Presentación en Sevilla de La ciudad desplazada, de José María Conget
La mesa es un lujo. Y no es un tópico. Además de Conget, estaban presentes Manolo Borrás y Juan Lamillar y, de alguna manera, Juan Bonilla. Hay muchos que dirían que son dos de los mejores narradores, el mejor editor y uno de los más interesantes poetas. Yo quizá diría algo más. Hace años que los libros de Conget me acompañan, junto a los libros y artículos de Juan Bonilla. Lamillar es de los poetas que más he seguido. A los tres los ha editado Pre-textos, la editorial que dirige desde hace ya treinta y cinco años Borrás. Aclaro ya que Bonilla no estaba presente, pero había dejado el texto de presentación que leyó Lamillar como si lo hubiera escrito él.
Comenzó el editor. Hace ya muchos años que Conget edita buena parte de su obra en Pre-textos. Aunque sus primeros libros se los editó otro nombre importante de nuestro mundo editorial: Jesús Munárriz en Hiperión. Esta confianza absoluta, y tan merecida, en su obra ha dado frutos como las novelas Palabras de familia (1995) y Hasta el fin de los cuentos (1998) o el anterior libro de relatos, Bar de anarquistas (2005), o los artículos de El olor de los Tebeos, que enriquecen el catálogo de la editorial. Alguien comentó que se trataba de un catálogo guiado por una única premisa: lo que les gustaba a los editores. Y eso es cierto, aunque lo dijera el mismo editor. De su relación tan fructífera con Sevilla pueden dar fe, aparte de los ya citados, autores como Jacobo Cortines (también presente, junto a Vaz de Soto) y José Julio Cabanillas. Se notaba que Borrás se sentía a gusto. Y así fue el primero en hablar de la crítica, que había sido tan "cicatera" con el autor. Digo el primero, porque en el texto de Bonilla también se hacía referencia a esa situación.
Juan Bonilla es quien acuñó el término "congetiano", con el que se refiere a la secta (no sé si el sustantivo es adecuado) que formamos sus lectores más fieles, que somos casi todos sus lectores. Me gustó especialmente cuando definió a Conget como un hombre melancólico que se ríe de la melancolía. Es cierto: es una buena definición de su obra, de estos cuentos que son su vida. Siempre se habla de lo biográfico en la obra de este hombre, que pasó a explicar de qué manera entendía ese rasgo en sus historias. Cómo de pequeño contaba cuentos a sus hermanos; cómo contaba las historias que había leído a sus amigos hasta que se dieron cuenta de que al contarlas, las hacía suyas y las transformaba. Así empieza el narrador de historias. Yo pienso que actualmente es lo mismo: pienso que cuenta sus historias para sus amigos y por eso se las dedica. En el fondo siempre hay un elemento biográfico aunque el cuento no sea luego real. No creo que esto resulte sorprendente: al contrario, es lo que casi todos los narradores hacen.
Conget contó además que su lenguaje había ido haciéndose más llano. De sus iniciales influencias (Proust, Joyce, Faulkner, Benet) que se notan en sus primeros libros con cláusulas más extensas, lenguaje más barroco, había ido pasando a "escribir tal como habla." Estos cuentos te los podría estar contando el mismo autor de viva voz.
Aun así, señalar que no es exacto, como se dijo, que Borrás publicara el primer libro de Bonilla, El que apaga la luz. Algo antes había publicado, en la editorial de La Carbonería, Veinticinco años de éxitos, que fue el texto que nos deslumbró a muchos, incluso al propio Borrás, que después lo publicaría con algunas adiciones con el título de El arte del yo-yo.
También destaco en sus cuentos el deseo de jugar con referentes metaliterarios. "El cazador de libros" es un ejemplo claro de eso, donde el lector atento podrá leer fragmentos de algunos de sus clásicos favoritos. No es sólo ese ejemplo. De forma más explícita está Cervantes en "Variación sobre un tema", y quizá sean impresiones algo aventuradas mías encontrar a Borges en "Fútbol antiguo" o a Cortázar en "La ciudad desplazada". Lo que no es aventurado, de ninguna manera, es recomendar este libro a cualquier lector que desee disfrutar de buena literatura.
Comenzó el editor. Hace ya muchos años que Conget edita buena parte de su obra en Pre-textos. Aunque sus primeros libros se los editó otro nombre importante de nuestro mundo editorial: Jesús Munárriz en Hiperión. Esta confianza absoluta, y tan merecida, en su obra ha dado frutos como las novelas Palabras de familia (1995) y Hasta el fin de los cuentos (1998) o el anterior libro de relatos, Bar de anarquistas (2005), o los artículos de El olor de los Tebeos, que enriquecen el catálogo de la editorial. Alguien comentó que se trataba de un catálogo guiado por una única premisa: lo que les gustaba a los editores. Y eso es cierto, aunque lo dijera el mismo editor. De su relación tan fructífera con Sevilla pueden dar fe, aparte de los ya citados, autores como Jacobo Cortines (también presente, junto a Vaz de Soto) y José Julio Cabanillas. Se notaba que Borrás se sentía a gusto. Y así fue el primero en hablar de la crítica, que había sido tan "cicatera" con el autor. Digo el primero, porque en el texto de Bonilla también se hacía referencia a esa situación.
Juan Bonilla es quien acuñó el término "congetiano", con el que se refiere a la secta (no sé si el sustantivo es adecuado) que formamos sus lectores más fieles, que somos casi todos sus lectores. Me gustó especialmente cuando definió a Conget como un hombre melancólico que se ríe de la melancolía. Es cierto: es una buena definición de su obra, de estos cuentos que son su vida. Siempre se habla de lo biográfico en la obra de este hombre, que pasó a explicar de qué manera entendía ese rasgo en sus historias. Cómo de pequeño contaba cuentos a sus hermanos; cómo contaba las historias que había leído a sus amigos hasta que se dieron cuenta de que al contarlas, las hacía suyas y las transformaba. Así empieza el narrador de historias. Yo pienso que actualmente es lo mismo: pienso que cuenta sus historias para sus amigos y por eso se las dedica. En el fondo siempre hay un elemento biográfico aunque el cuento no sea luego real. No creo que esto resulte sorprendente: al contrario, es lo que casi todos los narradores hacen.
Conget contó además que su lenguaje había ido haciéndose más llano. De sus iniciales influencias (Proust, Joyce, Faulkner, Benet) que se notan en sus primeros libros con cláusulas más extensas, lenguaje más barroco, había ido pasando a "escribir tal como habla." Estos cuentos te los podría estar contando el mismo autor de viva voz.
Aun así, señalar que no es exacto, como se dijo, que Borrás publicara el primer libro de Bonilla, El que apaga la luz. Algo antes había publicado, en la editorial de La Carbonería, Veinticinco años de éxitos, que fue el texto que nos deslumbró a muchos, incluso al propio Borrás, que después lo publicaría con algunas adiciones con el título de El arte del yo-yo.
También destaco en sus cuentos el deseo de jugar con referentes metaliterarios. "El cazador de libros" es un ejemplo claro de eso, donde el lector atento podrá leer fragmentos de algunos de sus clásicos favoritos. No es sólo ese ejemplo. De forma más explícita está Cervantes en "Variación sobre un tema", y quizá sean impresiones algo aventuradas mías encontrar a Borges en "Fútbol antiguo" o a Cortázar en "La ciudad desplazada". Lo que no es aventurado, de ninguna manera, es recomendar este libro a cualquier lector que desee disfrutar de buena literatura.