TERRORISMO PATRONAL
Las condiciones de trabajo en su oficio rozaban la indignidad, pero la llegada al mismo de personas no analfabetas, ni siquiera funcionales, propició un clima nuevo de reivindicaciones, a lo que se unió el hecho de que los más veteranos eran gentes con un gran complejo de inferioridad que vieron, en las reclamaciones de los recién llegados, la oportunidad de conseguir un ascenso en la escala social, aunque sólo fuese por la nueva, y eufemística, denominación de su trabajo. Al mismo tiempo, confiaban en dirigir el movimiento utilizando la veteranía como un importante grado en el "concurso de méritos", dándose el caso de reclamar presidencias por antigí¼edad.
Hubo asambleas locales, provinciales y regionales y, como colofón, se convocó una asamblea de carácter nacional en la que estuvieron presentes representantes de treintaiséis provincias. Todo se presentó como preacordado por los veteranos, pero éstos no habían contado con la presencia de un grupo de jóvenes representantes de diversos puntos del país, que no buscaban reconocimientos personales sino mejoras de tipo laboral, social, formativo y que no basaban la dignidad del oficio en los falsos oropeles ni en los eufemismos, sino en el trabajo diario realizado con dignidad personal.
No se conocían de antes, no habían tenido contactos de ningún género, pero cuando uno de ellos, representante de una provincia pequeña y mal comunicada, expuso con lógica, bien decir y aterciopelada voz los objetivos que deberían cumplirse y el camino para llegar a ellos, la mayoría de los reunidos reconoció al líder que necesitaban. Y la asamblea se transformó por completo y eligió como coordinador a dicho joven.
El equipo de trabajo, por él coordinado, comenzó a funcionar a pleno rendimiento, lo que provocó de inmediato las zancadillas de los veteranos y el ninguneo de la patronal, no obstante lo cual, y poco a poco, en los ámbitos provinciales dirigidos por la generación más joven, se fueron alcanzando objetivos impensables en las provincias mayores que controlaban los veteranos.
Los patronos vieron un peligro en esa unidad de acción y en los logros que iban obteniendo, por lo que se aliaron con los más serviles de sus veteranos, les ofrecieron canonjías que, naturalmente, no estaban dispuestos a conceder y trazaron un plan de acción, que comenzó con el estudio detallado de las costumbres del líder en su ámbito laboral. Contaron, para ello, con la ayuda del sindicato amarillo de limpiadoras, ya que dichas trabajadoras pasaban inadvertidas en los centros de trabajo, no eran siempre las mismas porque la agencia subcontratada las cambiaba con frecuencia y, yendo de uniforme, era más difícil reconocerlas.
El joven líder fumaba, aunque no mucho y sin tragarse el humo, porque su jornada laboral y la actividad sindical le impedían ver la televisión y no se había enterado de las campañas incipientes contra la costumbre de fumar.
Tenía la costumbre de ir al servicio cuando terminaba el trabajo aunque no le urgiese, porque el trayecto de vuelta a casa era largo y quería caminar sin el apremio de necesidades sobrevenidas. Pero aquel día, además, sintió necesidad de obrar, quizá por el tipo de brebaje espeso que habían comido cual si sopa fuese.
Y cuando iba a los servicios constató que no tenía un pitillo que llevarse a los labios mientras, entre apretón y apretón, leía una revista que había encontrado en el vestuario, de modo que se lo pidió a la secretaria que siempre se rezagaba en la salida. Sólo quedaban ellos dos en el edificio. Bueno, y la limpiadora, pero ésta era parte del paisaje o del mobiliario.
Exoneraba el vientre tranquilamente, leyendo un artículo sobre la inmortalidad del cangrejo y paladeando el sabor del bisonte, cuando sintió una sensación de picor en la garganta:
- ¡Joder, que fuerte se ha puesto el tabaco! ¿Será el cuerno del bisonte?
Y tosió, al tiempo de ver un espeso humo blanco que entraba por debajo de la puerta. La sensación era espantosa y comenzó a sentir la falta de aire. La densa nube blancuzca agrisada ascendía con más rapidez de la que le convenía, de modo que sufrió la ansiedad propia de un gran dilema: ¿intentaba resisitr allí o salía zumbando con los pantalones bajados y sin limpiar el culo? Su dignidad le impedía la segunda opción, dado que fuera sólo había dos mujeres y no quería darles el espectáculo de un tío tosiendo con una pella colgando y sujetándose los calzones: ¿con qué cara las iba a mirar después?
Optó por subirse a la taza del retrete, abrir del todo la ventana abatible que casi en el techo había y que daba a un patio interior y, en aquella funámbula postura limpiarse como pudo. Lo más difícil fue meter la cabeza, para respirar, por la esquina del ángulo que formaba la hoja abatida de la ventana. Se colocó una especie de compresa de papel higiénico por si no había quedado bien limpio el ojete y, con trabajo de equilibrista, se colocó en su sitio calzoncillos y pantalones.
Tomó aire, cerró los ojos y la boca, se tapó la nariz y, de un salto, abrió la puerta y salió al distribuidor de los servicios. La limpiadora no estaba y, preocupado por la secretaria, llamó, entre tosida y tosidura:
- ¡Camen, Carmen, ¿estás ahí? ¿Qué ha pasado? ¿Qué es este humo?
A Carmen le lloraban los ojos y no se explicaba lo ocurrido. Mientras corrían hacia la salida y abrían todas las ventanas, al pasar ante los servicios vieron la fregona, el cepillo y el recogedor, junto a dos botes, uno de lejía y otro de agua fuerte, ambos vacíos y, en el suelo, un gran charco del que salía el gas tóxico de cloro, producto de la mezcla de ambos detergentes, que a punto había estado de acabar con un líder sentado en el trono común a todas las clases sociales.
En la puerta del edificio encontraron tirada una mascarilla antigás, como reliquia de la primera guerra mundial.
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NOTAS:
1) Aunque el collage ha quedado algo chungo, el autor cree que se podéis hacer una idea, ¿verdad?
2) En el texto queda claro que las nubes son ascendentes, no descendentes, lo que se recalca para evitar falsas conclusiones al observar la imagen.
Hubo asambleas locales, provinciales y regionales y, como colofón, se convocó una asamblea de carácter nacional en la que estuvieron presentes representantes de treintaiséis provincias. Todo se presentó como preacordado por los veteranos, pero éstos no habían contado con la presencia de un grupo de jóvenes representantes de diversos puntos del país, que no buscaban reconocimientos personales sino mejoras de tipo laboral, social, formativo y que no basaban la dignidad del oficio en los falsos oropeles ni en los eufemismos, sino en el trabajo diario realizado con dignidad personal.
No se conocían de antes, no habían tenido contactos de ningún género, pero cuando uno de ellos, representante de una provincia pequeña y mal comunicada, expuso con lógica, bien decir y aterciopelada voz los objetivos que deberían cumplirse y el camino para llegar a ellos, la mayoría de los reunidos reconoció al líder que necesitaban. Y la asamblea se transformó por completo y eligió como coordinador a dicho joven.
El equipo de trabajo, por él coordinado, comenzó a funcionar a pleno rendimiento, lo que provocó de inmediato las zancadillas de los veteranos y el ninguneo de la patronal, no obstante lo cual, y poco a poco, en los ámbitos provinciales dirigidos por la generación más joven, se fueron alcanzando objetivos impensables en las provincias mayores que controlaban los veteranos.
Los patronos vieron un peligro en esa unidad de acción y en los logros que iban obteniendo, por lo que se aliaron con los más serviles de sus veteranos, les ofrecieron canonjías que, naturalmente, no estaban dispuestos a conceder y trazaron un plan de acción, que comenzó con el estudio detallado de las costumbres del líder en su ámbito laboral. Contaron, para ello, con la ayuda del sindicato amarillo de limpiadoras, ya que dichas trabajadoras pasaban inadvertidas en los centros de trabajo, no eran siempre las mismas porque la agencia subcontratada las cambiaba con frecuencia y, yendo de uniforme, era más difícil reconocerlas.
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El joven líder fumaba, aunque no mucho y sin tragarse el humo, porque su jornada laboral y la actividad sindical le impedían ver la televisión y no se había enterado de las campañas incipientes contra la costumbre de fumar.
Tenía la costumbre de ir al servicio cuando terminaba el trabajo aunque no le urgiese, porque el trayecto de vuelta a casa era largo y quería caminar sin el apremio de necesidades sobrevenidas. Pero aquel día, además, sintió necesidad de obrar, quizá por el tipo de brebaje espeso que habían comido cual si sopa fuese.
Y cuando iba a los servicios constató que no tenía un pitillo que llevarse a los labios mientras, entre apretón y apretón, leía una revista que había encontrado en el vestuario, de modo que se lo pidió a la secretaria que siempre se rezagaba en la salida. Sólo quedaban ellos dos en el edificio. Bueno, y la limpiadora, pero ésta era parte del paisaje o del mobiliario.
Exoneraba el vientre tranquilamente, leyendo un artículo sobre la inmortalidad del cangrejo y paladeando el sabor del bisonte, cuando sintió una sensación de picor en la garganta:
- ¡Joder, que fuerte se ha puesto el tabaco! ¿Será el cuerno del bisonte?
Y tosió, al tiempo de ver un espeso humo blanco que entraba por debajo de la puerta. La sensación era espantosa y comenzó a sentir la falta de aire. La densa nube blancuzca agrisada ascendía con más rapidez de la que le convenía, de modo que sufrió la ansiedad propia de un gran dilema: ¿intentaba resisitr allí o salía zumbando con los pantalones bajados y sin limpiar el culo? Su dignidad le impedía la segunda opción, dado que fuera sólo había dos mujeres y no quería darles el espectáculo de un tío tosiendo con una pella colgando y sujetándose los calzones: ¿con qué cara las iba a mirar después?
Optó por subirse a la taza del retrete, abrir del todo la ventana abatible que casi en el techo había y que daba a un patio interior y, en aquella funámbula postura limpiarse como pudo. Lo más difícil fue meter la cabeza, para respirar, por la esquina del ángulo que formaba la hoja abatida de la ventana. Se colocó una especie de compresa de papel higiénico por si no había quedado bien limpio el ojete y, con trabajo de equilibrista, se colocó en su sitio calzoncillos y pantalones.
Tomó aire, cerró los ojos y la boca, se tapó la nariz y, de un salto, abrió la puerta y salió al distribuidor de los servicios. La limpiadora no estaba y, preocupado por la secretaria, llamó, entre tosida y tosidura:
- ¡Camen, Carmen, ¿estás ahí? ¿Qué ha pasado? ¿Qué es este humo?
A Carmen le lloraban los ojos y no se explicaba lo ocurrido. Mientras corrían hacia la salida y abrían todas las ventanas, al pasar ante los servicios vieron la fregona, el cepillo y el recogedor, junto a dos botes, uno de lejía y otro de agua fuerte, ambos vacíos y, en el suelo, un gran charco del que salía el gas tóxico de cloro, producto de la mezcla de ambos detergentes, que a punto había estado de acabar con un líder sentado en el trono común a todas las clases sociales.
En la puerta del edificio encontraron tirada una mascarilla antigás, como reliquia de la primera guerra mundial.
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NOTAS:
1) Aunque el collage ha quedado algo chungo, el autor cree que se podéis hacer una idea, ¿verdad?
2) En el texto queda claro que las nubes son ascendentes, no descendentes, lo que se recalca para evitar falsas conclusiones al observar la imagen.