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Y VINIERON LAS FLORES

(vídeo de amor dedicado a Concha Caballero Díaz por Manuel Gualda Jiménez)

PERSECUCIÓN - 2

(SELVA)

Millones de insectos. El zumbido paradójicamente penetrante de millones de insectos. Inacabable, ominoso. Clamor sostenido de mil estadios, inarmonía cósmica, trueno infinito, natura hostil, umbroso imperio de la humedad, macroovillo de lianas, gigantescas, retorcidas raíces, adhesiva oscuridad, vida y putrefacción incesantes ...

Cientos de alas se agitan, miles de hojas se desprenden a causa del vuelo rasante que sobre las arbóreas copas realiza la máquina. Inmediatamente, el otro vehículo. Por el aire continúa la persecución que diera comienzo en el fango. No hay signos de flaqueza en la expresión del rubio piloto que todavía ignora el quién y el porqué de aquélla. Su propia juventud le da fuerzas para la esquiva, su candor le impide el contraataque. Soporta, esquiva, finta: es un alarde de técnica su forma de comandar el artefacto que aún le responde: si los sensores detectan el peligro en cuanto se acerca, los módulos de autopropulsión son dóciles ejecutores de las órdenes que reciben por impulso de unos mandos sabiamente manejados.

El calor sofocante del trópico parece aplastar la infinita arboleda, de la que se deslizan los ofidios a la búsqueda de otras superficies más propicias para su incesante reptar y reptar. En lo profundo, ríos caudalosos, ciénagas que a la selva dan vida y a los que parece querer revertirse la fantástica vegetación, huyendo del sol despiadado que por encima acecha y abrasa.

Entre el sol y la umbría desea el oscuro piloto incrustar a su víctima. Continúa crispado porque su misión no se realiza. Comienza a odiar pues hace tiempo que persigue y no alcanza, mientras que lo que fuera misión fría se va tornando en reto personal. Acciona los mandos al tiempo de aproar la superestructura hacia la víctima y una vez más queda chasqueado pues en un picado vertiginoso de veinte metros el perseguido se avalanza hacia la superficie del río, aprovechando un breve espacio exento de árboles que de pronto se le ha ofrecido; deslízase sobre las aguas provocando un oleaje que baña de espuma las hediondas márgenes. Perezosos cocodrilos abren sus fauces al cibernáutico ruido.

El último fulgor centellea entre lo verde cuando el bólido de la víctima superacelera perdiéndose rumbo al mar abierto. El cetrino perseguidor maldice y maldice mientras maniobra sin fe en sus movimientos.

(Continúa)fossor-mayor-web3