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PÍOS IMPULSOS (semana llamada santa, 1958)

Se cohonestan tus devociones y tu
erotismo cuando te empalmas durante
la consagración, están alzando dicen,
pero ¿qué? ¿quién?,
borracho de incienso
y mecido por las voces blancas del coro
in excelsis, mientras que tus rodillas
enternecen la madera del banco
y el monago hace tilín con sus campanillas,
tanto madrugar para adormilarte de hinojos
postrado:
el éxtasis.

Allá, donde el coro, o más arriba
susurrando palabrejas
en el ajimez del campanario,
cuando el ocaso se baña en las cuatro
voces mixtas, Eros acecha y se encarna
bajo el badajo de una campana.

Los ojos del capillo ocultan el rubor
cuando, descarado, fijas los tuyos
en las bolas de cera que estallan bajo los petos
de las mozuelas que huelen a garrapiñadas
y apuntas el príapo ardiente,
apoyado en tu cintura y chorreando cera derretida,
hacia el aire de buñuelos
con el compás de una marcha fúnebre:
y el raso te asfixia.

¡Ele!,
el nardo y la saeta.