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LA IRA DE LOS DIOSES - (IV)

Introito: he contado que un tal Homan nació en un mundo en el que todo era natural, empezando por las tetas femeninas y los alimentos. Y he tratado de expresar sus adolescentes balbuceos sexuales, así como el modo de hacer deporte que tenía. También me he referido a su frialdad religiosa y a sus estudios. Por último, y ya poniéndome poético, he narrado cómo conoció a Heman en un sueño.

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Cuando entró en el recinto de la piscina la vio, sentada en una hamaca, leyendo un libro de humor y fumando displicentemente un cigarrillo rubio. Aún no le había visto, absorta en la lectura, y pudo contemplarla morosamente. Apreció sus muslos largos, sus hombros perfectos y la esbeltez de un talle que parecía el pistilo de una de las flores de la rama que soñara. Tenía puestas las gafas de sol y no pudo ver los ojos, pero sí el comienzo del escote que ofrecía el contorno de lo que, sin duda, eran unas deliciosas tetas de carne. Era rubia oxigenada, eso se notaba muy bien, pero el efecto era el del oro entre la mirra.

Se acercó, sudando de tanto correr, y le pidió fuego. Ella se quitó las gafas y le miró con gusto al verlo tan sudoroso, porque eran tiempos en que se fumaba con naturalidad y a muchas mujeres gustaba que los hombres oliesen a tabaco y sudor. Incluso algunas había que veían en el hecho de escupir un grado superior de virilidad.

No es que Heman fuese de éstas, pero el ambiente era el que era y todo influye en la crianza de un ser humano.

Cuando tendió el mechero a Homan, éste ya ardía a causa de su mirada.

Sin que la familia de Heman fuera de nómadas, sino todo lo contrario, el hecho es que para sus desplazamientos usaba camionetas, en lugar de autobuses normales que, por entonces,se conocían con el sobrenombre de "indiferentes" por el sonido despectivo que producían al abrirse las puertas.

Él le preguntó y ella, sin hacerse rogar, habló y habló. Todo lo contó, como poseída por el verbo, desde lo de las camionetas hasta que el lejano lugar del que procedía era un planeta de humedales y mosquitos.

Tenía ancestros que galopaban por los humedales, huyendo de los mosquitos, y por las cubiertas de las seos, contemplando desde las torres a los pregoneros de las mejores sardinas del universo.

Los ojos de Heman eran del color de las marismas y su parla la salmodia de las sacerdotisas. Cuando hablaba sobraban los inciensos para caer en el éxtasis.

Los destellos dorados del cabello, el sonsón de sus palabras y el color de sus ojos acunaron a Homan, que imaginó deslizarse por sus curvas cual si de un tobogán de caramelo se tratase. A partir de ese momento Homan sólo pudo ver el mundo a través de Heman.

Y supo que Heman podía volar, paralela al suelo, a un metro de altura y atravesando vallas de cordel, habilidad que le resultaba muy útil para huir de los buitres, que en su planeta abundaban.

Conoció que las religiones no la dejaban indiferente, sino que provocaban en ella la necesidad de cuestionarlo todo, concediéndole crédito sólo a los sacerdotes que bebían leche -quizá porque se le infundía sobrenaturalmente el respeto a la osteoporosis-, mientras que se tomaba a chanza a los que se alimentaban de menudo, manjar que le parecía inmundo.

La magia de Heman conseguía que el color de su melena cambiase a capricho, así como la forma de sus cejas, e incluso transformarla en icono de las divinidades de las religiones de su planeta con la facultad de aparecérsele a sus sacerdotisas, especialmente en días de fragorosa tormenta.

Su progenie era poderosa, fuertemente ligada a los mundos guerreros, leguleyos y religiosos, por lo que la infancia y la adolescencia de Heman habían sido plácidas, venturosas, cómodas. De los hombres sólo sabía que, si se le arrimaban mucho, podían formarle hijos en su cuerpo, lo que, considerando que no había llegado el momento aún, hacía que siempre colocase un codo ante su pecho, evitando el contacto procreador.

Continuará.