Juan Bonilla y José María Conget. Presentación de "Una manada de ñus" en Sevilla.
Si alguien me preguntara a qué dos narradores españoles sentaría en torno a una mesa, para escucharlos hablar de sus libros y de los libros de los demás, respondería sin dudarlo estos dos nombres: José María Conget y Juan Bonilla. Alguien debió escucharme ayer y quiso complacerme o, simplemente, mis deseos no son tan exclusivos como a veces me parecen y, ayer, en la Biblioteca Infanta Elena, de Sevilla se presentó Una manada de ñus (Pre-textos, 2013), el último libro de relatos de Juan Bonilla, y lo presentó José María Conget. Y yo me pregunto: ¿quién le puso ese nombre a la biblioteca?
Comenzó Conget contando cómo conoció a su gran amigo Bonilla. Trabajaba en el Cervantes de Nueva York y buscaba, para un congreso sobre narrativas hispánicas, un autor joven español que tuviese proyección, cuando recibió un paquete de Fernando Ortiz con un ejemplar de El que apaga la luz (Pre-textos, 1994), la colección de relatos con la que irrumpió el jovencísimo autor jerezano en las letras españolas. Fue empezar a leer los relatos y comprender que ahí estaba ese autor que tanto buscaba. Algunos ya conocíamos la maravillosa colección Veinticinco años de éxitos, que había editado antes la editorial que llevaba la taberna La Carbonería, de Sevilla. Cuando estos le enviaron un ejemplar a Manolo Borrás, este se propuso editar lo siguiente que escribiera Bonilla. Así nació El que apaga la luz. Dos años después, en 1996, se reeditaría esta joyita inencontrable, Veinticinco años de éxitos, con el nuevo título El arte del yo-yo, en Pre-textos.
Pero se trataba de presentar el último libro de Bonilla y a ello se dedicaron. Ambos son buenos oradores, divertidos y profundos. No había más papel sobre la mesa que el libro. Conget fue enumerando todo lo que le había llamado la atención de él. No fue poco. Desde la referencia al título: esa manada de ñus que tiene que cruzar un río infectado de cocodrilos para llegar a la zona de pastos, en la que van a alimentarse los meses siguientes, hasta el tema del doble que aparece en mayor o menor medida en todos los relatos, pasando por las referencias a la pérdida de la intimidad, o la crisis y el siempre presente tema del paso del tiempo. Leyó Bonilla un fragmento maravilloso de "Cuidados paliativos" que podría ser un gran poema en forma dialogada. Y se definió, ante una pregunta de cariz filosófico, diciendo: "yo sólo soy un poeta." Sí, un poeta que a veces escribe con la forma del verso y, a veces, como en Una manada de ñus, utiliza la prosa. Ya hablaremos del libro más detenidamente. De momento, sólo decir que ayer pasamos un rato magnífico con la excusa de hablar de un libro fantástico.
Comenzó Conget contando cómo conoció a su gran amigo Bonilla. Trabajaba en el Cervantes de Nueva York y buscaba, para un congreso sobre narrativas hispánicas, un autor joven español que tuviese proyección, cuando recibió un paquete de Fernando Ortiz con un ejemplar de El que apaga la luz (Pre-textos, 1994), la colección de relatos con la que irrumpió el jovencísimo autor jerezano en las letras españolas. Fue empezar a leer los relatos y comprender que ahí estaba ese autor que tanto buscaba. Algunos ya conocíamos la maravillosa colección Veinticinco años de éxitos, que había editado antes la editorial que llevaba la taberna La Carbonería, de Sevilla. Cuando estos le enviaron un ejemplar a Manolo Borrás, este se propuso editar lo siguiente que escribiera Bonilla. Así nació El que apaga la luz. Dos años después, en 1996, se reeditaría esta joyita inencontrable, Veinticinco años de éxitos, con el nuevo título El arte del yo-yo, en Pre-textos.
Pero se trataba de presentar el último libro de Bonilla y a ello se dedicaron. Ambos son buenos oradores, divertidos y profundos. No había más papel sobre la mesa que el libro. Conget fue enumerando todo lo que le había llamado la atención de él. No fue poco. Desde la referencia al título: esa manada de ñus que tiene que cruzar un río infectado de cocodrilos para llegar a la zona de pastos, en la que van a alimentarse los meses siguientes, hasta el tema del doble que aparece en mayor o menor medida en todos los relatos, pasando por las referencias a la pérdida de la intimidad, o la crisis y el siempre presente tema del paso del tiempo. Leyó Bonilla un fragmento maravilloso de "Cuidados paliativos" que podría ser un gran poema en forma dialogada. Y se definió, ante una pregunta de cariz filosófico, diciendo: "yo sólo soy un poeta." Sí, un poeta que a veces escribe con la forma del verso y, a veces, como en Una manada de ñus, utiliza la prosa. Ya hablaremos del libro más detenidamente. De momento, sólo decir que ayer pasamos un rato magnífico con la excusa de hablar de un libro fantástico.