Femenino Plural
Sin ánimos de controversia por mi parte; lo cierto es que, desde hace ya bastante tiempo, como mujer, no me siento representada dentro de los masculinos, singulares o plurales. Ya no comparto la postura de la RAE, formada en su mayoría por hombres, cuando puntualiza que tales piruetas lingüísticas son innecesarias; y que, son fruto del deseo de ciertos colectivos feministas de presentar la lengua como rehén histórico del machismo social. Tampoco me conformo con la respuesta de que, el uso genérico del masculino gramatical, tenga que ver con el criterio básico de cualquier lengua: economía y simplificación. O sea, obtener la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible, no diciendo con cuatro palabras lo que puede resumirse en dos.
Dos cuestiones evidentes y que nadie puede negar son por una parte, el lenguaje es la trascripción del pensamiento; pensamos con palabras y así construimos la identidad y la realidad y, por otra, está la visión de quién transcribe, de quién escriba la historia. Por tanto, es lógico descubrir, que nuestro lenguaje es sexista en cuanto han sido los hombres los únicos artesanos, los que han utilizado el poder del lenguaje para mover todas las mentes, provocando, no afirmo voluntariamente, una sociedad patriarcal que ha denigrado e insensibilizado a las mujeres a lo largo de los siglos. Y aún a sabiendas, de que la lengua española es extraordinaria, culta y hablada por cuatrocientos millones de personas y fruto de un proceso cultural, cuajada durante siglos, también es un sistema de signos dispuestos de forma arbitraria cuyo único fin es la comunicación. Si este sistema queda anticuado por la evidente realidad de la discriminación que hemos sufrido las mujeres desde los tiempos de Adán, este es el momento adecuado para adaptarlo a la nueva sociedad, ahora que aboga por conseguir una verdadera igualdad.
Afortunadamente, desde hace unos quince años y debido, fundamentalmente, a mujeres claves, que ocupan sitios dónde se escuchan más, el lenguaje está cambiando y, aunque sea difícil y dé cierta pereza, debemos contribuir a la paulatina erradicación del lenguaje sexista, a romper lo aprendido por propio convencimiento, sin que para ello tengamos que hacer pinitos en el aire. Algunas opciones pueden ser: optar por términos genéricos, elegir nombres abstractos, usar femenino o masculino según la forma, desusar la arroba porque no es un término lingüístico, flexibilizar el orden de las palabras y dotar al discurso de homogeneidad y simetría.
Las mujeres ni queremos el poder, ni desplazar a los hombres, simplemente, luchamos por estar en el sitio que nos corresponde.
Querida Victoria, tú sabes que yo de machista tengo lo justito, pero ciertos experimentos del lenguaje, en pro de la igualdad de sexos, no puedo evitar que me causen ciertos ecos chirriantes. A mi lo de "los (barra)las" para textos oficiales o prospectos de medicina me parece bien, pero para la literatura, el periodismo o el uso social de la lengua me suena un tanto excesivo. Ciertamente hay otras soluciones menos drásticas, pero el lenguaje no debe imponerse, ni para lo uno ni para lo otro, es un recurso comunicativo de extraordinaria agilidad y vitalidad y solo sus usuarios darán, con el tiempo y la práctica, el justo sentido a la utilización de los géneros. Creo que la lucha por la igualdad va por otros senderos, el laboral, por ejemplo, para que no existan "limpiadoras" y "mozos de limpieza" con diferentes salarios, o en el social, para que no existan padres y madres con diferentes derechos sobre los hijos o en el meramente humano, para que no haya putas de fin de semana o machotes de barra en función de la promiscuidad del personal. Supongo que la lengua es un reflejo de los flujos que zarandean a la sociedad y si esta camina por caminos igualitarios, antes o después, sin dudas, el lenguaje, al igual que las leyes, la política, el deporte o la educación acaban por absorver esas reformas. Aún así, estoy contigo Victoria, que de vez en cuando no viene mal un empujoncito.
Vino y besos