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Y VINIERON LAS FLORES

(vídeo de amor dedicado a Concha Caballero Díaz por Manuel Gualda Jiménez)

LOS INVISIBLES "EN CONCIERTO"

Valiéndome de medios que no puedo revelar aquí me puse en contacto con Los Invisibles y con ellos concerté que nos veríamos en un concierto, no a su cargo sino al de una orquesta que hubo en el Gran Teatro, porque de ellos, que yo sepa, ninguno es musicante ni canoro.

Fue emocionantísimo. Llegué con tiempo a mi localidad, situada en el centro de la fila, ojeé el programa mientras venían, sonó el timbre, salieron a escena los músicos comandados por el concertino, templaron, afinaron y cuando el director subió al podio, varias butacas a mi derecha y a mi izquierda continuaban vacías.

O eso creía yo.

Porque algunos espectadores rezagados intentaron sentarse y no pudieron: sus culos no llegaban a tocar el asiento, pero su asombro llegaba a los cielos. Hubo alguno que lo intentó de segundas, pero no, algo se interponía entre nalgas y tapicería de asiento. Recularon recelosos, con inoportunos cuchicheos, dado que las fusas ya flotaban en el éter (¡qué bonito me ha quedado ...... !).

No me importó mucho la falta de concentración en la escucha que estaba viviendo, porque comencé a comprender que, una vez más, los invisibles se pitorreaban de mí: ellos estaba en las butacas, pero habían llegado en silencio y, de fijo, desnudos otra vez, porque no había zapatos a la vista. Ni siquiera programas de mano.

Mas sí algún carraspeo.

Y algo así como una especie de fluido me llegaba, lo que me permitió seguirles un rato, una vez en la calle, concluido el espectáculo.

Después, con el barullo ciudadano les perdí y decidí tomar una taza de cacao antes de marchar a casa. Cuando la saboreaba despacio paseé la vista por el café, el único con sabor de tradición en la ciudad, y me quedé perplejo cuando vi esta escena

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¿Serían ellos? ¿Negros como el cerote, pero bien vestidos y de gustos exquisitos? Puede que algún día me hablen. Puede que algún día los pesque en un renuncio. Quizá les grite: ¡Recre!, ¡Rocío!, ¡Semana Santa! y, atolondrándoles con tales conjuros, se despisten, se descubran y yo me solace en la victoria. Seréis los primeros en saberlo.