A MORIR, QUE ES UNA ETERNIDAD (¿O DOS DÍAS?) - (febrero, 2001)
Son mis ronquidos el son de los
desgarros de mis malos sueños,
e iguales serán los agónicos,
precursores del dormir sin fin.
Ayúdame a bien morir
con tus codazos en los íjares,
domadora de mis estertores,
para no escuchar más cómo ronco;
Y cuando el rostro me verdee
tú, esposa, amiga, compañera
no sufras,
que en la nada que me espera
no hay telebasura ni grand slam,
antes bien yérguete, mástil de tu bandera, y
como una sola mujer
entona el himno de Andalucía.
No os importe mi peso
si al morir excede del ideal:
envolvedme con los cables
de los auriculares y las mantas eléctricas,
listo para hornear el roti humano,
e incineradme in situ con cualquier chispa mortal
al compás lento de la segunda sonata
de Chopin y
guarnecido de colchón, cortinas
y sábanas también ígneas.
Os serán livianas mis cenizas.
Y tras tanto festín funerario, por favor, que no se olvide el ágape.