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1. MENÚ ROJO CON PARAGUAS AL CABELLO CAQUI (1985) - Primera Puntata:

paraguas.jpgLA SORPRESA

Un chasquido de cerradura barata obedeciendo a la llave; puerta abierta; pegajosa y cálida humedad que envuelve el rostro, empaña las gafas ... Búsqueda a tientas de un interruptor que no se encuentra ... tropezón con algo que parece madera, taco; sobre la cabeza el inconfundible jaleo de aguas negras que se deslizan, a borbotones, por los bajantes del edificio.

Junto a los pies otro rumor indescifrable. Escalofrío de pensar en la siempre posible telaraña: instintivo gesto de apartarla de la cara, ¡vaya! un dedo ha tocado las gafas ... habrá que limpiarlas.

La mano izquierda encuentra, por fin, el pomo de una segunda puerta y, acto seguido, la bocallave de la cerradura. Ya está, la bombilla del cuartucho le basta, amén de iluminar, en parte, la zona común. Descubierto el interruptor que no se encontraba: luz por todas partes, bueno, quizá no mucha en las mentes.

Mirada en derredor: restos de puertas por el pasillo -explicado el tropezón-, algún cascote, suciedad en el suelo y en la pared oeste, puertas grises con números negros; ni remota huella de sarcófago alguno (lógico, no está en un cementerio).

El hombre de las gafas -en escorzo se le adivina también barbudo- está detenido ante la puerta abierta del cuarto trastero, nº 13, que hay en el semisótano del edificio en que vive, Algo busca, poco importante, dado su aire indiferente, su expresión aburrida ...

Qué lejos de intuir, siquiera, las complicaciones de esta inocua excursión al trastero.

De nuevo pasea su mirada -peripatética mirada, pardiez-, sólo que esta vez lo hace por el interior del habitáculo, comprobando que:
  • pronto habrá que limpiar por allí,

  • huele a matacucarachas,

  • como siga comprobando tonterías, se le olvidará el objeto de su descenso al mundo chibichungo.

Un informe amasijo de esqueletos

(¡menos tétrico ...!)


Repetimos:


Los restos de lo que fueron dos bicicletas descansan apoyados en un baúl, una vieja mesa desmontada lo hace sobre la pared norte; al fondo, pared sur ob ...viamente, la estantería metálica abarrotada de paquetorros envueltos en plástico y debidamente rotulados por la afanosa abeja reina. Por cierto, que un detenido análisis de tales envolturas podría ilustrar ampliamente sobre veinte años de la vida de una familia (y si el analista fuese G. Gª Márquez nos largaba otro ladrillo del tipo cronológico que tanto le gustan).

Tras el baúl, en el centro mismo de la pieza, asoma una tarima de mesacamilla y, sobre él, unas cajas con botas de agua.

El hombre se acerca y las examina, coge dos pares y, girando hacia su derecha

[¿será de esta incoherencia de donde nacen sus zozobras?¿Cómo puede un hombre de izquierdas - pues lo es- girar hacia su derecha impunemente? ¿No es aquesto propio de políticos renovados y no de gentes sencillas que con su cotidiano y archicabreado esfuerzo contribuyen a levantar cada día más las cuentas corrientes de los accionistas de las empresas -hoy compañías- para las que trabajan?]

comprueba que sigue allí.

Que sigue allí el viejo y descerrajado armario de oficina que con arduo esfuerzo bajaron sus hijos un memorable día, que no nevaba ni llovía. Se trata de un armario paralelepipédicamente cuasiperfecto orientado en sentido vertical: imita castaño, tiene dos hojas, dotado de baldas móviles, barnizado con poliéster, ofrece dos feos agujeros en el lugar que otrora ocuparan respectivas partes de una cerradura. Ahora no se puede cerrar del todo, y, de albergar documentos comerciales ha devenido porticada estantería del trastero.

Cada vez que este hombre baja, sus reflexiones suben y la capacidad innata que tiene para la filosofía barata le hace pensar -¿?- en lo efímero de la existencia. Así, un cuarto trastero, para él y en determinados momentos, es como el hogar del pensionista.

******


- ¿Dónde estará mi paraguas?
- ...
- Se lo di a la niña para ir al cine y desde entonces no lo he visto.
- ...
- ¡Será eso! Bueno, me llevaré este viejo y le recordaré que se lo pida. Cuando venga díselo tú también, por si a mí se me pasa. ¡Ea, adiós, un beso!

******


El barbudo hombre de las lentes, con los dos pares de botas en la mano izquierda, ha completado lentamente su giro, toma el pomo de la puerta y, al hacerlo, algo, indolentemente apoyado en el armario, queda prendido en su mirada andarina:

- ¡Si parece! ... ¿Qué demonios hará aquí este paraguas?

Fin de la primera puntata