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7. MENÚ ROJO CON PARAGUAS AL CABELLO CAQUI (1985) - Séptima puntata:

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PESQUISAS Y DILIGENCIAS
(Resumen de lo publicado: mejor lee las puntatas anteriores, que no lleva mucho tiempo)

La imagen entrañable de la señora Magrete majando el gazpacho junto a la ventana de la cocina vuelve a inspirar a su esposo:

-¿Ha sido identificado por la familia?
-Sí.
-Pues sigo sin ver claro.
-Yo tampoco, comisario - Peyró separa sus manos, desentorna los ojos, contiene un estremecimiento de las guías del bigote y prosigue-. Porque, veamos, ¿cómo se explica que un señor vaya al cine en chándal con tiempo de intensa lluvia, que dicho atuendo no esté muy mojado, que haya entrado sin billete y que se ponga a "ver" la película con la cabeza agachada y el culo en pompa? Desde luego es un caso claro para que las pequeñas células marrones se pongan a trabajar de firme.

Algo solivianta al primero Segundo:

-Señor inspector, ¿no son grises esas células?
-Pero hombre, Segundo, eso era antes de la transición ¿o no se ha enterado Vd. de que ahora su uniforme es marrón?
-¡Ay, sí, sr. inspector, qué despiste el mío! Vd. perdone.
-Nada, nada, perdonado.
-En fin, Peyró, continuemos: estoy de acuerdo con lo que Vd. dice pero es que además no entiendo que si un señor se harta de marisco y se pone malo se vaya al cine en vez de a urgencias.

El cabo primero Machichaco Segundo piensa en sus cosas, y sus cosas, últimamente, forman un universo reducido a sólo su hijo Macarro que, a sus 18 años, le ha salido raro. Y no es que sea maricón, no, sino moderno ... Que si fuese maricón, ¡coño!, sería mala cosa según su ibérico machismo, pero al fin y al cabo algo dentro de lo posible en una familia cateta como la suya, que siempre ha habido parguelas en los pueblos. Pero moderno ... ¿cómo ha podido ocurrir?

Lo que desconcierta al primero Segundo es que no sabe qué hacer: a un maricón se le muele a palos si hace falta aunque tenga 18 años, pero a un moderno no queda ni el recurso de bañarlo y pelarlo, que bien que se lava y perfuma y se pasa horas en la peluquería poniéndose los pelos tiesos y de colorines, que parece un papagayo.

La modernez de Macarro es de las agresivas y ahí le duele al primero Segundo, que ya los vecinos y colegas se van dando cuenta y empieza a tener que sufrir toda clase de mofas, befas y escarnios, es decir, que sin dar otros motivos de queja, el Macarro hace de ladrador, cantante dice él, en uno de esos grupos de rock urbano duro que parecen el ruido de una carpintería, con lo que a veces compone coplas desinhibidas e iconoclastas como aquélla que le ha hecho famosete entre las chorbas del barrio:

¡Mi padre iba de putas,
mi hermano a los masaaaaaaaaajes!
¡A Tere de Calcuta
le hacen homenaaaaaaaaaaaa ... jes!
¡Chun, chun, chun,chun, ....


-Pero, ¿en qué piensa Segundo? Parece que está Vd. en la inopia.
-Perdón, señor comisario, se me ha ido el santo al cielo.
-Bueno, pues menos despistes y al tajo; le digo que coja a un par de números y se va Vd. a ver a la familia del muerto. Tiene que preguntarle que dónde, porqué, cuándo y cuánto marisco ha comido. Además, le pregunta a la mujer que porqué ha ido al cine en chándal y sin paraguas, gabardina ni nada parecido, ¿entendido? Cuando lo tenga, que le firme una declaración.

Al salir, el primero Segundo se va despojando del traje de buzo, tarea en la que le secundan sus jefes.

-Y Vd., Peyró, que es menos bruto -colérica mirada, brillo asesino, nudillos blancos- se va a ir al cine E y va a estrechar a preguntas a todo el que se tercie, porque con la crisis que hay en los cines yo no me creo eso de que no se acuerden de él. Si lo ve necesario, se lleva a dos números también, pero véngame con resultados. ¡Andando!

Peyró se incorpora con cuidado, comprueba la perfecta verticalidad de las rayas de sus pantalones, se encaja concienzudamente la chaqueta cruzada, establece el paralelismo del borde del pañuelo precordial al filo del propio bolsillo que lo cobija, se sacude dos motas del hombro izquierdo y, tras obsequiar a Magrete con su más despectiva mirada, ejecuta un intachable giro de 180º, con lo que se encamina, decidido, hacia la salida. Al girar, un cegador destello de su perfecta calva hiere las retinas de Magrete.

Éste, solo al fin, eructa a placer y una devastadora vaharada de ajo inunda la estancia. El comisario, ya desahogado, recoge el impermeable y sale, con un Ducados en la boca y el mechero preparado, dispuesto a informar al Jefe Superior.

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Chino y Musculitos están hasta el gorro: que dos espías internacionales como ellos hayan tenido que pasar la noche en una fonducha de mala muerte, pase, porque a la hora de camuflarse hay que hacer cualquier cosa; que tengan que esperar a que abra el parque de la policía de tráfico para recuperar el coche, también, pues para no despertar sospechas, hasta las multas se pagan, que para eso son las dietas y los gastos de representación; pero que para sacar dinero con la American Expréss tengan que esperar a que el chupatintas bancario vuelva de desayunar, eso no está previsto en ninguno de los durísimos cursos de entrenamiento de la Organización. Piensan, desmoralizados, que no tendría ninguna gracia fallar la misión por culpa de un café con media de manteca colorá.

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El primero Segundo está un tantico así de perplejo: él ha creído siempre que cuando a alguien de uniforme lo matan todo el mundo debe estar muy triste y muy cabreado, que para eso se traga todos los telediarios y las arengas de los ministros, pero al interrogar a la viuda del teniente muerto, lo que le ha dicho la buena señora es que su marido no ha comido marisco en su vida porque le da miedo de intoxicarse y que se habrá muerto de tanto correr, que con su edad no estaba ya para esos trotes. Esto explica que fuese en chándal y no llevase paraguas ni gabardina. Tampoco la ha visto llorosa y compungida, sino con aire de cabreo e, incluso, haciéndole un comentario pelín fastidiada:

-¡Ea!, me deja viuda y encima nadie sabe dónde ha dejado el coche, con la falta que me hace para ir al hiper.

Fin de la séptima puntata.