En su aturdimiento, la puerta se volvió traslúcida y la madera se desvaneció ante sus ojos hundidos y enrojecidos. Como cualquier otro día y con actos memorizados que obvió su conciencia, accedió al pequeño recibidor, alzó su mirada y observó como las dependencias permanecían en su vital mutismo, en un inmutable presente sosegado, tan acogedor que le hizo palpar esa esencia que contienen los hogares. También, esta vez, su mirada se detuvo, dos pasos más adelante, en una fotografía colocada de tal forma que siempre cautivaba su atención. Algo cohibido, o quizás atemorizado, observó primero, los pies descalzos de ella, cual bálsamo le resultaba el chapoteo de su caminar sobre la orilla, de aquella playa del sur que la vio nacer. Siguió ascendiendo lento por el lenitivo cuerpo de ella, hasta cruzarse sus miradas y engrandecerse sus pupilas...András se quedó, entonces, largamente en sus ojos, en esos ojos claros de insondable cielo, en ese órgano sensible de profundad ciega. Vagando sin rumbo por todas las estancias de la casa, abrió el armario, acarició sus prendas íntimas, absorbiéndolas con frenético apetito; sintió una terrible sed, se acercó hasta la mesilla en donde, todavía, aguardaba una copa con champagne y, sin detenerse a pensar qué podría estar celebrando Lola antes de su muerte, se apresuró sobre ella, apurando hasta la última gota, saciando disparatadamente todas las huellas que quedaron de sus últimos flujos vividos. En el dormitorio, las sábanas revueltas bordaban el suelo con su esbozo de fino encaje. Se recostó sobre la cama, abrazando con fuerza la almohada donde, aún, permanecían algunos vestigios del aromático hálito de ese cuerpo desnudo; recordó caricias en la oscuridad, excusas vanas, negativas que lo alentaban, penetraciones forzadas y, empezó a lanzar ráfagas ardientes de gemidos apasionados, hasta quedar rendido a un sueño melancólico, junto al hermoso cuerpo de mujer echado y sumido a la venturosa lasitud del amante verdugo.
Toda esa inmensidad en la que se encontraba András, se fue haciendo, de repente, tan diminuta que, apenas le sirvió de cobijo al ovillo formado en su cuerpo, posado en el rellano de la escalera, con la cabeza entre las piernas, las piernas sobre el pecho y las lágrimas...sus lágrimas puestas a secar en las mejillas. Se sintió fracasado y también muy solo, pero ni antes ni ahora, pasó por su huera cabeza que, quizás, él podría haber impulsado a Lola a su lamentable desenlace, que su amor solo había tenido implícito la dominación y la posesión como tapadera de su impotencia, como una adicción vital al deleite de su desahogo y su violencia.
Tardó en despertar, apenas se había dormido, cuando sintió el repiqueteo de sus llaves desaparecidas y la presión de una mano compasiva sobre su hombro. La mano de un familiar que, tras ofrecerle las condolencias debidas en estos casos y las pertinentes palabras de aliento y ánimo, le informó que en breves instantes, recibiría la visita de la Policía Técnica. Le avisó que no tocara nada pues, al parecer, Lola se había suicidado tras la ingestión de un veneno; en su autopsia habían aparecido restos de cianuro mezclados con champagne. András se incorporó de inmediato y pidiendo auxilio bajó las retorcidas escaleras precipitadamente, saldando cada obtuso peldaño con una nerviosa agitación, dejando tras de si, todo el cansancio y toda la pesadumbre que le causaron, sin duda, aquel trágico suceso.
No me equivoqué..., sabía que el relato daba bastante de si. Genial la forma en la que plasmas esa especie de delirio que envuelve a la situación y a András.
Venga, vamos a por otro.