permanencia del pigmento. Les llama la atención la uniformidad de la emulsión que implica una técnica depurada a lo largo de ¿años?, ¿siglos?.


Pero un pote cercano les anuncia que existe otro modelo de manteca colorá en el que se aprecian trozos de materia oscura que bien pueden ser coágulos de menstruos o trozos de víscera; parece que más bien lo último, pero semejan lo otro, algo así como si se hubiese metido en el congelador una menstruación copiosa y luego se comiese, untándola parsimoniosamente en medio bollito recién tostado, para ir tomándolo entre sorbo y sorbo de una taza de café calentito.


Musculitos tiene buena boca y el Chino ha comido de casi todo en su agitada vida; por tanto, son capaces de catar la manteca colorá y a ello se aplican. Mientras untan, el Chino piensa que sería el desayuno perfecto para un día en que el almuerzo tuviese como plato principal la raya en pimentón, objeto de sus más recientes afanes.


Terminan de desayunar y se dirigen al ayuntamiento, donde les indican amablemente las direcciones de las diecisiete oficinas y nueve negociados que han de visitar para abonar la multa y recoger el coche. Cuando por fin lo hacen están semiagotados -tampoco estaba previsto el ritmo de vida del españolito medio versus la administración en los entrenamientos de los espías- y, puesto que es la hora del aperitivo, lo toman allí cerca: dos vermuts rojos con unos pimientos morrones de tapita.


Hace tiempo desecharon la idea de regresar en avión y adoptaron la alternativa B, consistente en tomar en Lisboa un barco que los llevase a Macao y, desde allí, organizar su viaje al punto más lejano de la lejana China. No tienen prisa: el periódico de la ciudad y los comentarios de las gentes achacan la muerte del patatero a una indigestión de mariscos. Ellos no dan crédito a sus oídos, pero como nadie les molesta, nadie les sigue, nadie les pide documentación ni nada por el estilo, piensan que nadie está cuerdo y que como les dé por ir con alguna prisa pueden señalarse, de modo que ... tranquis.


Deciden comer en ruta y, tras pagar la cuenta, suben al auto y parten hacia la frontera con Portugal. Consultan el mapa y deciden que Lepe es un buen lugar para el almuerzo, pues conocen la fama de sus fresones lo que puestos, como están, a la tarea de comer y beber rojas viandas, hace que no se les ocurra postre mejor para redondear un menú en rojo.


Así pues, Chino y Musculitos, confiadamente, tarareando el himno de los espías




enfilan, pletóricos de decisión, el camino hacia Lepe ...


******


Cuando Bololo aparece en casa, paraguas en mano, Moncha, que tiene una muy aguda vista se da cuenta de que el adminículo lleva pegado algo en la mismísima punta:


-Parecen hilos de color caqui ...
-¿Hilos caquí? Si aquí no hay militares.
-Ahora que hablas de militares, ¿no han dicho por la radio que el militar ése que ha muerto en el cine tiene unos pelos de color caqui?
-Espera un momento, vamos a ver. Trae la lupa y miraremos mejor ... ¿A ver?... enfoca bien la luz aquí ... ¡Atiza! Esto parecen pelos, además, se ve el bultito ése que tienen por abajo, ¿sabes a qué me refiero?, como si dijéramos la raíz del pelo.
-¡Ay, Bololo, que pena más grande!
-¿Qué te pasa ahora? ¿Porqué chillas así?
-¿No te das cuenta?: si yo le di el paraguas a Luna, si el paraguas no aparecía, si ahora aparece en el trastero y con los pelos caqui ahí pegados ...
-... es que Luna ...
-... ¡¡Se ha cargado al militar!!
-¡¡Ayyyy, que pena más grande!!

Fin de la octava puntata.

archivado en:
MANUEL RUBIALES REQUEJO
MANUEL RUBIALES REQUEJO dice:
18/01/2009 14:46

Ole ahí esas tarrinitas de manteca colorá con to sus avíos...
Un abrazote Manué