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EL PREGÓN DE SAN PARLACLARO

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Éste se lo dedico a mi hermano siamés, Juanjo V. V.,
experto en desfiles procesionales y otras experiencias místicas.


Querido hermano, a ti que has padecido los mismos sufrimientos que yo, sufrimientos que conforman nuestra siamesidad, direte las nuevas de mi vida, desde el día de nuestra separación. Léeme atento y, cuando hayas concluido, medita y responde a la pregunta que al final te hago:

Algunos de mis coincidentes laborales son capillitas. E incluso algunos de ellos son amigos míos, lo que encierra sus riesgos para ambas partes. Pero diré más: una porción, cortita eso sí, de estos capillitas tiene sentido del humor. Y mucha fe.

Mucha fe en que yo no sé lo que me conviene, que me engaño; en que, si reflexiono, y por supuesto en mi última hora, yo descubriré que mis creencias son las suyas.

Pues si les hace felices creerlo, que lo crean. Mas lo gracioso del caso es que, como gastándome una broma, me han ofrecido que yo les pronuncie este año su pregón de lo que ellos llaman semana santa. Y yo he aceptado, vamos, que les he tomado la palabra.

Ignoro cómo habrán convencido a sus hermanos de capillismo, mas lo cierto es que me he visto en el Teatro Magno, rodeado de morados y claveles, de trajes azul marino y mantillas, de curas e, incluso, del obispo, que le dicen ellos. Me parece, también, que un extraño sujeto al que casi nadie ha visto nunca es el alcalde de la ciudad, sentado con aire de despiste en un rincón del escenario.

He aquí la transcripción fiel que, del pregón, ha hecho el periódico local, con las acotaciones, un tanto demodés en la práctica periodística, usuales en estos casos:

""Eminencia reverendísima, posible Corregidor de la ciudad, Sr. Vicario general, consiliarios, consiliarias, capellanes y capellanas, juntas de gobierno, cofrades, cofradas, mayordomos y mayordomas, costaleros, trompeteros, tamboreros y demás hermanos en el sufrimiento voluntario que es la penitencia y en el involuntario que provocáis en el resto de los ciudadanos:

(toses, carraspeos)

Sé muy bien porqué me habéis designado pregonero de la semana llamada santa de este año: porque pensáis que odio vuestra celebración penitencial y quizá (esto es un suponer, sin prueba alguna) os habéis planteado un razonamiento del tipo:

"él cree que no cree, pero cree más de lo que cree"


y, en consecuencia, puede que mi designación obedezca a vuestro deseo de verme enfrentado al compromiso de agarrar el toro por los capirotes, con lo que la catarsis se asegura y al final, caída del caballo que te crió, como el Saulo de vuestras consejas.

Pues si ello es así, y creo que lo es, os aseguro que erráis. Y erráis en todos los sentidos. Oid y reflexionad.

(silencio expectante)

Es imposible de todo punto que yo odie vuestra celebración penitencial llamada semana santa, porque se dan dos absurdos en el mero enunciado del concepto:

Si la penitencia es dolor, sacrificio, mortificación, castigo, ¿quién, sano de mente, puede celebrarlo?

¿Celebráis acaso el cogeros un dedo de un portazo, por no mencionar otras regiones anatómicas sensibles que la tradición asocia a las tapas de los arcones? ¿O hipotecar vuestros bienes para pagar las deudas de vuestro alocado hijo?

(¡Nooo!)

¿Es posible que el encuentro en la calle con ese individuo -todos conocemos a alguno- que os castiga con soporíferas historias mal contadas y con fétido aliento habladas, sea para que descorchéis una botella de champán?

(¡Nooo!)

¿Es motivo de fiesta que vuestro jefe, vuestro padre o vuestro maestro os castigue por haberos portado, a su juicio, mal?

(¡Tampocoooo!)

Pues si tan penosas situaciones no son dignas de celebración y las celebráis es que os debe de ver un psiquiatra objetivo y ecuánime, porque estamos ante claros casos de masoquismo.

¡Viva la Pasionaria, coño!
¡Viva!
¡Viva la Reina de la Noche, joder!
¡Viva!
¡Viva la madre que me parió!
¡Viva, viva, viva!

Así pues, ¿con qué nos quedamos? ¿Con la celebración? ¿Con la penitencia? O bien, ¿no será que lo que celebráis no es una penitencia, sino que para vosotros, el andar descalzos, poneros un cucurucho, oler a cera e incienso, aguantar saetas, soportar el barroco y demás fastos es un placer que produce, además, beneficios sustanciosos a quienes fabrican todos esos elementos y a la industria hostelera y churrera de la ciudad? Pues decidlo claro y no seáis eufemísticos. No lo llaméis penitencia sino festejo, juerga, cuchipanda o cualquier otro jacarandoso sinónimo.

(sorbo de agua)

En tal caso, comprenderéis que, siendo hombre de mi tiempo y deseoso de prosperidad para mis conciudadanos, yo no puedo odiar una actividad económica tal. Y que, encima, divierte al personal y atrae al turismo.

(murmullos de aceptación)

¡Viva Madame Pompadour, merde!
¡Viva!
¡Viva Madame Butterfly, chin-cha-te!
¡Viva!
¡Viva la madre que me parió!
¡Viva, viva, viva!

Pero os había hablado de dos absurdos y sólo me he detenido en el primero de ellos. Pasemos, raudos, al segundo:

La santidad es cualidad aplicable a las personas. Ni siquiera los animales, mucho mejores que nosotros en la mayoría de los casos, pueden ser santos. Y qué decir de las cosas. Pues bien, gentes esforzadas que me escucháis, a ver qué razonamiento urdís para demostrar que una unidad de medida del tiempo, o un período si lo preferís, compuesta de siete días, puede ser sujeto de santidad.

(murmullo de sorpresa)

¿Qué merecimientos hacen siete días para ser santos? ¿Pueden, no siete, ni siquiera un millón de días, suscribir contratos

-aún con permiso de su cónyuge (¿y quién es el cónyuge de la semana, el "semano"?)-,

otorgar testamento, recibir herencias, en suma, pueden una unidad o un lapso, el que sea, cronológicos ser titulares de derechos o deberes?... Me diréis que qué disparate.

(¡Qué disparateeee!)

Y yo os respondo: pues si no pueden actuar no se pueden calificar sus acciones, porque no existen, ni encomiándolas ni vituperándolas. He ahí el absurdo que os anuncié.

(¡Oh, oh, oh...!)

Además, si la santidad, por principio y según vuestras consejas, sólo pertenece a vuestro dios, ¿cómo osáis adjudicársela a Cronos? ¿Es que ahora sois paganos? ¿Es que ahora sois griegos? ¿Es que ahora sois griegos jónicos, dóricos, áticos, duplex o adosados?

(Murmullos de conmoción)

¡Viva Mata Hari!
¡Viva!
¡Viva la Madonna, pero la gringa!
¡Viva!
¡Viva la madre que me parió!
¡Viva, viva, viva!


¡Oh, próceres y hermanos del común del capillismo! Sólo hemos rozado la superficie del asunto, aquello que se expresa irreflexivamente con atolondradas palabras. Ahora nos aproximaremos a los hechos, a los objetos, a las sustancias. A todo lo que, digan lo que digan las palabras, es inconmovible, objetivo, innegable.

(carraspeo y sorbo)

Y empezaremos por ese símbolo fálico que es el capi-cucu-rucho-rote, que tanto se ve y que, ¡oh perplejidad!, hasta las cofradas se colocan en un acto de travestismo místico para mí incomprensible. ¿Porqué os ponéis semejante artefacto so la testa, cofrades y cofradas? Analicemos las distintas posibilidades:

(con entonación analítica)

a) Os ponéis el capirucho para ocultar vuestra identidad mientras hacéis penitencia, por humildad.
b) Lo hacéis para ocultar vuestra satisfacción por realizar vuestra "celebración", por pudor.

En cuanto a a) os debo decir una vez más que no sois sinceros porque si se tratase, en verdad, de ocultar vuestra penitencia por humildad no andaríais todo el año con insignias de la cofradía o hermandad en la solapa, vendiendo sus loterías, reuniéndoos en vuestros cubículos, o a sus puertas, por otra parte archiexhibidos, exornados y ofrecidos a la pública admiración.

No os pasaríais media vida haciendo tertulias cofrades, incluso en la tele, a la vista de todo quisque, organizando triduos, viernes, novenas, traslados y demás liturgias de extraversión y exhibición.

Si la humildad fuese vuestra meta, todo eso lo haríais con antifaz o verdugo y disimulando la voz, lo que no dejaría de tener su gracia: ver en la ciudad a un batallón de enmascarados pululando a todas horas de aquí para allá y con voz de Pato Donald.

(murmullos de consternación con ribetes de ira)

¿Y qué decir de b) ? Sólo se me ocurre una explicación para ocultar el rostro cuando se festeja o celebra algo y es que uno se avergí¼enza de estar haciéndolo, como el que va de tapadillo a un burdel

(murmullo soponciado)

o, sin avergonzarse, considera que para los posibles testigos descendería en la escala del respeto social.

Y yo me pregunto y os inquiero: ¿no será que enarbolando ese falo -y le digo falo por no tildaros de unicornios-, ese falo de cartón pretendéis violar al firmamento? Y si pretendéis la violación y no la sola exhibición, ¿estáis seguros de que el capillo que lo cubre no está agujereado como los condones

(soponciado murmullo)

que fabricaba el padre de Jaimitooo? Porque el peligro para la humanidad es evidente. Temblores me dan de pensar en el firmamento violado por vuestros cucuruchos porque nos podrían llover helados o nazarenos con dodotis, e ignorando la proporción entre ambos insólitos meteoros, ¿qué violencia nos depararía el azar?

Por eso os aseguro, carísimos, que cada vez que veo esas dobles hileras de simil-falos puntiagudos y polícromos apuntando a las nubes o las estrellas a mis mientes viene, indefectiblemene, vuestro sexto mandamiento.

Además, he de confesaros que es causa de sorpresa para mí el hecho de que con tanto alarde de cera e incienso, que parece indicar vuestro amor por esos aromas, os tapéis la nariz con rasos y otros paños (éste y la caminata a paso lento se me antojan los únicos sacrificios que hacéis, pero marginales, no sustanciales).

(sonoros y persistentes rumores indescifrables)

¡Viva la Bombi, ostras!
¡Viva!
¡Viva Liz Taylor, jopé!
¡Viva!
¡Y viva la madre que me parió!
¡Viva, viva, viva!

Y los cirios. ¿Qué me decís de los cirios? Cirios por doquier, con la punta ardiendo y chorreando un fluido espeso y caliente. ¿Es que no estamos, una vez más, ante una exaltación fálica? Ya lo intuyó el gran poeta conocido como EL Barbonauta:
...
y apuntas el príapo ardiente,
apoyado en tu cintura y chorreando cera derretida,
hacia el aire de buñuelos
con el compás de una marcha fúnebre:
y el raso te asfixia,


¡Ele!
El nardo y la saeta.


Falos, falos, falos: de cartón o cera, tapados o ardientes, pero falos. ¡Ahora voy entendiendo lo de las cofradas, qué queréis que os diga!

(¡Oh, ah, oh, arggg, algún trompetazo, algún parchazo)
(Sorbito)


Pasemos ahora a considerar otra de las causas de mi perplejidad respecto de vuestra juerga ¿mística? primaveral. Sí, lo admito, de gustos no hay nada escrito, pero, hay cuestiones, casos que deberían estar fuera de toda duda:

¿Cómo es posible, me pregunto, cómo puede explicarse, trato de ser objetivo, cómo entender, digo yo, cómo compartir, que ya es deseo, que haya personas -porque creo que sois personas, pese a todo- dispuestas a rozar los límites del orgasmo durante todo un año de preparativos y una semana de aplicación, ante expresiones de un arte al que llaman barroco, siendo así que el propio nombre que se le aplica sugiere el lodo, el infecto, sucio y maloliente barro de las calles inmundas de hace unos siglos, sólo comparables a las de esta ciudad en que vivimos, diga lo que diga el alcalde o quien lo trujo?

(espasmos)

¿Pues qué son esa cantidad de hojas retorcidas, ese revoltijo de volutas y circunvolutas, esa coyunda de rostros contraídos, angelotes afeminados, alas bajo los sobacos, capiteles tronchados, nubes pegajosas, falsos oropeles, maderas apolilladas y el impresionante quiero y no puedo de simular el oro o, todo lo más, laminillas de ¿oro? que colocáis en los llamados pasos, simpecados (y dale, que un cacho"™tela no puede tener pecados ni ser virtuosa, hombre), cruces, escapularios y demás guardarropía de la función, sino el vivo retrato de un inmenso lodazal tras un mes de tormentas, en el que sólo faltarían el cadáver de un burro y los restos de una mesa de camilla, y exclusivamente comparable a las chorradas de un tal Gaudí, otro místico, pero éste d'els collons, que no en vano era catalán?

(jadeos y estertores del público)

Yo estoy convencido, ¡oh cofrades! de que con todos esos enredos, los fautores del invento sólo han pretendido reflejar en vuestras dedicaciones lúdico-místicas la dialéctica de los teólogos, es decir, palabrería vana y enredosa que nada dice, mas se refugia en la verborrea y la facundia para disfrazar su inanidad: ¡ah, autores del barroco de las sacristías y los retablos, cómo deslumbráis a los incautos haciendo, con vuestra vervacuidad, que crean en lo que no ocultáis porque nada hay para ocultar!

¡Viva la Bizcocha!
¡Viva!
¡Viva la Lirio!
¡Viva!
¡Y que viva la madre que me parió!
¡Viva, viva, viva!

Y todo, ¿para qué?, ¡oh, crematorios alicatados! Tanto esfuerzo, tanto gasto, tantas reuniones, tanta ilusión derrochada, ¿para qué?

¡Para conmemorar una supuesta tortura de un supuesto dios hecho hombre y la supuesta posterior muerte y no menos supuesta resurrección.! Algo así como lo de los chiitas ante la mezquita de Alí.

¡Ea! Puestos a celebrar, no podíais haber elegido algo bonito, alegre, sereno, reflexivo...No, la tortura y muerte es lo que se os ocurrió celebrar. El brillo de la sangre, el chasquido de las fracturas óseas, el sonido de los latigazos, los gemidos de un torturado, la viscosidad de las vísceras, eso es lo que os hace bordar con hilos de plata los mantos de las empingorotadas efigies que paseáis a hombros por las calles al compás de amargas y desafinadas marchas fúnebres, y escoltadas por armas de soldadesca, olor a churros y humo de garrapiñadas.

Pues yo os digo, queridos capillitas, cofrades, hermanos, nazarenos, penitentes o como quiera que os autotituléis que, por ese camino, sólo llegaréis, con vuestra insensibilidad, a la quintaesencia del sadismo: quien es capaz de ilusionarse con la tortura es un sádico y no le déis más vueltas...

(Crescendo de murmullos, fragor de pisadas, gritos de aclamación: tú nos has salvado, loado sea Dios, fuera la tortura, abajo los capellanes...El público sube al escenario y, con ojos llenos de fervor toma al orador en andas y lo saca a la calle aclamándole: "¡Viva el Barbas de la Verdad! ¡Viva nuestra Luz! ¡Gloria a San Parlaclaro! ¡Unámonos todos en una sola cofradía que le honre! ¡Vistámosle de laurel y tomillo! ¡Adoremos sus michelines de gozo epicúreo! ¡Viva, viva, viva!...").

Esto se contó en el periódico. Pero no contó bien el final. Porque el final fue la catarsis, pero al revés, que a mis amiguetes los guasones capillitas la catarsis les salió por la culata ya que no fui yo el deslomado del caballo, sino los 800 del aforo teatral, incluídas la platea, los palcos, el principal y el gallinero, quienes cayeron con gran estruendo: 800 saulos de azul marino y mantilla que se aproximaban al escenario envueltos en las nubes del polvo y el incienso, profiriendo sus gritos y sus vivas.

Me acojoné, de veras. Y además me quedó la sensación de no haber terminado de obrar, porque no pude dar el repaso a algunas otras cuestiones, como los ensayos de los costaleros o de las bandas de tambores y trompetas, la gente de las promesas, las mantillas y resto de la parafernalia. Hoy ya sé que no importa, pero entonces me quedó el regomello.

En todo aquel jaleo hubo algo que hizo cambiar, también, la historia de la ciudad y fue que el probable alcalde se encontró con algún conocido y le dio la mano. Un fotógrafo que había por allí captó el gesto con su cámara y ello pareció gustarle al edil, de modo que, acto seguido, comenzó a estrechar manos a diestro y siniestro. Desde ese momento no hay día que el periódico no lo saque estrechando una mano, no importa cual.

Como contó el periódico, me sacaron en volandas y debo decir que, tras el periplo urbano, quedé algo maltrecho porque me pasearon por toda la ciudad rebotando en toda clase de hombros. Y quedé asombrado porque yo sólo había pretendido conseguir una poquita de guasa y hacer que mis amigos se arrepintieran de la bromita. Pero, caramba, se ve que esta gente lo que tiene es que hacerse fanática de algo y como, al parecer, les toqué alguna fibra sensible, pues nada, que viéndome con las barbas, allí en lo alto, entre nubes de incienso, y oyendo mi bien modulada voz de sonoridades severas en mi interpretación de pregonero, pues decidieron fanatizarse conmigo.

Lo que más me gustó fue que me llamasen San Parlaclaro. ¿Verdad que ese nombre merece que me lo hubiese inventado yo?

Ahora vivo como un dios (je, je) porque han echado al obispo del palacio y me han llevado a mí. Sólo me tengo que ocupar de preparar discursos violentos contra ellos y de estar guapo el día 15 de abril para la procesión que me hacen, allí puesto en lo alto del paso más glorioso que tenían, pero sin barroco, claro, ya que toda la decoración ha sido cambiada por imágenes báquicas que yo he dictado, según mi concupiscencia y mis represiones.

Se me olvidaba: cuando se quitaron capirotes y mantillas, túnicas y capillos, mis mayordomas, camareras y las camaristas de mi camarín resulta que estaban buenísimas.

Y me emociono, hermano Juanjo, me emociono de veras cuando, tras haber ingerido mi biodramina para el mareo del bamboleo a que me someten en el paseo, detrás del paso las veo, clamando entusiastas:

- ¡Parlaclaro, guapo, guapo, guapo!


Y así voy gastando el almanaque. Y te pregunto, como te decía al principio:

- ¿Te vendrías de sayón conmigo?

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Huelva, 31 de enero de 2003, amargo día en que, en claro homenje al nacionalcatolicismo menguante, rotularon mi calle con el nombre de una cofradía (la misma que nos martiriza a diario con sus trompetas y tambores).

archivado en:
PACO HUELVA CALA
PACO HUELVA CALA dice:
12/08/2008 00:16

Estimado Barbonauta:
Cuando su aparición se hizo patente de nuevo, después de caminos indescifrables, me dije -y así lo expuse aquí mismo-, que era bienvenido a esta su casa, como no podía ser de otra forma. Pero, joder, he estado unos días fuera y resulta que encuentro una entera biblioteca por leer.
No pediré un respiro porque no es de cabales, pero en fin...
SALUDOS

MANUEL RUBIALES REQUEJO
MANUEL RUBIALES REQUEJO dice:
12/08/2008 21:31

Coincido con Paco, ¡La leche....!, menuda batería de textos, como para aparcar todos los libros de verano y dedicarse, al menos unos dias, a degustar estas perlas. Qué bueno. Que siga usted, por favor... Que siga...