Usted está aquí: Inicio / El Barbonauta / Blog / LA FORJA DEL IMPERIO - tranco octavo

Y VINIERON LAS FLORES

(vídeo de amor dedicado a Concha Caballero Díaz por Manuel Gualda Jiménez)

LA FORJA DEL IMPERIO - tranco octavo

Resumen de lo publicado: el bomberazo Elías Cienfuegos, sitiado por la guardia Severita Porras, ha sufrido accidente laboral al entrar en un edificio derruido por la explosión de unas bombonas; el Dr. Hueso que le opera se ha olvidado las gafas en el campo operatorio; Dñª Magis, la maestra del hijo del trauma, está preocupada por el mocete, que tiene unas actitudes raras, y espera ver luz cuando hable con la trabajadora social. Mientras, unos tipos andan por ahí, gorras al revés, dándole al monopatín. Y la trabajadora social, Auxi de la Obra, con el informe social listo, cansada del curro, marcha a casa y comprueba que el compañero no ha llegado, de modo que se toma unas patatitas y un trago de mostaza. Entre tanto, su compañero, Cristóbal Caminero, viajante,se ha equivocado de carretera y no puede llamarla porque se ha quedado sin batería. Llegará 200 Kms. más tarde. Cuando llega a la ciudad, encuentra a Dª Magis, deambulando despistada haciendo auto-stop; descubren con la conversación quién es cada cual, él la deja en su domicilio y, entre caos circulatorio, llega al suyo y encuentra la nota de Auxi diciéndole que se ha ido a urgencias. La mafia política que manda está reunida analizando el follón y se enteran de que lo que ha explotado ha sido un gas raro que se difunde muy deprisa. En medio de la reunión les comunican que ha muerto el bombero por sepsis.

---------------------------------------------

Urgencias




urgencias.jpg



Tres vigilantes jurados juegan a las cartas sobre una camilla, sentados cada uno de ellos en una silla de ruedas. A su alrededor, unas doscientas personas se empujan con ojos alucinados, mientras van de la puerta de la sala de espera a la de entrada de las ambulancias. Sólo unas treinta han conseguido sentarse e intentan dormir.

Dos celadores fuman tranquilamente y, entre chupada y chupada a los pitillos, agachan la cabeza con aire de mareados. La enfermera que clasifica a los pacientes abre una alacena sobre la que figura el cartel "área de lencería" y extrae un sostén de encaje. Se lo prueba frente a un negatoscopio coquetón, se sopesa las tetas y mira hacia el gentío. Suelta una carcajada y dice:

-¡Celadooor!

Nadie le hace caso, se encoje de hombros y se pone a canturrear


-Soy la reina de los mares ...


Auxiliadora de la Obra está en un rincón, sentada, esperando que la vuelvan a llamar para darle los resultados de "la analítica y las placas" que le hicieron a las diez de la mañana. No se atreve a moverse, pese a estar orinándose, por miedo a perder la silla. Ahora son las doce y al dolor de estómago une el cabreo por las seis horas de espera y el hambre. Está de un humor terrible cuando ve aparecer a Cristóbal. La busca repartiendo algunos codazos y la cara de preocupación que muestra hace que Auxi sienta un arrebato de ternura: por fín podrá orinar.

Cuando Auxi vuelve del retrete se encuentra en el pasillo a Horacio Hueso y a su padre. Éste no se ha afeitado y aparece con un gesto fúnebre. Van hacia la calle y hablan de clavos y de placas, de gafas y de olvidos, de abogados. Le explican a Auxi que Horacio ha ido a recoger a su padre, incapaz de conducir y de valerse por sí mismo tras la tremenda desgracia que ha provocado. Auxi se queda paralizada cuando deduce la verdad de lo ocurrido por la información fragmentaria que le van dando y les ofrece sus servicios. Les indica el camino de la puerta porque ellos parecen perdidos. Ella misma tiene que hacer un gran esfuerzo para orientarse entre el maremagnum y el denso hedor humano, lográndolo sólo cuando reconoce los familiares ronquidos de Cristóbal, profundamente dormido en la silla que le guarda a su compañera.

Dos horas después, cuando Cristóbal despierta y ella se levanta del suelo dejándole libres las rodillas, sobre las que se reclinó para descansar, comprueba que ya no le duele el estómago. Se marchan, dispuestos a darse una buena comilona.

Les ha costado mucho llegar a casa porque Cristóbal había olvidado dónde dejó el coche y no recordaban bien la dirección. Después han tenido que sortear y superar el descomunal desorden circulatorio. Los roces con otros vehículos les han hecho reir y recordar cuando iban a las ferias y gozaban en los autochoques.

En el camino se han cruzado con una especie de desfile de bomberos y un grupo de jóvenes con pinta de gringos y gorras al revés haciendo alarde de su saber monopatinar. Parecía carnaval, pero, frente a las risas de los gringos, la seriedad de los bomberos desentonaba.

Cuando entran en su casa está sonando el teléfono.

Pues ya queda menos.