Violencia a bombo y platillo
En los últimos tiempos observamos aterrorizados los casos de violencia como sí estos nunca hubieran existido y fueran exclusivamente consecuencia de la sociedad moderna, dominada por un sistema de intereses particulares, por problemas derivados de la migración, de la falta de expectativas de una juventud vaga, como producto de una educación deleznable en las escuelas o debido a un modelo familiar que amamanta, en medio del caos causado por el estrés o el analfabetismo funcional, a menores sobreprotegidos y faltos de un modelo que ejerza un verdadero liderazgo sobre ellos. Ahora somos -pues no pretendo con tal afirmación excusarme de los demás- inseguros, marginados, machistas, racistas, intolerantes y agresivos. ¿Antes no había violencia? Sí la respuesta fuera afirmativa, cabría preguntarse entonces por la relación entre el antes y el después, sí se podrían descubrir las causas que provocan la violencia en las personas y lo más peliagudo y necesario ¿Lograríamos encontrar estrategias capaces de alcanzar una convivencia pacífica?
Un primer paso muy importante es ya que la violencia, tan antigua como la humanidad, se haya convertido en un fenómeno preocupante para nuestra sociedad y que su estudio sea hoy una prioridad en todas las instituciones y foros. Sin embargo, considero que el error está en buscar todas las causas en los factores socio-económicos y políticos, sin considerar que la violencia es también una expresión de la agresividad innata del ser humano, común a todos los animales en general y que lograr un resultado positivo depende de un aprendizaje continuo desde la niñez y a lo largo de toda la vida.
De nuestra época escolar recordaremos lo tremendamente egoísta y chivatos que éramos, elegíamos las amistades por intereses particulares y beneficios propios, despreciábamos a los feos, a los discapacitados, los gafotas, gordos o mal vestidos y sucios. Y esta repudia se traducía en insultos, en el más absoluto aislamiento o en diana de vejaciones y palizas. En la infancia éramos crueles y nuestros ídolos poseían el don de la valentia y la agresividad, pasaban del rollo escolar mientras los cobardes soñábamos llegar a ser como ellos.
Estas actuaciones lograban el propósito del agresor porque su base era la divulgación, una llamada de atención, mantener protegida una personalidad por un lado innata y, o por el otro, seguida de faltas de cariño, de negligencias familiares, de maltratos, de abandonos o simplemente, carentes de modelos positivos. Después con la socialización, esa violencia se fue inhibiendo a medida que íbamos desarrollando conductas alternativas para conseguir nuestros objetivos y, sólo una pequeña parte de los menores que conocimos, no consiguieron retirar esa conducta y se convirtieron en adultos violentos, drogadictos o delincuentes.
En la actualidad, en esta sociedad moderna donde se han producido tantos cambios estructurales, en el fondo sigue ocurriendo lo mismo. Desde las escuelas y demás instituciones se están adoptando responsabilidades y estrategias para manejarnos ante los conflictos. Ahora la violencia es muy parecida a la de antaño pero es más peligrosa porque cuenta con más medios y recursos. Las mismas conductas alimentadas a través de los vídeos juegos o informativos, grabadas con móviles y popularizadas a través, no sólo del espacio de Internet, sino por todos y cada uno de los medios de comunicación, mostrando sus imágenes hasta la saciedad y colocando etiquetas de por vida, pueden alcanzar la repudia y la concienciación por parte de las personas pacíficas. Si, pero también contribuyen a enaltecer estas actitudes entre los mismos provocadores: la violencia genera violencia, la publicidad alimenta el ego, un agresor considerado por todos como tal es un rol que asume porque es lo esperado de sus conductas. Es indispensable denunciar y castigar todos los delitos, de informar y no callar pero, difundiendo las imágenes, utilizando el bombo y los platillos y no buscando métodos eficaces de modificación de conductas, nunca, en absoluto, vamos a terminar con la violencia.
No puedo estar más de acuerdo contigo. Los medios han de alimentarse, es más, yo diría incluso que se retroalimentan unos a otros, canibalizan la información de una forma tan mezquina e interesada que a poco que no nos paremos a reflexionar acabamos arastrados por ellos, casi sin percatarnos. El exceso de información, la dependencia del soporte visual para multiplicar el eco de cualquier noticia, o de cualquier chisme, han acabado por inventar dioses y demonios donde solo hay mediocridad.
Excelente artículo.
Para completar tus reflexiones te sugiero que leas el artículo que colgué en www.nuestronombre.es/forolapalabra.
Un abrazo