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LA IRA DE LOS DIOSES - (y VI)

Introito: he contado que un tal Homan nació en un mundo en el que todo era natural, empezando por las tetas femeninas y los alimentos. Y he tratado de expresar sus adolescentes balbuceos sexuales en aquel mundo, así como el modo de hacer deporte que tenía. También me he referido a su frialdad religiosa y a sus estudios. Por último, y ya poniéndome poético, he narrado cómo conoció a Heman en un sueño. Y cómo la conoció en una piscina, se enrollaron y supo su historia, excepcional. He dicho más cosas de ella, exóticas pero deliciosas, sus sensaciones por los primeros besos y abrazos y he apuntado el mosqueo de los dioses, esa gente...

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Esa felicidad no entraba en sus escatologías, porque los seres felices no necesitarían dioses ni religiones. Y, consecuentes con sus concepciones de las justicias divinas, decidieron darles un escarmiento para reconducirlos a sus rediles, con lo que las sagas teocráticas cumplirían su papel en los universos.

Todas las divinidades cursaron órdenes precisas a sus sacerdotes o sacerdotisas para que la excéntrica pareja cambiase sus modos de vida. Fueron funcionarios, vendedores de toda laya, médicos y paramédicos, periodistas deportivos, publicistas, vecinos con sus ejemplos, presentadores de televisión, gentes del espectáculo y la moda, obedientes a sus teocracias, quienes les imbuyeron, de modo subrepticio, los afanes propios de cualquier ser común de cualquiera de los mundos que conocían.

Y así fue cómo a Homan le invadió un deseo desorbitado de comprarse chandals, hacer gimnasia y correr por las aceras sin respetar los semáforos, para complacer a Footen, dios del canon masculino, que emergió del césped.

Heman decidió hacer toda suerte de regímenes dietéticos e implantarse silicona en sus tetas, por parecerse a la diosa del canon femenino, Tetanorex, esquelética y tetuda, nacida de las pasarelas y del hambre ociosa.

Y si Homan con sus músculos nuevos dejó de ser confortable, Heman con sus huesos dejó de ser apetecible, por lo que la infelicidad comenzó a morderles por el sexo.

Y empezaron a huir de sí mismos y del amor puro que les había unido desde su sueño compartido, utilizando coches para todo, en loa sumisa al dios Ruum, que ruge en los asfaltos. Tuvieron que cambiar de morada, porque necesitaron dos plazas de garaje, y la infelicidad les atrapó por las hipotecas. La huida se hizo más lejana y les llevó a viajar sin ton ni son, con lo que el dios Tourcas, del canon del culo de mal asiento, aceptó complacido los sacrificios de sus nuevos creyentes.

Se esclavizaron al dios de plástico Tarcredi, que nace en los despachos y se alimenta en los TPV y los cajeros automáticos, con el castigo añadido de tener que aprenderse números secretos y hacer colas en las aceras, soportando todos los malos elementos del clima, en cualquier estación del año.

Ni Homan ni Heman entendían lo que les había pasado, pero su convivencia de tronco y rama se convirtió en leña húmeda, mojada por lágrimas de desamor e inútil para el fuego que antes los abrasaba, y tuvieron que recurrir a los médicos, que les receteban ansiolíticos, antidepresivos, antianoréxicos, antibulímicos, antiinflamatorios, antioxidantes, miorelajantes, antipsicóticos, rehabilitación, cirugía plástica, terapia de grupo, antialérgicos, estatinas, salicilatos, antivaricosos, tobilleras, rodilleras y mascarillas de barro, todo ello en dosis homeopáticas o de caballo, según les cogiera el cuerpo de la bata blanca y siguiendo el oscilar de la evidencia de fonendos y manguitos. Bailaban de alegría divina Matasanum, dios de la vida medicalizada, y Farmacecófares, dios trifonte de la farmacopea estéril, genéricos incluídos.

Homan y Heman no pudieron soportarlo y se quitaron la vida de un atracón de palomitas de maiz transgénico, durante un zapeo sostenido noventa días. Fue lo único que hicieron juntos desde que la ira de los dioses les alcanzó.

Y en los espacios infinitos de Geofinán, donde todo se cuenta en beneficios, el semental de todos los dioses, Puis-w-der, dirige indiferente su mirada a las pantallas, y analiza los informes que le suministran sus sacerdotes desde todos los universos.

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Fin, triste, pero fin.