BENDITO SEA EL AUTOR
Hay un banco de madera y hierro forjado frente al teatro. Sobre las tablas del asiento, el culo de Truman Gonsales está adquiriendo el aspecto de un pentagrama. Tiene los brazos extendidos sobre el respaldo, en un gesto entre crucificado y de abrazo. La tarde, otoñal, es muy apacible e invita al sosiego y a la reflexión.
Truman ha optado por la reflexión, ya que su ánimo no está para sosiegos. Porque desde que llegó a España, con el aura de exitoso guionista de culebrones, nunca lo había pasado tan mal: las dos últimas series en las que ha trabajado para una cadena privada de televisión han fracasado estrepitosamente. Parece que las cosas que conmueven en el Cono Sur no son las mismas que en España, aunque prefiere pensar que los actores de acá no se ajustan a los papeles que salen de su magín.
Su economía empieza a preocuparle porque no ve cómo convencer a los productores para que le confíen nuevas series. En suma, Truman Gonsales está constatando que su conquista de la madre patria puede empezar a hacérsele cruenta pero no por ello piensa, en absoluto, volver a su país. Y menos desde que se ha emparejado con Torcuato Reales, conocido también como La Peseteja, la espectacular e intrépida reportera de la prensa rosa, especialista en truculencias sexocostumbristas de la aristocracia y otros advenedizos, es decir, de todo el mundo.
Torcuato tiene buena cabeza y certero juicio por lo que ha decidido hablar con él detenidamente acerca de su futuro. Por eso, para elaborar un guión mental de la conversación, está sentado en este banco. Por eso y porque está ubicado frente a un teatro ya que, en el fondo, Truman es un dramaturgo frustrado: él hubiera preferido escribir teatro para ser representado en teatros, y no puede evitar contemplar sus fachadas con melancolía. Sueña con salir a saludar entre los actores una noche de estreno, después de ser reclamado por ellos desde el proscenio y por el público desde sus localidades.
Pensando en las bambalinas su mirada ha visto un fantasma negro pero su cerebro no ha recogido el dato hasta que, por contraste, ha observado a una niñita, de blanco vestida, que el fantasma lleva de la mano. No parece aterrada la niña, sino mojada y triste, como el adolescente, pálido y vestido de negro, que las acompaña. No, no es un fantasma, parece una mujer bereber, una monja o ... una enlutadísima matrona. ¿Desde cuando no ha visto Truman gentes con un luto así? Es una incongruencia la visión, pero más incongruente es verlos salir de un teatro. ¿Pensarían que era una iglesia? Se han parado en la acera, con aspecto desolado. Pronto se les acerca, y se para tras ellos, una preciosidad de mujer, de aire desvergonzado pero elegante pese a su indumentaria también negra y anticuada. Tendrá unos dieciocho años y parece salir del sofoco que causa una descontrolada risa. Unos segundos más tarde aparecen un hombre de unos cincuenta años y un joven, éste también de negro, de unos veintidós. Las ropas de todos ellos llaman la atención, además, por su corte pasado y por el aspecto de los tejidos, en los que, de ningún modo, cabe adivinar la presencia de fibras sintéticas.
Truman está alelado mirándolos: es como ver una procesión de iluminados haciendo un alto, tal que si esperasen algo, una saeta ... Ya no sale nadie más, parece. Allí están, mirando a todas partes, pero sin ver, como si el infinito estuviese en cada árbol, en cada escaparate, en cada farola. Los suspiros de la velada mujer y un oscilar de las faldas de la joven son los únicos movimientos del grupo.
Ahora el cincuentón ha reparado en Truman y se le acerca lentamente, con timidez:
- Señor, no tenemos dinero ni casa. No somos de la ciudad. ¿Podría indicarme a dónde ir con mi familia?
¡Bueno! Ahora sí que Truman se ha quedado cortado. ¿Qué les dirá? Él llegó a España con un buen contrato y siempre se ha movido en ambientes de burguesía. Lo ignora todo acerca de los inmigrantes pobres y de sus recursos para sobrevivir. Supone que habrá que preguntarle a un guardia pero no se fía demasiado porque le pueden complicar la vida a esta gente, que, aunque raros, no parecen malas personas.
- Un momento, que voy a preguntar en la farmacia: ahí deben de saber de algún sitio.
Vuelve pronto y les dice que le acompañen. Les llevará a un centro de Cáritas que hay cerca. Allí les atenderán.
La Peseteja le ha metido la directa a sus neuronas. Intuye negocio. Dinero, mucho dinero. Cuando Truman, apartándose por completo del guión que se había trazado, le contó la historia de la errante familia de negro no salía de su asombro, pero inmediatamente su entrenamiento para el reality show produjo sus efectos: una familia en la que el padre, para evitar la melancolía de la madre, hace que se marche con su amor platónico, que deja de serlo para darle tres hijos, la mayor de los cuales, al morir su padre y por evitar la miseria a la que la mala costura de la madre les lleva, se prostituye y un mal día tropieza con su padrastro, cliente en el burdel, es una mina para un programa bien aderezado de efectos lacrimógenos y sorprendentes. Además, la cosa adquiere tintes de tragedia aún mayor cuando la pequeña inocente se ahoga en una alberca con patitos y el adolescente se suicida casi al mismo tiempo, todo ello observado con asco y desprecio por el mayor de los hijos, el único común de la enlutada y el cincuentón. Por si fuera poco, la ahogadita y el suicida están ahí, vivos, en el centro de acogida para transeúntes. ¿Hay quien dé más?
Existen otros ingredientes para sazonar el guiso, como el hecho de que lleven en ese mismo punto de sus vidas desde 1921, sin avanzar, sin envejecer, con las mismas ropas de aquella época, de luto por el amante muerto, el desprecio del joven por su hermanastra puta, y el patético deambular del grupo por los teatros vacíos sin lograr que los públicos los vean, se compadezcan y sufran con ellos.
La Peseteja ha puesto a Truman a escribir, a que le dé forma a esas vidas para que, incluso, puedan llegar a viejas si es posible. Y ella se ha puesto a telefonear a su productor y a los miembros de su equipo habitual.
El éxito ha sido arrollador. De todo el país llegan cartas y mensajes por los móviles ofreciendo ayudas, pidiendo detalles, brindando consuelos. Hay clamores en los estudios, pantallas gigantes en las fachadas de la emisora y la vida de la singular familia se va diseccionando ante las cámaras en sucesivos capítulos, con el continuará de rigor. Una mercadotecnia agresiva ha popularizado aún más, si cabe, los rostros de cada miembro de la familia y entre los jóvenes se ha puesto de moda adoptar posturas despectivas como la del hermano mayor y único legítimo de entre los hijos. Esto hace furor en botellones y discotecas, lugares en los que las adolescentes gritan "despréciame" de modo desgarrado cuando se les muestra al ídolo en las pantallas.
Los festivales de música se disputan a la hetaira enlutada desde el momento en que ha cantado, con picardía, un cuplé francés de los felices veinte. Ahora, los coches en las esquinas ya no hacen vibrar los cristales de los balcones con el bakalao porque lo que suena es el cuplé y las abuelas y madres abren las ventanas para escucharlo, en lugar de llamar a la policía.
Hay giras por las grandes superficies de todo el país con embotellamientos en las vías de acceso, lo que proporciona beneficios enormes, también, a las compañías de seguridad. Videos, discos, DVDs, CDs, libros y fascículos contando la truculenta historia de los sin nombre -que nadie los sabe, que quizá ni los tengan- se venden en todos los puntos de venta y en Internet.
Truman Gonsales y La Peseteja son felices y ricos. Ahora preparan la nueva temporada, tras las galas de verano. Y en ella, la familia continuará la vida, según se la ha escrito Truman.
Veinte años después el ya anciano padre vive retirado cansado de representar su papel, que dejó siendo empresario de su hijastra. Ella continúa cantando, pero sólo en galas especiales y en funciones benéficas. No se ha casado, que los antecedentes de puta pesan, pero sus aventuras con millonarios han sido varias y, profesionalmente, se dedica al descubrimiento y lanzamiento de nuevos valores de la música. Su belleza y su elegancia, a los treintaiocho años, llenan las páginas de las revistas y multitud de webs reproducen sus fotografías, siendo de notar que jamás se le ha visto un desnudo. Continúa vistiendo de negro, que le da una prestancia especialísima.
Su hermanastro, de tanto despreciar a todo el mundo y, careciendo de una formación sólida porque se crió en el campo según se ha sabido después, completamente incapacitado para el amor, se acaba de suicidar, mientras que el muchacho que en la adolescencia se había pegado un tiro al ver a su hermanita ahogada, ahora es un brillante psiquiatra que trata las depresiones con éxito tal que su nombre aparece en varias universidades como doctor honoris causa.
Y la hermanita, tras una fulgurante carrera como actriz infantil en las mejores series de televisión, ahora, a sus veinticuatro años y con la excepcional belleza de que natura la dotó, opta al Goya y al Oscar, mientras que su madre, que no se adaptó a los nuevos tiempos y continúa con el velo del luto y gimiendo, no logra entender que las mujeres vivan como lo hacen sus hijas y lleva una menopausia terrible de sofocos y sin medicarse, dando la murga a cuantos la rodean.
Y todos ellos bendicen la hora en que encontraron a Truman Gonsales, el autor que habían buscado durante más de ochenta años, cuando ya desesperaban de lograrlo y habían visto desquiciarse a varios directores de escena.
Claro, La Peseteja y Truman son felices y muy, muy ricos. Quieren a sus personajes y viven su madurez homosexual con una serenidad envidiable, retirados del trabajo, paseando cogidos de la mano, sin nietos de los que cuidar ni hijos de los que preocuparse, colaborando con varias ONGs y sin la amenaza de una menopausia que los irrite ni los deprima. Sus vergas les funcionan y, no siendo promiscuos porque su amor ha sido y es total, ni siquiera tienen que usar condones.
No comen perdices porque no les gustan. Pero se hartan de jamón de bellota. Eso sí que sí.
*********
Doy las gracias a Luigi Pirandello por haber inventado, en 1921, al 75% de los personajes de esta historia. Sin ellos, las peripecias y la fortuna de Truman Gonsales, a no dudar, habrían sido otras o, quien sabe, quizá ni hubiese existido.
Truman ha optado por la reflexión, ya que su ánimo no está para sosiegos. Porque desde que llegó a España, con el aura de exitoso guionista de culebrones, nunca lo había pasado tan mal: las dos últimas series en las que ha trabajado para una cadena privada de televisión han fracasado estrepitosamente. Parece que las cosas que conmueven en el Cono Sur no son las mismas que en España, aunque prefiere pensar que los actores de acá no se ajustan a los papeles que salen de su magín.
Su economía empieza a preocuparle porque no ve cómo convencer a los productores para que le confíen nuevas series. En suma, Truman Gonsales está constatando que su conquista de la madre patria puede empezar a hacérsele cruenta pero no por ello piensa, en absoluto, volver a su país. Y menos desde que se ha emparejado con Torcuato Reales, conocido también como La Peseteja, la espectacular e intrépida reportera de la prensa rosa, especialista en truculencias sexocostumbristas de la aristocracia y otros advenedizos, es decir, de todo el mundo.
Torcuato tiene buena cabeza y certero juicio por lo que ha decidido hablar con él detenidamente acerca de su futuro. Por eso, para elaborar un guión mental de la conversación, está sentado en este banco. Por eso y porque está ubicado frente a un teatro ya que, en el fondo, Truman es un dramaturgo frustrado: él hubiera preferido escribir teatro para ser representado en teatros, y no puede evitar contemplar sus fachadas con melancolía. Sueña con salir a saludar entre los actores una noche de estreno, después de ser reclamado por ellos desde el proscenio y por el público desde sus localidades.
Pensando en las bambalinas su mirada ha visto un fantasma negro pero su cerebro no ha recogido el dato hasta que, por contraste, ha observado a una niñita, de blanco vestida, que el fantasma lleva de la mano. No parece aterrada la niña, sino mojada y triste, como el adolescente, pálido y vestido de negro, que las acompaña. No, no es un fantasma, parece una mujer bereber, una monja o ... una enlutadísima matrona. ¿Desde cuando no ha visto Truman gentes con un luto así? Es una incongruencia la visión, pero más incongruente es verlos salir de un teatro. ¿Pensarían que era una iglesia? Se han parado en la acera, con aspecto desolado. Pronto se les acerca, y se para tras ellos, una preciosidad de mujer, de aire desvergonzado pero elegante pese a su indumentaria también negra y anticuada. Tendrá unos dieciocho años y parece salir del sofoco que causa una descontrolada risa. Unos segundos más tarde aparecen un hombre de unos cincuenta años y un joven, éste también de negro, de unos veintidós. Las ropas de todos ellos llaman la atención, además, por su corte pasado y por el aspecto de los tejidos, en los que, de ningún modo, cabe adivinar la presencia de fibras sintéticas.
Truman está alelado mirándolos: es como ver una procesión de iluminados haciendo un alto, tal que si esperasen algo, una saeta ... Ya no sale nadie más, parece. Allí están, mirando a todas partes, pero sin ver, como si el infinito estuviese en cada árbol, en cada escaparate, en cada farola. Los suspiros de la velada mujer y un oscilar de las faldas de la joven son los únicos movimientos del grupo.
Ahora el cincuentón ha reparado en Truman y se le acerca lentamente, con timidez:
- Señor, no tenemos dinero ni casa. No somos de la ciudad. ¿Podría indicarme a dónde ir con mi familia?
¡Bueno! Ahora sí que Truman se ha quedado cortado. ¿Qué les dirá? Él llegó a España con un buen contrato y siempre se ha movido en ambientes de burguesía. Lo ignora todo acerca de los inmigrantes pobres y de sus recursos para sobrevivir. Supone que habrá que preguntarle a un guardia pero no se fía demasiado porque le pueden complicar la vida a esta gente, que, aunque raros, no parecen malas personas.
- Un momento, que voy a preguntar en la farmacia: ahí deben de saber de algún sitio.
Vuelve pronto y les dice que le acompañen. Les llevará a un centro de Cáritas que hay cerca. Allí les atenderán.
La Peseteja le ha metido la directa a sus neuronas. Intuye negocio. Dinero, mucho dinero. Cuando Truman, apartándose por completo del guión que se había trazado, le contó la historia de la errante familia de negro no salía de su asombro, pero inmediatamente su entrenamiento para el reality show produjo sus efectos: una familia en la que el padre, para evitar la melancolía de la madre, hace que se marche con su amor platónico, que deja de serlo para darle tres hijos, la mayor de los cuales, al morir su padre y por evitar la miseria a la que la mala costura de la madre les lleva, se prostituye y un mal día tropieza con su padrastro, cliente en el burdel, es una mina para un programa bien aderezado de efectos lacrimógenos y sorprendentes. Además, la cosa adquiere tintes de tragedia aún mayor cuando la pequeña inocente se ahoga en una alberca con patitos y el adolescente se suicida casi al mismo tiempo, todo ello observado con asco y desprecio por el mayor de los hijos, el único común de la enlutada y el cincuentón. Por si fuera poco, la ahogadita y el suicida están ahí, vivos, en el centro de acogida para transeúntes. ¿Hay quien dé más?
Existen otros ingredientes para sazonar el guiso, como el hecho de que lleven en ese mismo punto de sus vidas desde 1921, sin avanzar, sin envejecer, con las mismas ropas de aquella época, de luto por el amante muerto, el desprecio del joven por su hermanastra puta, y el patético deambular del grupo por los teatros vacíos sin lograr que los públicos los vean, se compadezcan y sufran con ellos.
La Peseteja ha puesto a Truman a escribir, a que le dé forma a esas vidas para que, incluso, puedan llegar a viejas si es posible. Y ella se ha puesto a telefonear a su productor y a los miembros de su equipo habitual.
El éxito ha sido arrollador. De todo el país llegan cartas y mensajes por los móviles ofreciendo ayudas, pidiendo detalles, brindando consuelos. Hay clamores en los estudios, pantallas gigantes en las fachadas de la emisora y la vida de la singular familia se va diseccionando ante las cámaras en sucesivos capítulos, con el continuará de rigor. Una mercadotecnia agresiva ha popularizado aún más, si cabe, los rostros de cada miembro de la familia y entre los jóvenes se ha puesto de moda adoptar posturas despectivas como la del hermano mayor y único legítimo de entre los hijos. Esto hace furor en botellones y discotecas, lugares en los que las adolescentes gritan "despréciame" de modo desgarrado cuando se les muestra al ídolo en las pantallas.
Los festivales de música se disputan a la hetaira enlutada desde el momento en que ha cantado, con picardía, un cuplé francés de los felices veinte. Ahora, los coches en las esquinas ya no hacen vibrar los cristales de los balcones con el bakalao porque lo que suena es el cuplé y las abuelas y madres abren las ventanas para escucharlo, en lugar de llamar a la policía.
Hay giras por las grandes superficies de todo el país con embotellamientos en las vías de acceso, lo que proporciona beneficios enormes, también, a las compañías de seguridad. Videos, discos, DVDs, CDs, libros y fascículos contando la truculenta historia de los sin nombre -que nadie los sabe, que quizá ni los tengan- se venden en todos los puntos de venta y en Internet.
Truman Gonsales y La Peseteja son felices y ricos. Ahora preparan la nueva temporada, tras las galas de verano. Y en ella, la familia continuará la vida, según se la ha escrito Truman.
Veinte años después el ya anciano padre vive retirado cansado de representar su papel, que dejó siendo empresario de su hijastra. Ella continúa cantando, pero sólo en galas especiales y en funciones benéficas. No se ha casado, que los antecedentes de puta pesan, pero sus aventuras con millonarios han sido varias y, profesionalmente, se dedica al descubrimiento y lanzamiento de nuevos valores de la música. Su belleza y su elegancia, a los treintaiocho años, llenan las páginas de las revistas y multitud de webs reproducen sus fotografías, siendo de notar que jamás se le ha visto un desnudo. Continúa vistiendo de negro, que le da una prestancia especialísima.
Su hermanastro, de tanto despreciar a todo el mundo y, careciendo de una formación sólida porque se crió en el campo según se ha sabido después, completamente incapacitado para el amor, se acaba de suicidar, mientras que el muchacho que en la adolescencia se había pegado un tiro al ver a su hermanita ahogada, ahora es un brillante psiquiatra que trata las depresiones con éxito tal que su nombre aparece en varias universidades como doctor honoris causa.
Y la hermanita, tras una fulgurante carrera como actriz infantil en las mejores series de televisión, ahora, a sus veinticuatro años y con la excepcional belleza de que natura la dotó, opta al Goya y al Oscar, mientras que su madre, que no se adaptó a los nuevos tiempos y continúa con el velo del luto y gimiendo, no logra entender que las mujeres vivan como lo hacen sus hijas y lleva una menopausia terrible de sofocos y sin medicarse, dando la murga a cuantos la rodean.
Y todos ellos bendicen la hora en que encontraron a Truman Gonsales, el autor que habían buscado durante más de ochenta años, cuando ya desesperaban de lograrlo y habían visto desquiciarse a varios directores de escena.
Claro, La Peseteja y Truman son felices y muy, muy ricos. Quieren a sus personajes y viven su madurez homosexual con una serenidad envidiable, retirados del trabajo, paseando cogidos de la mano, sin nietos de los que cuidar ni hijos de los que preocuparse, colaborando con varias ONGs y sin la amenaza de una menopausia que los irrite ni los deprima. Sus vergas les funcionan y, no siendo promiscuos porque su amor ha sido y es total, ni siquiera tienen que usar condones.
No comen perdices porque no les gustan. Pero se hartan de jamón de bellota. Eso sí que sí.
*********
Doy las gracias a Luigi Pirandello por haber inventado, en 1921, al 75% de los personajes de esta historia. Sin ellos, las peripecias y la fortuna de Truman Gonsales, a no dudar, habrían sido otras o, quien sabe, quizá ni hubiese existido.