EL AMOR EN EL TIEMPO
Pasaban las doce del mediodía y todavía Celia seguía ensimismada por los pasillos de la librería rebuscando hasta en los fondos de las estanterías. Por sus manos habían concurrido gran parte de los ejemplares novelescos más selectos de la historia de la literatura que allí se ofrecían. Sin decidirse por el autor o la obra, ojeaba con minuciosidad en su empeño, con la certeza de que, como era costumbre en ella, su obstinación siempre le depararía, más tarde, más temprano, una sorpresa grata. Acertar para ella había sido, desde siempre, un gran desafío. De la estantería de los más leídos había pasado deliberadamente, esos no le solían interesar demasiado; ella necesitaba una obra especial, que embriagara a su padre, que le regalara las ansias de seguir en el mundo; ahora que su jubilación llegaba definitivamente tras la muerte de su mujer, a la que nunca conoció sana y de la que no estuvo, supuestamente, enamorado, pero con la que había compartido más de veinte años de complicidad y cariño compasivo.
Celia conocía muy bien a su padre y aunque él nunca le contó nada, ella sabía que las arrugas de su cara simulaban cicatrices de heridas por algún asta de denominación pasional y tras las cuales no se escondía, precisamente, el nombre de su madre. Ella notaba como le supuraban cuando sus ojos se nublaban en el fondo, donde guardaba las cosas que no podía decir; las cosas que solo podía sentir.
"El amor en los tiempos del cólera" de Gabriel García Márquez fue su decisión final, tal vez, porque pensó que, aunque nada es más difícil que el amor, cabría la posibilidad de esperarlo el tiempo que fuera necesario para que este derrotara a la muerte, cada vez más cercana en su padre.
García lo admitió algo desconfiado, confesando que, aunque no era muy dado a la lectura, le echaría un vistazo, ahora que los días tenían tantas horas y debía aprender a manejar su tedio. Pero no fueron solo los días y Celia fue comprobando como el separador de páginas avanzaba vertiginosamente de la noche a la mañana, hasta que lo encontró encima del libro. En los días sucesivos, empezó a notar ciertos comportamientos extraños en su padre: salía al amanecer y volvía con la más completa oscuridad. Probablemente, especuló, no habría sido una buena idea lo del regalo o, quizás estaba surtiendo los efectos oportunos... ¡a saber! Empezaba a preocuparse y a sentirse algo confundida pero solo cabía esperar, pues él siempre alegaba que estaba por ahí, visitando a los amigos, paseando, arreglando ciertos asuntos pendientes...Respuestas nada convincentes para ella.
La sorpresa le llegó como suele llegar siempre, de improviso, el día en que García cumplió ochenta años, cuando Celia entró en la habitación y descubrió que su padre no había pasado la noche en casa. Cuando se acercó a la cama mientras un cúmulo de pensamientos arbitrarios le golpeaban la cabeza. Cuando de forma intuitiva, abrió el primer cajón de la mesita de noche y sobre el ejemplar que le había regalado, lucía espléndido, otro libro de encuadernación blanca, con la fotografía de un atractivo anciano de blanco pulcro que avanzaba de espaldas. Cuando sobre el blanco, en negro, unas letras se enlazaban en "Memoria de mis putas tristes" y en donde, sobre el negro, en naranja, la boca de par en par, oculta tras la mano derecha de Celia, leía: Gabriel García Márquez.
Bienhallada, querida Victoria. Casi pensaba que te habíamos perdido y de pronto... amanece.
UN BESO