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Y VINIERON LAS FLORES

(vídeo de amor dedicado a Concha Caballero Díaz por Manuel Gualda Jiménez)

4. MENÚ ROJO CON PARAGUAS AL CABELLO CAQUI (1985) - Cuarta puntata:


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íNCUBOS Y SÚCUBOS PINTAN BASTOS EN SIMULTANEIDAD CON LA MIMESIS DEL PÚBLICO ESPECTADOR DE LA GRAFíA CINÉTICA
(donde el cronista salpica el relato de culteranismos en homenaje a los demás literatos modernos a quienes ni God entiende y Él mismo confunda; o de cómo cualquier mortal provisto de diccionario ideológico puede pasar por erudito a lo Fraga).
(Resumen de lo publicado: mejor lee las puntatas anteriores, que no lleva mucho tiempo)

Moncha y Bololo o Bololo y Moncha (tanto pica, pica tanto el sarpullido como la roncha) han alongado su alifara hasta que los almacenes cierran. Casualmente, el argivieso ha cesado al mismo tiempo, permitiéndoles salir. Ha refrescado mas no oloriza a tierra mojada, ni a limpio, espliego u otras lindezas semejantes: a tierra mojada no puede oler porque, pese a ser ciudad desfavorecida urbanísticamente, el llamado "pleno centro" está asfaltado, ¡faltaría más!; tampoco es posible el aroma del espliego dado que lo que crece en los arriates de las aceras son funcionales farolas. A limpio no huele porque cuanto les rodea está o es sucio per se. Mas a algo ha de oler, ¡vive Dios!

Pues sí: al escape del autobús cuya parada se ubica ante los almacenes: autobuses viejos, ergo escapes densos, pero no tanto que disimulen el hedor de la fétida celulosa cercana.

A eso huele. Y a más cosas, por ejemplo, a los sobacos de una señora ampliaaa que trota cargada de paquetes; al aliento avinagrado de un cariado alcohólico que vuelve la cara mientras que exhala el humo de un Celta sin filtro.

Y a colonia de nardo, mezclada con el colorete barato y el sudor de una criadita que acude a la cita con el ligue de turno. Por oler ...

Pese a todo, Bololo y Moncha o Moncha y Bololo (tanto pesa, pesa tanto Bartolomé como Bartolo), deciden marchar a casa estirando las cuerdas porque el tiempo ha abierto asincrónicamente con los almacenes.

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Musculitos y el Chino repasan por enésima vez la receta. No se confían pues saben que un error, siquiera sea de transcripción, les puede costar caro. Pueden ser espías chinos, pueden ser unos bestiajos, como tienen sobradamente acreditado en muchas misiones, aunque ninguna de esta importancia, pero no son tontos. Saben que si fracasan les tocará portar banderitas en todos los actos del Partido, moviéndolas hasta la extenuación, o limpiar las escupideras que ponen ante los magnates en todos los actos oficiales, para que brillen en las fotos y noticiarios.

Cruzan una mirada de inteligencia y pegan un brinco, ¡nada!, que no se acostumbran a verse ¡son tan condenadamente feos! Repuestos, acuerdan que ha llegado el momento de ejecutar la fase PALM BEACH del proyecto, es decir Patatero A La Mierda -lo de Beach es para despistar a los gringos-, y ha de ser rápida y limpiamente: por eso, lo primero es barrer los restos de pescado y mosquitos para, a continuación, cepillar el chándal, seco ya a estas alturas, del patatero y embutírselo. Acto seguido, tras administrarle un narcótico, con sigilo como al llegar, lo meten en el coche y parten.

Destino, cualquier cine.

Con la técnica depurada que se adquiere a base de experiencia, han sacado localidades, han entrado disimulando el estado del patatero como si fuese bebido y se han colocado en la última fila.

Musculitos sujeta al patatero y le baja el pantalón, preparando la nalga para un pinchazo, mientras le tapa la boca enérgicamente.

-¡Coño! - masculla el Chino
-¿Qué pasa?
-¡He peldido la jelinga!
-¡La cagaste Fu Manchú! Y ahora, ¿qué hacemos?
-Déjame pensal ...

La profesionalidad surte de recursos y faculta para improvisar brillantemente. El Chino mira a su alrededor y toca en el hombro a Musculitos:

-¿Ves esa paleja que se está dando el lote delante de ti?
-Sí.
-¡Fíjate en su palaguas! ¿Lo ves?
-Sí.
-¡Dámelo!
-¿Es que hay goteras?
-¡Calla, coño, gotelas ... ! Tú, dámelo.

Con la mano izquierda, muy despacio, Musculitos, agarra el paraguas que Luna ha dejado displicentemente colgado en el respaldo de la butaca que tiene al lado. Se lo tiende al Chino, mientras éste rememora su táctica de sacrificar ratas, cual si de conejos se tratase, con un golpe seco en la nuca, en sus tiempos de pinche en una guardería de Cantón.

-¡Ponle la cabeza hacia abajo! Así ...

Ase el paraguas por los medios, apunta cuidadosamente y con la puntera descabella limpiamente.

-¡Toma! Devuélvelo a su sitio.

Nadie ha notado nada. Ni un ruido. El pataleo final de Julián Jimeno ha coincidido con la secuencia de la persecución de coches de toda película yanky que se precie.

Transcurridos unos minutos, el Chino toma el pulso al patatero:

-¡Electlo plano! ¡Ji, ji, ji ...! ¡Vámonos, tío!

Sic transit , etc...

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-¡Cablones, cablones, mas que cablones ...! ¿Pues no se ha llevado el coche la glúa? ¿Cómo vamos a llegal a Poltugal?
-Lo malo no es llegar a Portugal, es coger el avión para Macao a tiempo.
-¡Y encima, pagal una multa! ¿No te jelinga?

Cabizbundos y meditabajos, los dos duros se dirijen en busca del primer guardia que encuentren para preguntarle dónde puede estar el coche. Musculitos va revisando el permiso de conducir y contando el dinero que les queda, pues no sabe si le admitirán la America Exprés en la Policía.

Fín de la cuarta puntata.